CAPÍTULO CUARTO

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El día siguiente fue uno muy difícil de olvidar. El ingreso de los periodistas en Infortunio, y la movilización "masiva" de personas creó una especie de caos controlado en las partes más concurridas del pueblo. Aquel día fue claro, un cielo azul y despejado, moteado por una que otra nube diminuta que se desplazaba al son de la brisa que, de vez en cuando, arremetía con furia contra ellas.

Mientras afuera se escuchaban gritos vibrantes de la multitud que clamaba justicia, dentro de la sala de interrogatorios Silvano, en silencio, se acariciaba suavemente la mano derecha, allí donde tenía un hematoma que empezaba a desaparecer. Arturo llevaba más de una hora interrogándolo, pero no había conseguido sacar de él ninguna información que lo vinculara a las muertes de Diego y de Margot. La mañana en la que la niña de cabellos castaños desapareció, él estaba trabajando, circunstancia que posteriormente pudo ser corroborada por sus compañeros, y que había quedado registrada en una cámara de seguridad, siendo imposible que él tuviera relación directa con la desaparición de Margot, claro, siempre que Jared no hubiera mentido sobre haber visto a la chica, ¿por qué habría de hacerlo? En primer lugar, si Nilo hubiese tenido la intención de encubrirlo, no habría comentado que vio a Margot la mañana en la que esta desapareció. Por otro lado, existía la remota posibilidad de que la chica a la que vio Jared no se tratase de Margot, sino alguna otra con características similares... pero esa era una posibilidad que lo alejaría demasiado de la verdad, y Arturo deseaba con todas sus fuerzas creer que sí se trataba de ella.

—Muy bien, señor Ríos —le dijo Arturo tras dejar escapar un suspiro, sintiendo la espalda completamente tensionada—, espere en la recepción, junto a su familia.

Arturo salió detrás de Silvano, intentando encontrar a Nilo entre las tantas personas que estaban allí, pero frente a él se postró Francisco, empapado en sudor y con la cara enrojecida.

—¿Cómo le fue con esos? —le preguntó Arturo, refiriéndose a la prensa.

—Lo usual, sobre los avances en la investigación, teorías, todo eso —le contestó, secándose el sudor del rostro con un pañuelo que se sacó del bolsillo—. También me preguntaron si consideraba que el homicidio de Margot era un delito de género, ¿puedes creerlo?

—Curiosa pregunta —se limitó a afirmar.

—Te van a comer vivo allá afuera, eres el hombre del momento —le dijo Francisco, dándole dos palmadas en el hombro y abandonando el recinto con premura.

Detrás de las ventanas de cristal podía ver a las personas movilizándose, alzando carteles variopintos cuyo contenido no alcanzaba a leer desde allí. Cuando dio media vuelta lo vio allí sentado, Jared tenía la mirada fija en la mano de su padre, como si lo hiciera recordar algo poco grato, luego arrugó el entrecejo y apretó los puños.

Junto a él estaba Ana, cargando dificultosamente en sus brazos a Noemi. La niña de cinco años vestía una camisita gris con magas largas, y tenía medio rostro recostado sobre los pechos de su madre. Cuando Arturo se acercó a ellos Ana se puso de pie, aún con la niña en brazos, y se alejó unos pasos de allí, como evitando estar demasiado cerca de él.

—Sígueme, Jared —le dijo cuando estuvo frente al niño, pero siguiendo a Ana con la mirada.

El niño se veía más inquieto, como si estuviera lleno de preocupaciones. Le dio una mirada rápida a la mano de su padre, y luego miro a Ana, casi que con una expresión de lástima y de resignación.

—Tu madre se comporta de forma extraña —le dijo al niño una vez estuvieron sentados en sus respectivas sillas dentro de la sala de interrogatorios.

—Estamos de acuerdo —se limitó a decir Jared, quien ahora lucía más tranquilo.

—La primera vez que hablamos me dijiste algo en lo que no he dejado de pensar —le confesó el inspector a Jared—, que existe una razón por la cual tu padre y hermana nunca están juntos a solas.

El Artífice de InfortunioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora