2. La traición se presenta

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The say "She's gone too far this time"

Don't blame, love made me crazy 

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2. La traición se presenta

Necesito a Nicolás —fue lo único que pudo decir cuando Liz y Luke la encontraron en el bosque—. Lo necesito ya.

Y es que su padrino, el único brujo que conocía, era el único que podía calmarla. Ese día pensó que, al escucharlo, todo estaría bien. Los miedos, la ansiedad que atacaba su cuerpo, se esfumarían de nuevo.

Pero, dos días más tarde, se dio cuenta que estaba equivocada.

Averiguaste el nombre de una humana. No es la gran cosa, pequeña Beth —tranquilizó Nicolás—. Y si fuera real toda esa teoría del equilibrio que me has dicho, tal vez esa manada murió por no encontrar la piedra y por eso no pasó lo que me has dicho que sucederá.

Pero ese pensamiento no la dejó tranquila, en más, logró removerle el estómago otra vez. Por alguna razón, pensar en la caída de una manada que ni siquiera conocía le hacía mal.

—De todas maneras —intervino su padre al ver que su hija perdía el color de su rostro—. Es solo un sueño.

—¡No lo es! —se exaltó tanto que le gritó a su padre, cosa que nunca lo había hecho. El señor Wolfmeyer la miró con preocupación mientras que su padrino jugaba con una pequeña pelota de lo más tranquilo—. Lo siento, padre... pero si fuera solo un sueño no estaría tan alterada.

—Es un sueño, pequeña Beth. Lamento informarte que, pesé a ser una loba que tira rayos y absorbe energía, no eres tan genial como para soñar con el futuro y esas cosas.

Tal vez debía calmarse.

Sí su padrino estaba tan tranquilo tal vez ella debía imitarlo. Después de todo, Nicolás era el único que podría darle un poco de paz en esos momentos. Era un brujo, el único cercano a la manada tras la partida de su madre. Él era un experto en muchos ámbitos, él era quien más la ayudaba a controlar sus poderes. A su lado siempre encontraba respuesta ¿Por qué esta vez tenía que ser la excepción? Debía calmarse, claro que sí, pero no podía, su corazón latía tan fuerte que golpeaba sus costillas sin piedad.

Se acercó hasta la ventana y miró a su manada, suspiró profundamente, intentando eliminar ese susurró que le decía a carcajadas no puedes hacer nada.

Alguien golpeó la puerta y, al ver que su hija no tenía intenciones de apartar la vista de los suyos, decidió abrir él.

—¿Sigue mal? —preguntó Liz, apoyada en el marco de la puerta—. Le traje un poco de limonada, pero si quiere vuelvo después.

—Quédate, tal vez tu compañía logra tranquilizarla un poco.

—Gracias, alfa.

Liz ingresó en completo silencio y dejó la bebida en las manos de la Wolfmeyer, quien no dijo ni una sola palabra, ni siquiera volteó a mirarla, pero Liz no dio marcha atrás, tan solo se quedó a su lado en completo silencio.

𝕽𝖔𝖒𝖕𝖊𝖗 𝕰𝖑 𝕮𝖆𝖓𝖔𝖓 -Wyatt LykensenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora