Sollozos

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“¡Finalmente, Shigaraki Tomura ha sido derrotado!”

“¡Ya era necesario! Ese hombre no hacía más que atemorizarnos. ¡Se lo tenía merecido!”

“Es un alivio. Al fin podremos dormir en paz”

Las palabras de los civiles resuenan en las cuatro paredes de la habitación, siendo varias las opiniones de las personas sobre la derrota del famoso peli celeste. Diferentes voces, mismos comentarios, mismas intenciones, mismos pensamientos...

Su mano tiembla. Es incapaz de continuar sosteniendo el aparato electrónico en sus manos, y apenas puede reprimir las lágrimas que ruegan por salir de sus ojos a cascadas. Siente su labio temblar varias veces, arrugando la nariz con fuerza.

Duele.

¿Por qué?

Aún cuando le prometió que no le importaría; aún cuando le aseguró que no recordaría siquiera su nombre, aún cuando se vió tan firme en aquél momento. Ahora está... tan terriblemente destruido.

Siente su corazón romperse en pedazos, como si hubieran lanzado una roca al cristal más débil posible, rompiéndolo en miles y miles de pedazos que caen al suelo y lastiman sus pies.

¿Por qué lo permitió? ¿Por qué fue tan estúpido como para creer que había dicho la verdad? ¿Por qué, cuando él estaba justo a segundos de morir, no hizo nada?

Dejó de escuchar las voces que provenían del vídeo que se reproducía en la pantalla, solamente escuchando un repetitivo pitido en su oído que lo irrita, y sobretodo lo aleja de la realidad.

Sus ojos comienzan a picar, amenazando con llorar en cualquier momento. No le importa si alguien lo escucha. Ahora mismo no le importa nada. No le importa si Sero le pregunta qué ocurre desde su habitación, no le importa si los sollozos son tan fuertes que incluso Touya sería capaz de escucharlos. Lo único que le importa ahora es desahogarse de alguna manera.

Y mientras el teléfono se desliza por sus manos, cayendo al suelo con un ruido sordo, las palabras vuelven a resonar en su mente, una y otra vez.

“Lo hago por tu bien, Shouto”

—¿Por mi bien?... —rió irónicamente, las lágrimas cayendo por sus ojos—. Mírame. ¿Parezco estar bien ahora...?

Y hablando a la nada, cayó en la cama con fuerza, derramando lágrimas como si se le hubiera pedido llenar con agua una piscina.

«A la mierda mi bien»

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