Capítulo 1: Bienvenido a la Paternidad.

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Ah domingo; bello, dulce y tranquilo domingo. Era el día perfecto para que los que habían decidido no ir de fiesta el sábado pudieran levantarse, tal vez correr y disfrutar de este día como si fuera el mejor día de su vida; y para las almas jóvenes que habían decidido pasar el sábado de fiesta pudieran recuperarse de la resaca y pasar un día tranquilo antes de volver a la rutina. Mi caso era el segundo, y juro que en este momento me encontraría haciendo justo lo segundo si no fuera por culpa del...

–¡Puto timbre! –grité y lancé una almohada a la estúpida puerta de mi habitación. Pero al parecer el cruel vengador que lo tocaba no había oído mi alegre alarido ya que volvió a tocar. Putas personas madrugadoras de mierda, ¿quién se levanta a las... a las... ¡siete de la mañana!? Nadie me hacía dormir sólo tres horas y vivía para contarlo.

Me levanté y caminé con pequeños pasos hacia la entrada principal. Más le valía a la persona que estuviera del otro lado que lo que me tuviera que decir fuera de vida o muerte si no quería recibir un golpe en la nariz patrocinado por mi hermosa puerta, claro está. No pude evitar gruñir mientras me acercaba ya que un terrible sonido estaba provocando que mi cabeza punzara. Era como un intenso chillido que no tenía intención de detenerse.

–¡Buenos días! ¿Es usted el señor Mauricio Torres? –preguntó una señorita que no pasaba los 30. Debía admitir que era guapa, pero eso en este momento no me importaba; lo único que importaba era que ese terrible sonido parara. Asentí con el ceño fruncido, ¿qué no pensaba hacer que su hijo dejara de llorar? Es más, ¿qué estaba haciendo ella acá?

–¿Podría hablar con usted un momento? Es algo serio –dejé de fruncir el ceño y preocuparme por el dolor de cabeza, la seriedad con la que me dijo eso logró que un mal presentimiento llegara.

–Adelante –me hice a un lado para que pasara y la ayudé a subir el carrito donde un bebé lloraba desesperado.

*

–No, no, yo no me puedo hacer cargo. No puedo –dije moviendo la cabeza frenéticamente.

–Ya lo ha dicho, lo entendí la primera vez, no había necesidad de repetirlo unas siete veces más –dijo Amanda, la trabajadora social, con una amable sonrisa–. Y créame que entiendo lo que debe estar sintiendo ahora –la mire con cara de "¿me estás tomando el pelo?". Ella no podía sentir, ni un poco, como yo me sentía ahora–. Son muchas noticias para una sola mañana, pero ahora le pido que me comprenda –¿esto era una broma?

–¿De verdad?

–Sí, verá, la señorita Alicia sólo nos dejó su contacto, diciendo que era el padre –a pesar de que ya había oído tal estupidez antes seguía sin poder creerlo–. Tratamos de contactar a algunos familiares pero ellos no aceptaron la responsabilidad, y no tenemos otra opción más que usted. Sé que éste es un caso extremo, y créame que no pasa todos los días, pero no hay otro lugar para que el bebé pueda ser atendido, ya que todas las casas están llenas. Lo único que le pido es que cuide del bebé mientras le encontramos un lugar donde vivir.

–¿No puede cuidarlo usted? –eso provocó que ella riera.

–No, me temo que no.

–¡Yo tampoco!

–Lo sé, lo sé, y no le estoy pidiendo que se haga cargo de él por toda su vida, sólo un tiempo indefinido. Le prometo que ya está en lista de espera o estamos buscando a unos padres adoptivos –me quedé en silencio sin saber qué responder y ella pareció perder la paciencia–. Mire, en este momento ya no le estoy hablando como la trabajadora social que soy, sino como Amanda. No soy capaz de aceptar el hecho de que, si usted no acepta, muchos otros bebés de una casa, y sobre todo este bebé, estarán puestos en riesgo ya que no contaremos con los suficientes cuidados para todos. No hay cupo ya en ningún lado y aunque eso esté de lo más extraño usted es el único que puede evitar que eso suceda. Créame, no será por mucho tiempo.

Beware the kidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora