Capítulo 2: ¿Esteroides?

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Si Stiles tuviera que describir qué le dolía en ese momento, no sabría por donde empezar. Era como si un camión lo hubiese atropellado.

Se removió incómodo, reconociendo a la perfección que se encontraba en una camilla de hospital. Era fácil de detectar para alguien que se pasó prácticamente una infancia en un hospital, acompañando los sin fines de tratamientos que no lograron curar a su madre. Razón por la cual, es más que obvio que, a Stiles no le agradan los hospitales ni nada relacionado a ellos. Por lo tanto su cara de disgusto al mismo tiempo que abría de a poco sus ojos, no pasó desapercibida.

Lo primero que vió -y con eso fue suficiente- fue a su padre sentado a su lado. Su rostro era una combinación entre preocupación y enojo, pero Stiles no podía distinguir cual de las dos predominaba.

—Pá, lo siento en serio, te juro qu-

—Así que escuchas mis llamadas.— le interrumpió, fué más una sentencia que una pregunta, pero antes de que el aludido pudiera defenderse continuó.—El oficial Parrish te hará algunas preguntas, luego tú y yo tendremos una charla.—levantó su mano en una seña hacia la puerta detrás de Stiles.

Luego del típico interrogatorio post-meterse en problemas que Stiles ya se conocía al derecho y al revés, fue dado de alta.

Ya en su casa y luego de darse un baño, porque realmente lo necesitaba, se dispuso a hacer su tarea de biología, pero al cabo de unos largos minutos intentándolo, lejos de mantener la concentración, solo consiguió hacerse una herida en su labio inferior de tantas veces que lo mordió en busca de callar las voces de su mente. Y es que no podía dejar de lado el asunto de la noche anterior.

Instintivamente llevó una mano a su abdomen, palpando las heridas que aún le escocían, repitiendose el ataque del lobo en su mente. Recontruyendo los hechos, no estaba al cien por cien seguro de que aquello haya sido un lobo. Pero, entonces, ¿Qué era?

»Los lobos no tienen brillantes ojos rojos.
Desde luego que no.
Tampoco salen de caza solos. Lo hacen en manada.«

A ver, tampoco es que fuera un experto en el tema, pero eran conceptos básicos que todos sabían y...Stiles había tenido que hacer una monografía sobre un animal a elección, para salvar la cursada de Biología. Y sí, eligió a los lobos.

Y cuando Stiles se informaba acerca de un tema, lo hacía al cien por cien. Y el cien por cien significaba una dosis doble de Adderal y una larga noche frente a su computadora sin descanso alguno.

Por ello, estaba completamente seguro de que eso no era un lobo. Y precisamente eso era lo que más intranquilo lo tenía. No podía permitirse ese cabo suelto.

»Es imposible, no hay lobos en California...por lo menos no en los últimos sesenta años« pensó y un escalofrío recorrió su columna vertebral al escuchar un crujido proveniente de la ventana, que solo entonces notó que estaba entreabierta.

De inmediato se puso de pie para cerrarla, pero al acercarse casi se orina encima al ver reflejados unos ojos amarillos observándole del otro lado. Cayó de espaldas al suelo por tal susto, sin poder siquiera soltar un grito. Comenzó a arrastrarse lentamente hacia atrás, y no queriendo asomarse sin algo con que defenderse, con extrema cautela estiró su brazo izquierdo en busca del bate de beísbol que escondía bajo su cama -precisamente por si un lobo o no lobo aparecía en su ventana para ¿Rematarlo?- pero al incorporarse vió que ya no estaban allí tales ojos.

Si antes tenía miles de dudas acerca de esos ojos rojos, ahora esas dudas se habían quintuplicado con esos ojos amarillos.

Finalmente cerró la ventana y miró en su muñeca el reloj.

A C O N I T E || SterekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora