Capitulo 4

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                                                                                                                                              Año 132 del Imperio Ataria.

                                                                                                                   Dos semanas antes del compromiso real.

Corro por el campo de batalla con un fusil en la mano, el corazón golpeándome el pecho con fuerza. Un grupo de inmortales, aunque el término correcto es Fae, se divertía con extremidades humanas que habían desgarrado. Apunto con mi arma y disparo, pero mis balas no les hacen efecto. Reemplazaron mis balas de plata.

Estoy muerta.

La montaña está repleta de todas las razas de su especie. A mi izquierda, los Acana invocan ramas y enredaderas para atrapar a sus víctimas. A mi derecha, los Mara arrastran a los soldados hacia el mar para alimentar a sus monstruos marinos. No tan lejos, los Buren soltaban de sus manos bolas de fuego, llevando a los soldados al mismísimo infierno. La matanza también estaba en los aires con los Mucaru, quienes tomaban de brazos a los soldados y los elevaban hasta el cielo. Con sus afiladas garras, los descuartizaban mientras jugueteaban con ellos a elevadas alturas.

Esto se había convertido en un matadero, y todo es mi culpa. No supe reaccionar a tiempo. No pude salvar a mi pueblo. Siento como una crisis se avecina en mi interior, mi pánico aumenta. No puedo pensar en otra cosa más que en salir de aquí. Desesperada, busco a Atabex y a Nouel, pero no encuentro rastro de ellos.

De repente, un Boniama se desploma de los aires y cae frente a mí. Con una conexión directa a la magia más antigua, los Boniamas eran la raza más poderosa de todas. No solo podían invocar los cuatro elementos, si querían, podían invocar hasta al mismo diablo. Eso los hace tan peligrosos, su fuente de magia no tiene límites. Vienen de una larga línea de la realeza Fae, son hechiceros y sus pensamientos se vuelven palpables. Y quien está frente a mí es el peor de todos. Athebean, rey de los Fae, hijo del Dios Bi, comandante de las tropas feéricas y la pesadilla de todo humano.

Sus alas blancas se arrastraban mientras se acercaba más a mí y los rayos del sol iluminaban su cabello blanco. Llevaba una corona de oro incrustada con diamantes azules sobre su cabeza. Sus hombros rígidos y bronceados cargaban una larga capa blanca, cuyos bordes estaban mojados con sangre y arena.

Miraba a todos lados para encontrar una salida, pero no tenía forma de escapar. Todas las razas me empezaron a rodear, Athebean en el centro. Cuanto más se acercaban, cantaban repetidamente en un idioma que no podía entender. Su rey no decía una palabra, solo sonreía con esos dientes de tiburón. Parece tener algo en sus manos, pero sus brazos están detrás, escondiendo algo. Necesito buscar la forma de escapar de aquí. Los cantos se hacían más y más fuertes y enloquecedores. Entre el pánico y la desesperación, volteaba a todas partes, buscando una oportunidad.

Estaba en un círculo encerrada, los Fae no me dejarán escapar. Los cantos ya no seguían un ritmo, los Fae solo gritaban y gritaban. Athebean soltó una carcajada, y mientras sonreía, alzó sus manos y pude ver lo que tenía escondido entre ellas. Sus dedos largos sostenían el pelo rojo de Atabex, su cabeza separada de su cuerpo. Pegué un grito desgarrador, un grito que seguramente se escuchó en todo el imperio. Los Fae bailaban y gritaban gozosos, y su rey me miraba con sed de sangre. Si las miradas mataran, yo ya estaría seis metros bajo tierra. Lloro y lloro y me arrojo al suelo a llorar, incapaz de creer que esto sea real, y que Atabex realmente está muerto.

El presagio del ReyOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz