CAPITULO 1

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El pequeño niño de ropa sucia y ajustada, de ojos infectados y huesos adoloridos, muerto de hambre y de frío se llama Tom, o al menos eso le dice Nana, la mujer que lo acompaña diario un par de horas y que le ha enseñado absolutamente todo lo que sabe. Se cubre el pequeño cuerpo con la sábana de hace dos meses, y se concentra, como cada día, en su ruidosa respiración, pegando las manos a su barriga para ser consciente de cómo sube y baja, al compás del sonido y del latido de su aún joven corazón; luego recorre con sus manos su pecho, su cuello, su cara, y las junta sobre su cabeza, jalando el cabello que cada vez crece más y ahora le llega por debajo de la quijada. Escucha sus tripas rugir y sus manos bajan otra vez allí, apretándose y gruñendo por lo incómodo que era. Suspira inflando los mofletes. Gime. Cambia de posición en la cama y esta se queja por el movimiento, suena metálico, viejo, pero ya está acostumbrado, por eso no se levanta, por eso sólo espera.

No sabe lo anormal de su situación, independientemente de que a veces sentía miedo y curiosidad, algo dentro de sí le decía que no estaba bien lo que vivía, pero no le hacía mucho caso a esta voz que no sabía cómo desarrollar correctamente, prefería quedarse en silencio, a esperar que Nana llegara a quitarle todas sus dudas y si era posible, llenarle la cabecita con otras nuevas. Era su pasatiempo favorito, verla llegar con su bolso de cuero blanco, y sentarse a los pies de la cama con su hermosa sonrisa. Luego le acaricia la cara y el corazón parece que se quiere salir por su boca.

- ¡Buenos días, muñequito!

- ¡Hola, nana! - Le quita el cabello de la cara y deposita un beso en la pequeña frente. Tom sonríe mucho y da brinquitos de felicidad, aunque sus jóvenes ojos no puedan observar a la perfección el rostro que tiene enfrente, hasta que Nana se levanta en la cama y mueve el foco que él aún no alcanza, y la habitación se alumbra un poquito más, dando luces naranjas, un poco muertas, pero lo suficientemente vibrantes para que ambos pudieran verse a los ojos.

- ¿Estás listo para aprender algo?

- ¡Sí! - Nana sacó su libreta y la abrió en una hoja en blanco.

- Vamos a aprender sobre países del mundo- Hablaba mientras rebuscaba en su bolso un libro y mapamundis. Tom observaba con sus grandes ojos sus movimientos, ansioso; cuando se sentía feliz sus dientes apretaban tanto sus labios que con una mejor luz, Nana podría notar que estaban escasos del color rosado. -, vamos a aprender los continentes y algunos...

- ¿Qué es eso?- Interrumpió.

- Oh, ya verás.- Desdobló el mapamundi, era uno grande, aunque era difícil ver con exactitud los nombres y divisiones. Tom se acostó panza abajo, pero mantuvo la cabeza erguida gracias a sus manos y codos; esperó que Nana se acomodara para enseñarle. – El mundo se divide en continentes, que son una extensión, o un pedacito de tierra, ahí se encuentran los países, que son pedazos más pequeños dentro del continente... como este, que es América.

- ¿Y ahí qué hay?

- ¿En los países?- Asintió. – Bueno, hay mucha gente, hay animales, bosques, casas y mar... todo lo que... hum...

Se quedó en silencio, pero Tom sólo sonrió.

- Hay más gente, como tú y yo, ¿sí?

- Así es, hombres y mujeres... y perritos, ¿te acuerdas?- Negó. – Bueno, ya sé que no te acuerdas de haber visto uno real, pero son idénticos a los de las fotos.

- No me acuerdo...

- Es porque eres muy pequeño todavía...

- ¿Nunca voy a poder ver uno?

- No empieces otra vez, Tom- El aludido puso morritos. -... a ver, dime cuántos años tienes...

- Hum...- Puso los dedos de su mano y se los mostró. Nana asintió.

Roto; BILL Y TOM KAULITZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora