Capítulo IV: Rompiendo esquemas

18 2 2
                                    

Como a diario emprendí mi recorrido hacia el colegio y como de costumbre hice mi parada en la plaza. Para mi sorpresa, el banco que usualmente elijo estaba ocupado por un chico, el cual parecía entretenido ordenando figuritas o algo así. Desde donde estaba no lograba verlo. Me acercaba a paso lento mientras bebía sorbos de café y estaba atenta a no volcarme sobre la camisa. Me posicioné muy cerquita de él cuando apareció Isa por su esquina habitual. En lo que volteé a verla el muchacho había cargado su mochila y se había ido a paso medio rápido y sin detener la vista en nosotras.
Nos miramos y observamos el banco sin comprender porqué habría dejado todos sus "papelitos" allí. Ya estábamos acercándonos más y disponiéndome a gritarle para avisarle cuando Isa me pega un codazo y me toma de la mano. Miro y ... ¡no puedo creerlo!

- What? ¿Qué onda? ¿Y ese quién era? - mientras Isa no dejaba de fruncir el ceño y entrecerrar los ojos viendo al flaco alejarse.
- No entiendo al 100 pero, si no me equivoco... y sabés que pocas veces me equivoco: es el chico que nos miraba ayer en la mañana desde aquel banco - señaló el borde de la plaza.
- Bueno, no le demos importancia. Ya se fue. ¿Te sentás un ratito? Dale, ya extendí la alfombra roja para la realeza. - invité en tono burlesco.
- Por supuesto que es un honor tomar este banco con pétalos, mi lady amiga. - fue cuestión de segundos para que aplastáramos los pétalos que formaban: A♡.

Y esa fue la primera vez que me crucé con él, que nos vimos (más yo que él), que supe que este muchacho existía en nuestra pequeña city. Obviamente fue todo visual, no cruzamos ni una palabra, no quedó más recuerdo que ese. Este acto fue característico por su intento de llamado de atención, con colores, pétalos, dedicación. Pero, lo que desconocía él es que de momento no lo había conseguido. Digamos que mis intereses se establecen una vez que tengo conocimiento del objeto, como la mayoría de las personas que siguen una lógica, necesito conectar de alguna forma. Siempre me percibí como alguien fuera del estándar de mi edad: tengo gustos por cosas que no comparto con la mayoría de mis compañeros, la vestimenta que elijo, mis lecturas, mis pasatiempos. A veces me creo rara pero también me veo excepcional y me animo a seguir siendo así de distinta, porque me gusta no encajar con los demás, que no esperen de mí, romper con los esquemas y ser pensante y crítica; diría algo mejor que el promedio juvenil pero, mejor me muerdo la lengua. Simplemente por esto afirmo que él no me conoce en lo más mínimo y mi brújula de atención no se movió ni un centímetro pero, eso él no lo sabe.

Mientras tanto retomamos nuestro paseo acelerado, producto de tanta cafeína en lo que comenté a Isa lo que pensaba hacer con este impulso de escritura que estaba atravesando, así como también lo conversado con el profesor y con mi padre. La verdad que era algo que me tenía inquieta pero muy feliz, ansiosa e impulsada a mejorar en ese aspecto. Era como si por primera vez me hubiese puesto pilas nuevas y un turbo. Maquinaba que daba miedo. Nunca había vivido tan intensamente una experiencia que me produjera emociones tan fuertes e incluso contradictorias también. Lo único que tenía en claro era lo feliz que estaba siendo y lo mucho que quería compartirlo con mis personas favoritas.

Una vez en la clase del profe Fernández Lugo me sentía muy feliz, no podía disimularlo. Todo lo que cargaba mi ser me ayudaba a estar así, y al ser él quien me había impulsado a seguir este "sueño" que no sabía que se forjaba en mi interior, lograba verlo con más afecto que a los demás profes. Mi mirada lo seguía mientras impartía su clase, apenas escuchaba que mencionaba la Revolución de Mayo y los federales -La historia es contada como conviene que sea recordada. Son pocas las personas que contaron y cuentan la Revolución como fue realmente, un hecho pacífico- pronunciaba él en el fondo de mis pensamientos. Al terminar la clase y muerta de nervios, cosa que jamás cargaba, me acerqué al profe y extendí mi mano temblorosa con un papel.

-Pro, esto es mío y aunque no signifique nada real me gustaría que lo lea. ¿Puede? - sostenía un papel enrollado y atado, mientras moría de vergüenza y me sentía sonrojada y calurosa al mismo tiempo. Mientras mantenía mi mano extendida con la otra me sentí la temperatura del cachete. Él me veía intrigado e indeciso a tomarlo.

Tus versos, mi perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora