Capítulo 26: Son of a bitch

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No recuerdo cuanto tiempo pasó antes de que volviera en sí, pero lo percibí como horas, mi cuerpo se sentía como si no me hubiera movido en días.... Solo esperaba que al despertar estuviera en la cama con Dante, y no en el horrible manicomio. Pero al tantear con mi mano en donde estaba acostada, no la sentí como mi cama, sino exactamente como cuando desperté en el psiquiátrico hace un mes.

Sin poder soportar mas no saber si seguía en mi pesadilla o había despertado, abrí mis ojos, dándome cuenta que aún continuaba este infierno. Lo primero que reconocí fue a una de las enfermeras, y luego el color beige que tenía las paredes de la enfermería la cual conocía muy bien.

—Veo que despertaste— soltó la señora vestida de blanco al notar que había abierto los ojos—. Nos diste un buen susto...—dijo antes de suministrar algo en el suero que me di cuenta que tenía conectado a mi brazo.

— ¿Qué pasó? —pregunté aun soñolienta y algo débil.

— Se desmayó, tiene un poco de anemia— respondió siendo cortante, sin creerme sus palabras del todo ya que siempre comía lo mismo, sin contar que era la primera vez que me desmallaba.

— ¿Está segura? —pregunté sin creerle pero igual asintió.

—Sí, le quitaré el suero para que vuelva a su habitación, y le recetaré algunas vitaminas y hierro— respondió antes de comenzar a quitarme el suero del brazo y poner una curita en donde estaba la aguja—. ¿Puede ir sola hasta su habitación o necesita que la acompañen? —preguntó alejándose de mí por lo que negué.

—Puedo irme sola, gracias...— respondí antes de salir de aquella molesta habitación.

Mientras caminaba podía percibir como los guardias y enfermeras vigilaban cada paso que dado como si esperaran que el momento exacto en que daría un paso en falso para intervenir. Por lo que decidí no hacer contacto visual con ninguno e ir directamente a mi infierno personal.

Al llegar cerré la puerta y fui directo a mi cama, dándome cuenta de algo que no noté antes. Mis rodillas me dolían, al igual que mis brazos; seguro lo que sean que me habían dado, porque estaba segura que algo me dieron, se le había pasado el efecto. Sin perder tiempo, me quité los pantalones holgados blancos que llevaba, dándome cuenta que tenía varios moretones, al igual que en mis brazos, seguro por haber caído al desmallarme.

Sin mucha opción me quedé acostada en la cama, como se me estaba haciendo costumbre, a recordar el tiempo que pasé fuera de aquí. La única vez que realmente viví, aunque estuviera siempre en constante peligro. Pues más que me dijeran que solo era producto de imaginación, aquello fue lo más real que jamás experimenté...

Lo que parecieron ser horas después, entró una de las enfermeras del lugar con las pastillas diarias en un frasco y un vaso de agua en otra. Como siempre abrió el frasco y me las dio en la mano, para luego esperar a que me las tomara ya que no confiaban en que lo hiciera.

Pero al abrir mi mano para tomar las pastillas, noté algo extraño, el inconfundible haloperidol no estaba entre ellas, ni tampoco los sedantes, ni mucho menos las pastillas en contra los efectos secundarios de la primera. En cambio había una pastilla morada, una amarilla pequeña, y una roja, las cuales ninguna había visto antes.

—Creo que se confundieron de medicación— le dije aunque no estaba en contra de no estar sedada, sin embargo no sabía si esas pastillas eran peor que eso.

— Son su nueva medicación, el doctor Jomes retiró el haloperidol—dijo sorprendiéndome ya que hace unas horas dijo que no los retiraría—. Estas son vitaminas para su anemia—explicó antes de yo asentir sin dudar y tomar las pastillas para luego abrir la boca para que viera que me las había tomado como siempre.

SCHIZOPHRENIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora