CAPITULO 2

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No era que nunca hubiese sentido dolor, pero podía apostar sin pensarlo, que había sido el día más doloroso de su vida: Acababa de ver cómo el hombre cruzaba la puerta, y lo dejaba ahí tirado en la cama, lleno de fluidos salivales y corporales, con un dolor punzante en la garganta y entre las piernas, y un montón de arañazos, mordidas y golpes en la piel.

Su llanto era tan fuerte que sus cuerdas vocales temblaban dolorosamente dentro de él. No entendía qué acababa de pasar, no sabía que acababan de abusar sexualmente de él, ni que estaba en esa habitación oscura porque lo habían secuestrado; lo único que sabía era que le dolía, que tenía miedo y que deseaba volver a ver a Nana porque sólo la conocía a ella, y aunque no fuera consciente, representaba maternidad y protección. En su cabecita no existía la posibilidad de que lo que acababa de vivir tenía consecuencias legales para el hombre y psicológicas para él; no entendía por qué le dolía tanto si ya no había nadie haciéndole daño, ni por qué se sentía tan mal si sólo le habían lastimado igual que el otro hombre lo hizo.

Se había sentido horrible, incómodo, nunca nadie lo había tocado tanto.

- ¿Hola? – Una vocecita aguda y curiosa; se escuchó fuerte, como si estuviera dentro de la habitación, con él.

Se apretó las rodillas al pecho y asomó la cabeza, esperando que la puerta se abriera.

Al ver que no pasaba, se decidió a hablar:

- ¿Nana? - Los ojos se le llenaron con lágrimas, deseando que entrara para poder pasar un poco de tiempo con ella, pero un sonidito contra la puerta apareció otra vez, y por ella no vio a nadie pasar.

Bajó de la cama para caminar hasta allí, con pasitos muy lentos, y poder saber si este sonido provenía de alguien que conocía, o quizás de alguien que estaba igual de asustado que él.

Volvió a sonar.

- ¿Hola? - Sonó mucho más fuerte, con más eco. Tom sentía que su barriga se le revolvía por el miedo, pero a pesar de ello, contestó, con una vocecita temblorosa y bajita.

- ...Hola...

- ¿Quién eres? – Preguntó la otra voz, como alegre, inocente. Tom tenía miedo, por supuesto que no sabía diferenciar si aquella voz era igual o menos amenazante que las voces que ya había escuchado a lo largo de su estancia aquí.

Pero sí que se escuchaba diferente, mucho más flaquita, aguda.

- Hum... soy Tom... ¿eres Nana? – Se encontró cuestionando, aunque la voz de Nana no se parecía en nada a esta.

- No, soy Bill... ¿eres un fantasma?

- No... soy... soy un hombre...- Del otro lado escuchó una risita.

- Abre la puerta, no puedo ver...

- ...Sí...- Como la luz era casi inexistente de este lado de la habitación, Tom tuvo que tocar la puerta con ambas manos para intentar abrirla, sin mucho éxito. – No se puede... no veo nada, es de noche...

- ¡Pues enciende la luz! – Se quejó, dándole golpecitos a la puerta. -, ¡abre!

- No veo...- Susurró.

- Salúdame por aquí...- Observó hacia arriba, esperando verlo, pero de nuevo sólo vio negro. Se quitó las lágrimas de los ojos, sorbió la nariz y se dispuso a hablar con más claridad.

- ¿En dónde?

- ¡Por aquí! - Echó un grito ahogado cuando por el hueco de la puerta pudo sentir unos deditos bailando; no dudó en tocarlos y en escuchar que al otro lado una risa escandalosa aparecía. - ¡No eres un fantasma!

Roto; BILL Y TOM KAULITZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora