•CAPÍTULO 2•

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- ¡Señora Mercedes, señor Francisco! Bienvenidos a vuestro nuevo hogar. - Era un hombre de unos cincuenta años. Estaba agachado en el jardín quitando las malas hierbas. Pero al ver a la familia, se levantó y anduvo hacia ellos. - Soy Alfredo. Os ayudaré en todo lo que necesitéis.

-Encantado de conocerle. Me han hablado muy bien de usted. - Francisco buscaba un hueco para darle la mano al caballero. La puerta de la verja estaba cerrada. Alfredo estaba al otro lado de ella.

- ¡Discúlpeme! -Dijo dándose cuenta de que no estaba abierta. Era su primer día de trabajo y ya estaba empezando con mal pie. - Es que la cerramos para que no entren las ovejas u otros animales mientras trabajamos. Ya lo siento.

Empezó a rebuscar entre los bolsillos de su pantalón. Buscaba la llave de aquel portón, pero solo encontró tierra y pequeñas piedras. Los tres hermanos se miraron sin entender nada.

- ¡DAARÍOOO! - Pegó tal grito que Adela dio un pequeño brinco del susto.

- Creo que ha llamado al perro. - Susurró Edric.

De repente apareció un joven tras un árbol. Su figura hizo que toda la familia le observase. Olivia se quedó mirándolo fijamente. Iba sin camiseta y se le marcaban todos los músculos. Las gotas de sudor hacían que su cuerpo brillase más. Andaba con decisión hasta su padre. Resaltaba lo moreno que estaba. Se notaba que todos los demás no llevaban toda la vida trabajando bajo el sol. El chico se sacudió las manos llenas de arena y después acomodó su negra y corta melena. Adela notó que su hermana se había quedado embobada así que le dio un pequeño golpe con el codo.

-Ni se te ocurra fijarte en él, que ya nos conocemos. -Susurró Adela.

Pero Olivia no la escuchó. Seguía atenta a cada paso de aquel muchacho. Observaba cada vena de las manos y cada músculo del pecho. Hasta que algo la despertó de ese hechizo.

-Hijo no seas maleducado. Haz el favor de ponerte algo. No des tan mala impresión a esta maravillosa familia.

-Pero si así está perfec...- Adela tapó la boca de su hermana antes de que pudiese terminar la frase.

-Lo siento padre. No volverá a ocurrir. - Desató la camisa vieja que llevaba atada a la cintura y se la puso. - ¿Por qué me has llamado?

-Creo que tienes la llave de la verja. Ábrela para que puedan entrar y ver su nuevo hogar.

Darío se puso a buscar entre los bolsillos de su pantalón. Pero al contrario que su padre, él sí que la encontró. Era grande y un poco oxidada. Se acercó e introdujo la llave. Estaban todos ansiosos por ver cómo sería su nueva vivienda. La primera en cruzar la valla fue Mercedes seguida de su marido y de su hijo. Darío hacía una pequeña reverencia con la cabeza a cada miembro de la familia. Olivia quiso quedarse la última para poder hablar con el joven. Pero Adela reconoció su plan así que se quedó junto a ella. La agarró del brazo fuertemente para que no se escapase.

-Tú vas a venir conmigo. - Le susurró.

Las dos empezaron a andar dispuestas a cruzar aquel portón. Darío extendió el brazo para darles un suave beso en la mano. Así solía saludar a todas las damas. Olivia también extendió la mano ansiosa por que le bese. Pero Adela se la bajó de un solo manotazo. Darío se quedó impactado. Olivia miró con una cara fulminante a su hermana.

-Buenos días. - Dijo seriamente Adela mientras empezaban a cruzar la verja.

Lo hizo con una mirada firme y sin mirar al chico. Pensó que su plan había salido a la perfección. Su hermana no tuvo contacto con Darío y tampoco les dejó hablar. Pero la suerte dejó de acompañarla. Justo cuando pensaba que ya había salido de ese incomodo y aterrador lugar, algo la frenó en seco. No podía moverse. Notó como algo le impedía avanzar. Se giró y vio que su vestido se había atascado.

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