Prólogo

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La muerte. Esa compañera de vida que me ha estado siguiendo desde que nací. Esa  oscura presencia que me había dado fuerte desde pequeña. Sabía que el mundo paranormal era un mundo profundo, peligroso y que nunca sabías a ciencia cierta lo que estabas atrayendo. La muerte había venido a por mí por que yo me lo he buscado. Había hecho muchas cosas en mi vida, y la verdad, no me arrepiento de ninguna.

Ahora mismo no sé que hacer, aunque, mucho no puedo hacer. Estoy metida en un lío ahora mismo, literalmente. Estoy en un ataúd de madera refinada y lisa con unas paredes acolchadas con un forro interior de fibra de vidrio. Calculo que me estarán llevando a un cementerio y aproximadamente llegaré en unos diez minutos por el sonido de las calles a través de los cristales del coche fúnebre. 

En el coche la canción de Los Beatles, "Yesterday" suena y no puedo describir nada más porque no veo nada. Poco a poco se me está nublando la vista y creo que es por la falta de aire, me fallan los brazos y las piernas al intentar moverme y mi corazón cada vez va más lento.

No tenía pensado morir aquí la verdad, dados los acontecimientos de mi vida probablemente me iba a suicidar así que, ¿Qué más da? Pero hubiese preferido otro tipo de muerte. 

La muerte por fin me había alcanzado y no he podido esquivarla esta vez; en esta partida, he perdido. Y no siento los ojos, los tengo cerrados desde hace cinco minutos. 

Joder, hemos llegado al cementerio. No me gusta la idea de enterrarme viva. Además, ¿Cómo se sentirá madre? Mi madre era una mujer hecha y derecha, nunca la había visto llorar. Bueno, la vi llorar una vez, cuando mi padre tuvo el accidente de coche. No creo que fuese a llorar por mí, no sé si le habría importado alguna vez a la mujer que me creó. Madre siempre prefirió a mi hermano, Nash. Mi hermano era un año más pequeño que yo, pero, era el pequeño. Madre siempre le daba lo que quería, pero Nash no era mal chaval. Al revés, mi hermano es el que me había cuidado. Aunque  yo sea la mayor, él me sobrepasa una cabeza en altura. Podía ver a mi hermano llorando por mí en mi funeral, no recuerdo por qué he acabado aquí. No sé como pasó.

Mierda. Abro los ojos de inmediato y creo que los gilipollas que me llevaban me han dejado caer. Me cago en sus muertos. Ahora me duele todo el cuerpo y no me siento ya las piernas. De repente oigo disparos y gritos. Oh oh, esto no va a acabar bien para nadie. Oigo como se acercan a el ataúd y distingo tres tipos de pisadas diferentes, que obviamente, sé de quiénes se tratan.

Me van a matar, eso ya lo tengo claro. Hoy iba a morir enterrada viva, pero creo que me van a asesinar y me niego a que sean ellos los que me maten. No quiero. Pero entre tanto pensar ya están abriendo mi ataúd y lo único que se me ocurre es hacerme la muerta. Es complicado porque estoy de los nervios. Todo el mundo les tiene miedo. No sé que son y en que trabajan exactamente pero seguro que nada bueno por como la gente los mira. Esos hermanos que tenían la mirada fija en mí ese momento. Siento sus tres miradas y me recorre un escalofrío por todo el cuerpo. Ellos no eran normales, tampoco son unos perdedores. Los conozco.

Los tres niños dulces que conocí ya no están y lo siento por sus miradas, habían cambiado y ahora iban a por mí, no sé por que tampoco. Pero no quiero ir con ellos, no quiero ir con...

Los Smith.

La Rosa NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora