Capítulo 4: Recuerdos y un perro suicida.

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T A N Y A

–¿Él necesitará todo esto? ¿Segura? –rodeé los ojos y asentí mientras llegábamos a la zona donde estaban las fórmulas para bebés. Empecé a buscar la leche que quedara con su edad pero me di cuenta de que no tenía ni idea.

–¿Sabes la edad del bebé? –pregunté, se veía que no tenía más de tres meses pero no podía saber con certeza.

–Dos meses, los cumplió el martes pasado –contestó como si estuviera recitando algo que se había tenido que aprender de memoria–. Comentó que nació a los ocho meses y que por eso estuvo casi dos meses en el hospital, en cuanto fue dado de alta lo llevaron a una casa de forma temporal mientras conseguían algún contacto. Vinieron a dar conmigo.

–Oh, pobrecito –dije y me prometí mentalmente que más tarde le pediría que me contara lo que había pasado. Volví con mi búsqueda de la leche.

–Aun no entiendo por qué no puede comer la misma comida que yo –giré a verlo tratando de averiguar si era broma o no. Dios, nunca creí que vería tanta estupidez.

–No tiene dientes aun, así que sólo puede tomar leche... Mauricio, lo digo en serio, sólo puede tomar leche, nada más ¿me has oído? –el asintió– No quiero luego enterarme de que le has dado jugo o algo así, aún no es capaz de soportarlo.

–No tienes que hablarme como estúpido –me reí y seguí leyendo etiquetas.

–¡Pero qué bebé tan hermoso tienen! –chilló una voz aguda y me alarmé. Giré para ver como una mujer de nuestra edad estaba al lado de Mau, quien sostenía el carrito donde Thomás estaba como su estuviera a punto de caer al suelo. Él me vio pidiendo ayuda, cuando vi a la mujer bien supe porque: ella era una mujer guapísima.

–Gracias –susurró él.

–Lo digo de verdad ¡Es precioso! Tiene unos ojazos hermosos. Se parece a ti un montón –le dijo a Mauricio y después me miró–. Eres una mujer muy afortunada. Ha de ser hermoso ver como tu esposo cuida al bebé ¿no?

–Ni te imaginas –dije divertida y me reí cuando él me miró sorprendido. Oh no, querido, no te sacaré de esto. Se notaba a kilómetros que ella estaba coqueteando con él, y aunque me sacó de onda, no podía importarme menos la situación en la que se encontraba Mauricio.

–¿Ya tienes todo? –preguntó rápidamente.

–¿Cómo se llama el pequeñito? –preguntó ella.

–Emmm, no, creo que aún no –dije poniendo dos botes en el carrito del súper y girándome de nuevo–. Thomás.

–¡Qué bello nombre!

–Yo creo que con eso es suficiente, si se acaba vendré yo –tomó mi brazo y me puso delante del carrito del súper, después tomó en donde estaba Thomás y se giró a la mujer–. Tenemos prisa, un gusto –y nos hizo salir de ahí cuanto antes.

–¿Qué? ¿Ya no te gusta coquetearle a cualquier mujer bella? –el gruñó y nos formó en la fila de la caja. Revisé que hubiera tomado todo y fruncí el ceño cuando vi que no era así– Espera aquí, olvidé algo.

–¿Qué? No, no me dejes solo aquí. Ya llevamos demasiado, él no se quedará de por vida.

–No, llevamos justo lo necesario para que él pueda vivir bien. Verás que todo esto se acabará en un santiamén –me solté de su agarre, odiaba que me agarrara así–. Además, no importa si me voy o no, tú eres el que pagará. No tardaré, es importante que traiga lo que falta.

–Bien.

Fui a la farmacia y sonreí cuando vi lo que buscaba. Era muy importante que él tuviera la pomada para rozaduras ya que me había tocado ver el sufrimiento de un bebé rozado y sé que él no podría soportarlo. Tomé el más pequeño y corrí de nuevo a la caja, se lo entregué justo cuando el señor marcaba el último producto que llevábamos.

Beware the kidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora