Capítulo 5

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El espacio que se abrió ante sus ojos difería bastante de lo que el vasco había imaginado, pues la decoración, que esperaba extravagante y cargada, era minimalista, sin excesos decorativos encima de la pared color canela. Las lámparas que colgaban del techo, que Martin imaginaba como enormes arañas de cristal descendiendo con elegancia encima de los visitantes, eran simples, con un brazo central del cual salían cinco más pequeños disponiéndose a su alrededor, donde brillaban las cálidas bombillas. Aunque el norteño si había acertado en el extenso pasillo cuya longitud terminaba abriéndose a una sala mayor que no distinguía, pero por el alboroto interior, supuso que sería el salón destinado a ese tipo de veladas. Nadie creería que aquella morada era habitada por una familia, pues el ambiente era poco afectivo, más serio y elegante de lo esperado en un ambiente familiar, y dicha característica sólo se veía reflejada en los cuadros que colgaban de la pared, cuyos protagonistas Martin no conseguía distinguir. Después de otro leve repaso visual, el vasco se volvió hacia el anfitrión que esperaba de brazos cruzados sonriendo amablemente al empleado que se sintió levemente avergonzado por su ensimismamiento en la vivienda. El mayor observó detenidamente al vasco, recorriéndole con su mirada de la cabeza a los pies, lo que consiguió incomodar al contrario, sobre todo por la calma y la tranquilidad con la que llevaba a cabo la acción. Martin siguió los movimientos de la mano del mayor hasta su barbilla, que rascó con suavidad, aun con sus ojos fijos en el cuerpo del menor, y fue cuando éste comprendió que aquella mirada estaba inspeccionando su vestimenta, y lo hacía con cierta desesperación.

– Dios, perdóneme Sr. Bona, lo siento un motón, no encontré nada lo suficientemente adecuado y esto era lo único que... -Sus palabras, totalmente atropelladas a causa de los nervios, fueron detenidos por una corta carcajada del contrario.

El mayor se acercó a él, apoyando una mano en su hombro con intención de calmarle, aunque aquel gesto sólo consiguió mayor incomodidad en el interior del vasco.

– Primero, llámeme Javier, Sr. Bona hace que me sienta mayor, y mi padre aún vive. -Martin asintió rápidamente.- Y no se preocupe, tengo preparado un traje para usted. Sígame. - Javier se adelantó y empezó a avanzar por el amplio pasillo, con el sorprendido vasco pisándole los talones.

Martin se moría de ganas por saber que escondía aquella habitación de la que procedían varios murmullos irreconocibles, y su emoción aumentaba según avanzaban hacía el nuevo espacio, pero para su desgracia, el anfitrión tomó otra ruta, subiendo por las amplias escaleras que se curvaban levemente adentrando a ambos hombres en una planta desconocida para el moreno. Aquel espacio resultaba más acogedor debido a la cercanía de las paredes, y la corta longitud del pasillo que acababa con un gran ventanal en forma absidal. El vasco no tuvo tiempo a observar mucho más pues Javier entró en uno de los dormitorios invitándole a pasar tras de él. El espacio estaba increíblemente impoluto y ordenado, sin una sola mota de polvo visible en la gran cómoda, único mueble aparte del gran armario empotrado. Martin se fijó instintivamente en el único objeto que alteraba la pureza del lugar, varias piezas de ropa, dobladas sutilmente encima de la colcha blanca, dando un toque de color, debido a la inmensa falta de decoración que solo era interrumpida por aquella prenda, y una fotografía de Elvis Presley, objeto que descolocó levemente al vasco, pero al que decidió no prestarle demasiada importancia.

Javier se acercó al armario abriendo la puerta dejando al descubierto un enorme espejo de la medida de la misma, y el interior del armario, igual de ordenado que el resto de la estancia, un poco obsesivamente, pensó Martin.

– Tiene aquí todo lo necesario. -dijo el mayor tendiéndole las prendas que reposaban encima de la cama.- Si necesita algo avíseme. -Martin asintió mientras Javier se disponía a salir de la habitación.- Ah, y espero que el traje sea de su medida, es de mi hermano menor pero creo que le sentará perfectamente, además le vendrá mejor que uno de los míos. -concluyó el mayor cerrando la puerta tras de sí.

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