UN ATISBO DE TINTA

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Wang Yibo, en su estado de extremo agotamiento luego del enfrentamiento con Gong Jun, apenas había registrado la imagen del tatuaje en su memoria. Era una impresión fugaz que se desvanecía con cada parpadeo, con cada día que pasaba.

En reiteradas ocasiones, el luchador había acudido a diversas clínicas de alto prestigio. Sin embargo, a pesar de la reputación que estas poseían, no supieron respetar el común acuerdo de confidencialidad y terminaron, sin duda alguna, en la lista negra de Dilmurat.

Esa noche no debería haber sido diferente, pero lo fue.

Días después, la imagen del tatuaje comenzó a perseguirlo de una manera inexplicable. Había sido algo pequeño, apenas visible, pero llamó increíblemente su atención. Deseaba saber el origen de esa obra de arte, ese curioso trazo que insinuaba misterio y algo de sensualidad.

Pero muy en el fondo sabía que no había sido solo el tatuaje. Wang Yibo no era un jodido pervertido.

Fue incapaz de borrar aquellos misteriosos ojos rasgados de su mente. Esos orbes expresivos, comprensivos y con una chispa de inteligencia.

A diferencia de él, quien seguramente no había dejado una buena impresión en la doctora al comportarse como un perfecto cabrón.

Además, también resaltaba la habilidad de esas manos que manejaron los utensilios médicos en un abrir y cerrar de ojos, mostrando la profesionalidad de la doctora de tan prestigiosa clínica.

Otro punto fue que Wang Yibo se había acostumbrado a ser atendido por personas de origen estadounidense. Esta aparente pequeña diferencia; en pocas palabras, el trato de esa persona oriental, su perfecto chino mandarín, habían movido algo en su interior. Como si le recordaran sus verdaderas raíces, un pedacito de esa cultura milenaria, el legado que sus abuelos y progenitores trataron de inculcar en Haikuan y él.

Luego del fallecimiento de sus padres, muchas de esas costumbres y celebraciones chinas murieron con ellos.

Wang Yibo debía admitir que fue difícil ser descendiente asiático sin haber nacido o sido criado en China. Apenas podía pronunciar un puñado de palabras en chino; el inglés que dominaba a la perfección y la soñada cultura norteamericana, opacaron su legado y pocas veces lo hacían sentir perteneciente y orgulloso de la sangre que corría por sus venas. Además, era de esperarse ser el blanco de burlas y discriminación en su infancia por simple aspecto delgado y razgos orientales.

Quizás muy en el fondo, algo de este rencor hizo que con los años perfeccionara su cuerpo y dominara el arte marcial que practica en el presente.

Entonces, dejando toda esa maraña de pensamientos de lado, Yibo decidió regresar a la clínica para agradecer a la doctora Li Qin y disculparse por su imprudente comportamiento.

Ordenando un ramo de flores, cuando Haikuan y Dilraba estuvieron fuera de su radar, condujo su propio vehículo para dirigirse a la clínica.

¿Debía cuidarse de los paparazzis y medios televisivos? Sí. Pero no le importó en ese momento.

Ya se encargaría Dilmurat de desmentir cualquier nuevo rumor que pudiese surgir luego de este encuentro.

Ella era una mujer brillante. Nunca dejaba rastro alguno de sus imprudencias.

Esta vez, no sería la excepción.

Luego de firmar un autógrafo al hombre encargado de la seguridad y arrojarle un par de miraditas coquetas a la recepcionista, había conseguido el número del consultorio de la doctora Li Qin.

No pasaron ni cinco minutos de lo que consideraba la gran hazaña del día, cuando una estrepitosa risa lo descolocó.

Giró la cabeza y allí estaba el causante de su distracción: el conserje.

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⏰ Última actualización: Jul 23 ⏰

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