Aspirante y Vicecapitán

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.࿐╰─╮Kurosawa Raiya╭─╯.࿐

Observaba el techo de mi habitación. Mis manos descansaban sobre mi estómago, sintiendo la forma en la que mi respiración subía y bajaba con tranquilidad. La luz del amanecer atravesaba la amplia ventana de mi departamento incluso a través de las cortinas grises, y el silencio de la mañana estaba adornado con el canto de las aves.

La alarma de mi teléfono irrumpió suavemente en mis pensamientos, su eco reverberando como un susurro en mis oídos. Con las manos aún adormecidas, busqué debajo de la almohada y silencié el sonido con un toque. Me incorporé lentamente en la orilla de la cama, estiré mis brazos hacia arriba y luego a los lados, liberando un bostezo profundo que parecía arrastrar consigo todo el cansancio de la noche.

Al ponerme de pie, caminé descalza hacia la cocina, disfrutando de la frescura del suelo. Mientras pasaba mi mano suavemente sobre la mesa, mis dedos rozaron el papel que contenía los resultados del primer examen para unirse a las Fuerzas de Defensa. Lo tomé con delicadeza, como quien sostiene una joya preciosa, sintiendo el peso de mis sueños acercarse cada día más a la realidad. Diez días habían transcurrido desde aquella prueba, y sin embargo, cada respuesta aún vivía en mi mente con una nitidez asombrosa. En ese momento, la tranquilidad de saber que estaba un paso más cerca de mi meta envolvía mi corazón como un manto cálido, llenándome de alivio y de una determinación indescriptible.

Preparé mi desayuno con destreza, mis movimientos precisos pero serenos al cortar un poco de fruta. La cocina se llenó del aroma acogedor del café recién hecho y del pan tostado. Después, me dirigí al baño y me sumergí en la ducha. Cada gota de agua se deslizaba por mi piel como un susurro refrescante, arrastrando consigo cualquier vestigio de somnolencia y revitalizando mi espíritu a cada instante. Al salir, el vapor aún danzando en el aire, me vestí con unos pantalones tipo cargo de color negro que abrazaban sutilmente mis piernas. Fajé una blusa negra ajustada, sintiendo la suavidad de la tela contra mi piel. Con una sonrisa, busqué mis queridas botas de combate; cada hebilla y costura eran delicadamente hermosas.

Con una mochila cargada sobre mi hombro, salí de mi departamento. Caminaba con paso decidido, mi cabello entrelazándose en una trenza que iba tomando forma en mis manos. El aire fresco de la mañana rozaba mi rostro, acompañándome en mi prisa. Quince minutos después, llegué al imponente edificio del Hospital Especial de Rehabilitación. Saludé a la recepcionista habitual, cuyo rostro amable me dio la bienvenida, y me adentré en un largo pasillo.

Con cada paso, el murmullo de voces y el eco de mis botas sobre el suelo pulido me guiaban en aquél lugar pacífico, pero al mismo tiempo, angustiante. Al final del corredor, giré a la izquierda y entré en la habitación del fondo, sintiendo una mezcla de emociones como de costumbre.

—Buenos días, Ryuu —dije con cariño, dirigiéndome a mi hermano mayor, quien parecía haberse despertado hace solo unos minutos.

La máquina a la que estaba conectado emitía un pitido constante que me ponía nerviosa. Mirar el monitor cardíaco y todos los medicamentos alineados a su lado me recordaba que su enfermedad no tenía cura. No tenía otra opción más que permanecer conectado a esos dispositivos que lo mantenían con vida.

—Qué sorpresa verte tan temprano, Rai —respondió con su habitual alegría, aunque se notaba débil mientras intentaba sentarse.

Me acerqué de inmediato para ayudarle, acomodando una almohada detrás de su espalda y otra más pequeña en su cintura.

—Vine a esta hora porque estaré ocupada más tarde... Ya sabes, mis exámenes de la universidad —dije, sintiendo una punzada en el pecho al ver su rostro cansado.

Sublevación De EspadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora