CAPITULO 6

22 4 2
                                    

Arriba, Bill despertaba por obra de su madre. Cuando abrió los ojos, vio por la ventana que el cielo ya estaba negro; lo primero que pensó era que Tom de seguro lo había estado esperando por mucho tiempo y él nunca fue.

- Bebé, te despierto para que cenes, no te puedes ir a la cama sin comida en esa pancita. – Bill sonrió, asintiendo.

- Vale, mami... - Se bajó de la cama, y corrió por sus pantuflas. La mujer pilló el dibujito en su cama, y una sonrisa se le dibujó en la cara.

- ¿Quién te ha hecho este dibujito, Willy?

- Tom. – Dijo sin más. Su madre no dijo mucho más, pues pensaba que se trataba de un nuevo amiguito en el cole que aún no conocía. – Ya quiero aprender a escribir, mamá...

- Ya prontito, mi amor, vas a ver que aprendes muy rápido. – Alargó su mano, logrando que Bill fuera a apretarla; se arrastró por encima de las cobijas y la apretó fuerte, llenándole la mejilla de pequeños besitos, a lo que su madre respondía riéndose, encantada, y luego alejaba al niño y lo besaba también.

Muchas veces les habían dicho lo similares que eran, pues ambos tenían la piel igual de blanca y el cabello muy oscuro; lo único que los diferenciaba era que la mujer tenía grandes ojos verdes, y Bill marrones.

Y así los dos bajaban por las escaleras, para dirigirse a la cocina. Un sonido fuera de lo normal llamó la atención del menor, pero rápidamente fue disipado por la voz de su mamá, que le hablaba con una voz llena de amor, como siempre.

- ¿Adivinas qué te trajimos para cenar?

- ¡¿Qué?!

- Algo que te gusta mucho. – Bill la miró, emocionado, esperando su respuesta. - ¡Hamburguesa vegana!

- ¡Buuaah, yo quierooo!

- Pues, vamos, bebito.

Su madre le puso su hamburguesa en un platito; era de las pequeñitas, porque no quería que tan pequeñito empezara a comer pura basura. Le sirvió jugo de mandarinas y ella quiso esperar a que su marido llegara del sótano para comer juntos, así que todavía no sacó su comida. Le puso el kétchup y Bill le vertió un montón de ella, casi desapareciendo la que simulaba ser carne, pero hecha de lentejas.

- No te me vayas a empachar, amor.

- No mami. – Le dio el primer mordisco, uno pequeñito porque sus dientes aún eran chiquitos. Y justo cuando iba a decirle algo, escucharon unos gritos y llantos fortísimos, tan agudos que Bill, asustado, miró hacia la puerta y luego miró a su madre, que se había quedado en completo silencio, confundida.

Un sonido fuerte, y luego otro alarido.

La voz de su papá sonó desde donde estaban, aunque no entendían una palabra. La mujer miró a su hijo, sintiendo que la respiración se le empezaba a dificultar. Tragó saliva fuerte, ante los ojos de Bill que ya iban directo a los suyos, a preguntarle cosas que no sabía cómo iba a contestar. Así que se adelantó un poco:

- Amor, ¿no quisieras ir a comer a tu habitación?

- Mami, no, siempre estoy en mi habitación. – Se quejó. La mujer le acarició la carita; su mano temblaba fuerte.

- ¿Te gustaría en mi habitación?, ¿Por qué no subes y hoy cenamos los tres en camita? – Los ojos del menor brillaron muchísimo, y una sonrisa gigantesca le dejó saber la respuesta antes de que la dijera.

- ¡Sí quiero!

- Vale, Willy, ¿puedes subir la bolsa con hamburguesas?, en un minutito vamos papi y yo.

- ¡VALE! – Gritó muy fuerte, y cogió su platito y la bolsa, corriendo fuera de la cocina y escaleras arriba. La mujer se quedó allí, respirando con mucha dificultad; después se decidió a bajar al sótano, donde los gritos eran mucho más escandalosos y le helaban la piel.

Roto; BILL Y TOM KAULITZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora