El amplio salón, únicamente iluminado por el fuego de la chimenea, llevaba un par de horas encerrando las voces de los Bona. Javier estaba recostado en una impoluta, como todo en aquella casa, butaca blanca, frente a un sillón que sostenía los cuerpos de sus padres. Estos estaban pegados, su madre apoyada sobre el pecho del otro, quedándose dormida por momentos. La estancia olía al humo que desprendían los cigarrillos de ambos hombres. Habían estado poniéndose al día. Su hijo contándoles sus aventuras en Inglaterra, los padres escuchando con atención. Mientras conversaban en la tranquilidad de su hogar, Javier se había dado cuenta de lo mucho que les echaba de menos, pero no podía eliminar un cierto sentimiento de incomodidad ante aquel cuadro familiar, pues notaba demasiado el hueco vacío.
– ¿Juanjo está bien? -preguntó sin previo aviso aunque en un susurro para no despertar a la adormilada mujer. El nombre de su hermano ya se había infiltrado en la conversación, pero era el primer momento que preguntaba por él directamente. Su padre suspiró mirando hacia un lado, pensativo.
– Supongo... -Se encogió de hombros.- Últimamente está extraño.
El Sr. Bona frunció el ceño y volvió sus ojos a Javier. Notó algo de miedo surcando el rostro de su primogénito. Los dos hermanos se habían cuidado con su vida, siempre, y por suerte o por desgracia, el mayor había aprendido a descifrar las emociones que Juanjo tanto luchaba por esconder, y que para cualquier otro pasarían desapercibidas. Y esa tarde, con una taza de té en la mano, conversando con su hermano, había notado algo diferente.
– Lo sé... lo he notado. -suspiro.- Además se marchó con vuestra llegada, sin decir palabra... -Una risa seca por parte de su padre interrumpió sus pensamientos.
– Lleva días haciéndolo. -dejó el cigarrillo en el cenicero intentando no moverse demasiado para no despertar a su mujer.- Se va en mitad de la noche, regresa de madrugada y cree que no nos damos cuenta...
– Pero... -A Javier le surcaban todo tipo de ideas, pero ninguna le convencía demasiado, o tenía suficiente sentido.- ¿Y habéis probado a preguntarle a ella?
Un rostro apareció en sus pensamientos mientras formulaba la pregunta. Una joven hermosa, carente de imperfecciones, con un cabello siempre recogido a la perfección en un moño, sin permitir que un solo pelo escapara del remolino rubio.
– No, pero porque no se ha dado la ocasión. -Y aquello, que cualquier otra persona interpretaría como una declaración de lo más común, para Javier fue la gota que colmó el vaso. Y por el tono, entendía que a su padre le sucedía lo mismo.
No mentiría si dijera que la joven que acababa de aparecer en sus recuerdos segundos atrás no era como una hermana menor. Si pensaba en ella recordaba su larga melena moviéndose de un lado al otro de su sien mientras corría veloz por los largos pasillos, escapando del niño de pelo moreno al que llamaba su hermano. Durante un tiempo sus risas entremezcladas llenaron la mansión de los Bona, hasta que estas se empezaron a esconder tras la puerta del dormitorio de Juanjo, y la casa empezó a colmarse de dudas, sonrisas con cargada picardía e intentos de escuchar a través de las paredes.
Pero hay un momento que Javier recordaba con mayor nitidez, aunque sobre todo, con mayor tristeza. Recordaba el cielo gris, la lluvia eliminando el silencio absoluto del pasillo al chocar contra los cristales. Su cuerpo agotado, en el suelo junto a la puerta cerrada, respirando profundamente para no perder todo ápice de razón y entrar en la habitación. Y recordaba por encima de todo, los dos llantos entremezclados en los que se habían convertido aquellas risas infantiles. Cuando sus padres les habían comunicado su traslado temporal a Inglaterra había notado el alma de su hermano derrumbarse, olvidando todo aparte de aquella palabra que significaba lo mismo que alejarse de todo lo que quería, alejarse de ella. Vio a su hermano correr escaleras arriba, acto que convirtió toda madurez del quinceañero en la propia de un niño. Javier sabía que debía dejarle su espacio, pero después de esperar un buen rato a que el menor apareciera, no aguantó sus impulsos y se detuvo frente a su puerta, decidido golpear los nudillos contra esta, cuando oyó dos tipos de sollozos filtrándose por las paredes. Los mismos que había oído centenares de veces causados por golpes en las rodillas, apropiaciones de juguetes o las palabras de una madre que les decía que al día siguiente se volverían a ver. Eran los mismos, pero absolutamente diferentes. Más maduros, razonables, y más angustiosos, consiguiendo empañar las pupilas del oyente. Pero no se marchó, simplemente se quedó allí, pensando en soluciones desesperadamente, porque si había algo que Javier Bona había hecho siempre y se juraba constantemente que lo seguiría haciendo hasta que su cuerpo se convirtiera en cenizas, era cuidar de su hermano pequeño.
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love me tender
FanfictionEn una ciudad llena de secretos, la verdadera aventura comienza cuando las luces se apagan y las máscaras caen. En la Barcelona del 1959 Juanjo Bona disfruta de una vida llena de privilegios y lujos que otros sólo pueden soñar. Mientras tanto, Marti...