CAPITULO 4

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- ¡Niño!, ¿estás ahí? – Tom sorbió la nariz, y se hizo bolita, llevando las rodillas hasta el pecho y escondiendo el rostro. No tenía ganas de ver a nadie. - ¡Hoooolaaaa!

La puerta volvió a sonar, pero Tom siguió sin moverse ni un poquito. Lo habían dejado adolorido, y apenas podía mover su pequeño cuerpo sin sentir que las articulaciones le molestaban; tenía frío y hambre, tenía miedo, pues cada vez que alguien venía a lastimarlo, sufría una crisis mental, porque no era capaz de entender qué le habían hecho para que doliera tanto, ni qué tenía que sentir porque todos lo felicitaban y le acariciaban, como si hubiera estado haciendo algo bien. Algo que no llegaba ni siquiera a dimensionar.

- Voy a abrir, ¿vale? – Escuchó de nuevo a Bill, y la puerta sonó igualito a cuando Nana y los hombres entraban.

El niño de cabello negro saltó alegre al ver que toda la habitación estaba iluminada, no como todas las veces que la había llegado a ver. Podía ver las dimensiones del cuarto, las paredes pintadas de blanco, el suelo sin piso y su pequeña camita, llena de resortes por la parte de abajo, y con un colchón muy delgadito, de espuma. También pudo ver el váter de Tom, y el pequeño foquito que alumbraba todo, justo sobre la cama.

- Buah, por fin han pagado la luz tus papis irresponsables – Se rió fuerte, caminando hacia allí, subiéndose a la cama y quedándose inerte, asomándose para poder ver el rostro de Tom. -... hey, ¿estás dormido?, he traído chuches...

Tom se cubría los labios para no llorar de forma escandalosa; le pasaba que, cada vez que abusaban de su cuerpo había un latigazo en su corazón que no lo podía hacer parar de llorar, por mucho que lo deseaba. Bill esperó paciente a que le respondiera, y supo que era bueno hablar cuando lo vio limpiarse las lagrimitas y quejarse poquito al intentar enderezarse.

- ¿Estás llorando?, ¿te han regañado?

- Huumm... no... – Respondió por fin, sentándose con cuidado, tensando todo el cuerpo. Bill abrió mucho los ojos al verlo desnudo, y de pronto una pequeña risita burlona se le escapó, pero fue la misma que calló al ver que realmente sí estaba llorando, y no sólo eso, sino que su cara tenía sangre.

- ¿Por qué estás sin ropa?... ¿qué te ha pasado?, ¿se te cayó un diente?

Tom negó muy lentamente, se pasó el cabello detrás de las orejas, y con los ojitos brillantes por sus lágrimas, se dispuso a explicarle algo que ni él mismo entendía, pero que, por lo mucho que lo había escuchado, ya había aprendido tan siquiera a nombrarlo.

- ...Me han violado... – Bill lo miró, con el rostro serio.

- ¿Qué es eso?

- Aum... es cuando... – Su voz sonaba muy bajita y dolorida; Bill pasó los ojos por todo su cuerpo, tan flaquito que era capaz de ver sus clavículas marcadas. Después vio sus piernas, y ahí, justo debajo de donde estaba, pudo ver una mancha de sangre muy roja; la quijada se le descolocó, pero a pesar de eso puso una sonrisa.

- Ya entiendo: tus papis te castigaron por mojar la cama – Tom se quedó callado, mirándolo en espera de una explicación que Bill le dio rápidamente. - ... ya he visto: te ha venido la regla.

- ¿Q-qué?

- A mi mamá le pasa a veces, dice que es normal. – Tom se lamió los labios, y se tragó el saborcito a sangre.

- Oh... – Apenas susurró, no queriendo darle más vueltas, porque había notado, que cada vez que no entendía lo que Bill le decía, éste se enojaba tanto por tener que explicarle, que prefería mejor callarse.

Pero entonces, por primera vez fue consciente del peluche que tenía Bill entre sus brazos. Era peludo, pero no era parecido a nada que hubiera visto nunca; la forma en la que el niño la aferraba, le hacía saber que lo apreciaba mucho. Incluso si lo hacía enojar, no iba a perder la oportunidad de apuntarlo y preguntar:

Roto; BILL Y TOM KAULITZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora