Capítulo 1

4 3 0
                                    


Año 32 del Imperio Ataria

Conocido anteriormente como el año 2062, antes de la conquista mundial


500,000 hombres no son suficientes para pelear contra ellos. Nos están masacrando en nuestra propia tierra. Son más rápidos, más fuertes y feroces que nosotros, simples mortales. Ha sido una batalla larga y sangrienta. Sus barcos se materializaron de la nada hace dos días, desde un portal mágico que se abrió en nuestros mares. Dos días nos hemos enfrentado a sus fuerzas y debo admitir lo sorprendida que estoy en que hayamos prevalecido tanto.

Tenía que pensar en algo que hacer, para darnos alguna ventaja o favor en la batalla, y debía pensar en algo rápido. Nuestros números caen como dominós y el emperador debe de estar pensando en cómo cortarme la cabeza si perdemos. General imperial del ejército Atario, vaya título que me está quedando pequeño.

Mientras me muevo con cautela, noto la mirada de algunos de mis compatriotas puestas en mí, ya me puedo imaginar lo que piensan.

"¿Cuál es el próximo paso?"

"Nos están matando a todos"

"¿Qué vamos a hacer?"

Pero yo ya no sé qué hacer. No sé cómo aliviar la situación. Solo sigo disparando. Al menos las balas de plata nos están dando la más mínima ventaja. Lo único que puede penetrar esos cuerpos rígidos y helados, congelados en el tiempo. Algunos parecen en el inicio de su adultez, cuando en realidad podrían tener la edad de la tierra misma.

Sangre roja y dorada baña la costa, la arena siendo su último reposo. A lo lejos de la playa Jaragua, en la montaña Karaia, veo a la vasta y numerosa división especial del emperador, esperando a que los peones que estamos en combate estemos o muy dañados o todos muertos para agraciarnos con su asistencia. Aunque estando aquí no haría una gran diferencia.

-¡General! ¡Necesitamos otro plan de ataque! ¡Nuestras filas están cayendo más rápido de lo que pensábamos! -escucho el grito de uno de mis soldados. Creo reconocer su voz. Puede ser uno de los que entrenaron conmigo el verano pasado. O uno con los que me revolqué. Sitúo rápidamente la mirada en él, sin perder de vista a mi próximo punto. Pelo negro y rizado, ojos color miel y alto. Soldado Nouel, octava división. Pues a ese solo lo entrené.

¿Qué voy a hacer?

La arena está más roja que dorada. El aire se siente demasiado pesado y solo se puede oler aquel olor metálico distintivo de la sangre. Sigo disparando, con rapidez, apuntando siempre a sus cabezas. Apunto tanto en la tierra como en el aire. Porque sí, algunos hasta vuelan. Tienen alas y todo, menuda "virtud" que se traen estos. Y no solo apunto a cabezas, también apunto a ramas. Los malditos inmortales aparentemente también controlan la naturaleza. Hermosos y poderosos, que terrible combinación. Veo a pobres soldados siendo arrastrados por algas marinas, llevándolos a su eterno descanso en el mar. Otros son ahorcados por troncos de árboles. Otros enterrados en la arena.

¿Qué demonios voy a hacer?

Necesito reunir a mi gente rápido y formar posiciones. La situación se me está saliendo de control, todo está demasiado caótico. Las filas ahora están rotas y todos pelean como pueden y donde pueden, tratando de sobrevivir. Disparo con velocidad y precisión, siempre dando en el blanco. Los inmortales frente a mí caen uno a uno. Aun así, no es suficiente. Necesito una distracción. Necesito hacer algo.

Ninguno de los míos saldrá vivo de esto si no pienso en algo.

En medio de toda la demencia, un pobre soldado muerto de miedo le avienta unas cuantas balas de plata a uno de los inmortales. Supongo que las últimas que le quedaban, ya que su fusil está tirado en la arena. El ser eterno cae de rodillas, exclamando con furia por su dolor. Las balas al rozar su piel dejaron unas cuantas huellas de quemaduras, pero nada de lo que no pudiese recuperarse instantáneamente. Aquel ser tenía un aspecto un tanto diferente a los otros, tenía alas blancas y vastas. Se arrastraban en el suelo cuando estaba en tierra firme. Era alto con una piel bronceada, tenía el pelo blanco y largo. Era muy hermoso, pero en fin, todos ellos lo eran. Si no supiese lo que era, lo hubiese confundido con un ángel, bajado del cielo para ayudarnos. La única diferencia entre un ángel y este ser, es que sus dientes eran tan afilados como los de un tiburón, y obviamente que este viene a matarnos y no a llevarnos al paraíso. Un mordisco de esos filosos dientes, y aquel soldado en el suelo estaría bailando con sus ancestros.

El inmortal se levantó con gran velocidad, un tanto ansioso de morder a su presa. El soldado se arrastraba en la arena, buscando ayuda de quien sea o lo que sea. Grité a soldados cerca para socorrerle, pero todos tenían sus manos repletas. Quise moverme tan rápido como pude. Todo estaba tan caótico y había tanta gente en el medio. No iba a llegar. Ese era su fin.

Había visto tanta gente morir estos dos días, pero con este me estaba dando tanta impotencia. Impotencia porque no puedo hacer nada, queriendo hacerlo todo. El inmortal se iba a tomar su tiempo con él, se notaba en sus movimientos, lentos y calculados. Iba a disfrutar hacerlo trizas por aquellas insignificantes quemaduras de plata, que al pasar unos cuantos míseros segundos ya habían cicatrizado casi por completo. Estaba cerca, lo iba a destrozar.

Yde repente, algo muy curioso pasó en ese momento. Las balas que había lanzadoaquel soldado se convirtieron en su salvación. Aquellas insignificantes balas,al caer en la arena, modelaban como un tipo de círculo mal formado alrededordel inmortal. Como si fuese arte de su propia magia, aquel ser imponente y semi-invencible,quedó totalmente inmovilizado. Como si una fuerza mayor no lo dejara moverse.Como si un escudo se formara contra él mismo. Como si el balance y la justiciame abrazaran por primera vez en estos dos días. 

Ya sé que tengo que hacer.

El presagio del ReyOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz