Después de aquella reconciliación con Santi, las cosas parecieron volver a la normalidad. Pero pronto, el trabajo de Santi comenzó a exigirle más y más. No era raro que se quedara trabajando hasta tarde, o que tuviera que salir de viaje con poco aviso. Yo entendía la importancia de su trabajo, especialmente en estos tiempos tan cruciales para el país, pero eso no hacía que fuera más fácil.
Una tarde, me encontré sola en casa con Max, Cielo y Vicky. Santi había tenido que volar a Italia junto a Javi, su tío y algunos más del gabinete. Sabía que estos viajes eran esenciales, pero estar sola con los tres niños era agotador.
"¡Mamá, mamá!", gritaba Max desde el salón, mientras Cielo lloraba porque quería ver un programa en la televisión que Max había cambiado. Vicky, apenas dos años, comenzó a llorar también, contagiada por el llanto de su hermana. Traté de calmarlos a todos, pero mi paciencia se estaba agotando.
"Max, por favor, deja que Cielo vea su programa", le pedí, tratando de mantener la voz calmada. Pero él solo cruzó los brazos y se negó, aumentando el volumen de la televisión. Sentí el estrés acumulado golpeándome como una ola. "Max, te dije que la dejes ver su programa", repetí, mi voz temblando de frustración.
Cielo seguía llorando y Vicky no paraba de imitarla. Finalmente, apagué la televisión, lo que solo intensificó el caos. Max se enfadó más y las dos niñas seguían llorando. Me senté en el suelo, sintiendo que las lágrimas comenzaban a llenar mis ojos. ¿Cómo iba a manejar todo esto sola?
Me levanté y fui a la cocina, intentando encontrar un momento de paz. El sonido de los gritos y llantos seguía detrás de mí. Me apoyé contra el mostrador, respirando profundamente, tratando de mantener la compostura.
"Está bien, Anto. Solo respira", me dije a mí misma, aunque parecía imposible encontrar calma en medio de tanto caos. La ausencia de Santi se sentía más que nunca. Necesitaba su apoyo, su presencia calmante, pero estaba a miles de kilómetros de distancia, trabajando por el bien del país.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, logré calmar a los niños. Les di la cena y los acosté, pero no pude evitar sentirme completamente agotada y abrumada. Me senté en el sofá, la casa finalmente en silencio, y dejé que las lágrimas cayeran.
Sentía un nudo en el estómago. ¿Cómo iba a seguir así? No podía manejar todo sola. Necesitaba a Santi, pero su trabajo lo alejaba cada vez más de nosotros. En ese momento, me sentí más sola que nunca, luchando contra el peso de la responsabilidad y el estrés que amenazaba con consumirlo todo.
Mientras me hundía en el sofá, el sonido de mi teléfono me sacó de mis pensamientos. Era Santi. Miré la pantalla, sintiendo una mezcla de alivio y frustración. Respondí la llamada, tratando de mantener la compostura.
"Hola, Anto," dijo Santi, su voz sonando cansada pero cálida. "¿Cómo están los nenes?"
"¿Cómo crees que están?" le espeté, mi voz temblando de ira y agotamiento. "Todo es un caos aquí, Santi. Max y Cielo no paran de pelear, Vicky no deja de llorar y yo... yo no puedo más."
Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea. Pude imaginar a Santi frunciendo el ceño, preocupado. "Anto, lo siento. Sé que es difícil, pero estoy haciendo todo lo posible para estar allí con ustedes. Este viaje es importante."
"¿Importante?" repliqué, mi voz subiendo de tono. "¿Más importante que nosotros? Estoy sola, Santi. No puedo manejar todo esto sola. Necesito tu ayuda, y tú estás a miles de kilómetros, siempre ocupado con el trabajo."
"Anto, lo sé, pero esto es temporal. Prometo que pronto las cosas se calmarán y podré estar más en casa," trató de consolarme, pero sus palabras solo alimentaron mi frustración.