Capítulo 3

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Los primeros rayos de sol del invierno del 59 se filtraban entre las rendijas de la persiana, bañando todos los rincones de la pequeña habitación, y colándose por debajo de las sabanas, obligando a que los párpados de Martin se abrieran suavemente, molestos por la claridad. Maldijo para sí y cerró los ojos otra vez, intentando que el sueño acudiera a él tan rápido como se había ido, pero fue inútil. Dio varias vueltas hasta erguir su figura en el colchón a regañadientes. Notó el frío subirle por la columna vertebral al apoyar los pies en el suelo de madera, lo que terminó por despertarle del todo. Se puso a dar vueltas por la habitación revolviendo las pilas de ropa que llevaba semanas sin ordenar para encontrar algo más o menos presentable que no estuviera sucio o completamente arrugado. Pero mientras revolvía, sus ojos divisaron dos piezas de ropa dobladas encima de la silla que se escondía debajo de un pequeño escritorio de madera. Automáticamente supo que se lo tendría que agradecer a su hermana. Desdobló rápidamente camiseta y pantalón y acto seguido se desprendió de las prendas que llevaba puestas, añadiendo dos piezas a la pila de ropa. Se detuvo un momento delante del espejo, inspeccionando su figura de la cabeza a los pies. Aun con la distancia que había entre el joven y el cristal, este podía notar las profundas ojeras bajo sus ojos. Tenía el torso marcado varias veces, hematomas con más y menos intensidad. Antes le hacía gracia verlos ahí, pero consiguió acostumbrarse a ver esas sugilaciones por todo su cuerpo. Y aunque solía intentar que estas estuviesen por debajo de la clavícula para evitar explicaciones, no siempre lo conseguía. Después de mirar bien su reflejo, y decidir que en este no había nada que pudiera delatarle, se puso los pantalones grises, y la camiseta de manga larga negra para salir de su dormitorio.

Puso dirección a la cocina, que se encontraba a unos escasos metros de la puerta que acababa de dejar tras de él, ya que era una casa relativamente pequeña, aunque suficiente para los hermanos. Se le formó una pequeña sonrisa en los labios al escuchar a la chica canturrear en la otra habitación, y amenizó el paso. Pasó el umbral de la puerta, sintiendo el calor que emanaba de la chimenea a su izquierda, haciendo que su piel se ruborizase por el cambio de temperatura. Su hermana levantó rápidamente la vista de un libro, que la tenía ensimismada desde hacía días. No había momento en el que Martin dirigiera su mirada hacia ella y sus manos no estuvieran ocupadas pasando las finas páginas. Le sonrió suavemente, dándole los buenos días con la mirada. Llevaba el pelo atado en un moño que no conseguía sostener toda su melena, y varios pelos rebeldes se escapan en distintas direcciones, lo que, según su hermano, la hacía mucho más guapa. El vasco nunca dudó que había sido la benjamina quien se había llevado la gran parte de la belleza familiar, y se lo decía a menudo, consiguiendo simplemente que esta le pegara en el brazo y negara las palabras de su hermano.

– ¿Martin...? -La llamada de atención por parte de la pequeña le sacó de sus pensamientos.

Miró fijamente a la chica que movió la cabeza en dirección a un plato que contenía el desayuno que esta le había preparado. Martin volvió su vista a ella, mirándola con ternura.

– María te he dicho mil veces que no hace falta. -Dijo señalando hacía la comida. Su hermana levantó el plato para que el vasco lo cogiera entre sus manos

– Y yo siempre te respondo que no me importa. -Se acercó lentamente a él atrayendo su cara con una mano y dejándole un cálido beso en la mejilla.- Come.

Se sentaron juntos en el sofá, separados con la poca distancia que les permitía el tamaño del mobiliario, Martin engullendo la comida, y María sumida en su lectura. Pasaron un buen rato en silencio, solo interrumpido por el ruido de las tostadas al romperse y el movimiento de las páginas libro. Hasta que, mientras se estiraba con todas sus fuerzas, Martin notó la risa de su hermana. Este la miró extrañado, sobre todo cuando se dio cuenta que era de él de quien se reía. Levantó las cejas levemente, esperando una respuesta, mientras María sonreía aguantándose las carcajadas.

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