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Elizabeth Olsen, a sus 25 años, acababa de recibir un gran papel que esperaba cambiaría su carrera. A pesar de su ascendente estatus de celebridad, Elizabeth mantenía una humildad y una calidez que la hacían querida por todos los que la conocían.

Nacida en Sherman Oaks, California, Elizabeth creció en el corazón de Hollywood, siendo la hermana menor de las famosas gemelas Olsen. Aunque su infancia estuvo marcada por la fama y el éxito de sus hermanas mayores, Elizabeth siempre buscó su propio camino. Desde pequeña, mostró un interés genuino por la actuación, participando en obras escolares y recibiendo clases de teatro.

Su gran oportunidad llegó con la película "Martha Marcy May Marlene", en la que interpretó a una joven que lucha por adaptarse a la vida normal tras escapar de una secta. La actuación de Elizabeth recibió elogios de la crítica y la catapultó al estrellato, demostrando su capacidad para abordar roles complejos y emotivos.

Recientemente, Elizabeth se había mudado a una exclusiva zona de Los Ángeles, disfrutando de su vida de soltera y de la tranquilidad de su nuevo hogar. Su casa, aunque lujosa, no era una mansión ostentosa de película. Con líneas limpias y una decoración elegante pero sencilla, la vivienda reflejaba su carácter: sofisticada pero accesible, con un ambiente acogedor y lleno de detalles que mostraban su amor por la simplicidad y el confort. Una amplia terraza dominaba la parte trasera de la casa, ofreciendo una vista espectacular del océano Pacífico y los atardeceres de la ciudad.

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Pov. Elizabeth

Me encantaba esta hora del día, cuando el sol empezaba a descender y los tonos cálidos pintaban el cielo de Los Ángeles. Desde que me mudé a esta casa, la terraza se había convertido en mi rincón favorito. Hoy, después de un día largo de reuniones y lecturas de guion, me preparé una taza de té verde y agarré mi libro favorito, ansiosa por disfrutar del atardecer.

La brisa salada del océano acariciaba mi piel mientras me acomodaba en una silla cómoda, sintiendo el peso del día comenzar a disiparse. Abrí el libro, dejando que las palabras me transportaran a mundos lejanos, pero de vez en cuando levantaba la vista para admirar el cielo cambiante.

Fue entonces cuando lo vi. A lo lejos, cerca del borde del risco, una figura solitaria se destacaba contra el resplandor dorado del atardecer. Parpadeé, asegurándome de que no era una ilusión creada por la luz. No, definitivamente había alguien allí, de pie, mirando al horizonte con una intensidad que me resultó intrigante.

Me quedé observando por unos minutos, tratando de discernir más detalles sobre esta persona. ¿Qué haría alguien solo en un lugar tan peligroso a esta hora del día? La curiosidad comenzó a crecer en mi interior. Tal vez era un vecino, alguien de la zona. Aunque no había tenido mucho tiempo para conocer a la gente del vecindario, la mayoría parecían disfrutar de la privacidad tanto como yo.

Cerré mi libro, incapaz de concentrarme en la lectura mientras mis pensamientos seguían volviendo a esa figura solitaria. El atardecer, que normalmente me llenaba de paz, ahora parecía estar cargado de un nuevo misterio. ¿Quién era esa persona y qué lo había llevado hasta allí?

Decidí que, después de terminar mi té, daría un paseo por el risco. Quería disfrutar del aire fresco y, tal vez, encontrarme con ese desconocido. Algo en su postura, en la forma en que miraba el horizonte, me decía que había una historia que descubrir. Y, aunque no estaba segura de qué esperaba encontrar, sentía que valía la pena intentarlo.

Dejé la taza vacía en la cocina y me puse una chaqueta ligera. El aire de la tarde estaba empezando a enfriar, y el paseo prometía ser revitalizante. Salí de mi casa y cerré la puerta con cuidado, disfrutando del crujido reconfortante de la grava bajo mis pies mientras caminaba por el camino que llevaba a la calle principal del vecindario.

El vecindario era una muestra de lujo discreto. Las casas, aunque imponentes, no buscaban deslumbrar con ostentación, sino más bien con elegancia y buen gusto. Los jardines estaban meticulosamente cuidados, y las calles eran amplias y tranquilas. A pesar de la cercanía a la vibrante ciudad de Los Ángeles, esta zona ofrecía un remanso de paz y exclusividad que atraía a quienes buscaban un refugio del bullicio.

Mientras caminaba, saludé a algunos vecinos que disfrutaban de sus propias actividades vespertinas. Una pareja paseando a su perro, un hombre mayor cuidando su jardín, todos parecían estar disfrutando del mismo respiro de serenidad que yo. El sol seguía descendiendo, tiñendo el cielo de colores aún más profundos y ricos.

Me dirigí cerca del risco, con la esperanza de encontrarme con el misterioso hombre que había visto desde mi terraza. Sin embargo, al llegar al punto donde lo había visto, descubrí que ya no estaba allí. La roca enorme se erguía solitaria contra el cielo teñido de dorado y naranja, sin rastro de la figura que había captado mi atención.

Una leve desilusión me invadió al darme cuenta de que mi pequeña aventura no tendría el desenlace esperado. Me quedé un momento en el lugar, dejando que la brisa marina despeinara mi cabello y reflexionando sobre quién podría haber sido aquel hombre y qué lo había llevado hasta allí. Tal vez, al igual que yo, buscaba un momento de tranquilidad y reflexión.

Finalmente, me di la vuelta y emprendí el camino de regreso a casa. Aunque no había resuelto el misterio, el paseo había sido agradable y reconfortante. Caminé lentamente, disfrutando del silencio y la calma que envolvía el vecindario. Al llegar a mi casa, sentí una paz interior renovada, como si el simple hecho de estar afuera y respirar el aire fresco hubiera aliviado alguna tensión invisible.

De vuelta en mi hogar, me preparé para la noche. Me lavé la cara, me puse el pijama y me recosté en la cama, sintiendo el suave murmullo de la casa que me rodeaba. Mientras cerraba los ojos, no pude evitar pensar en la figura solitaria en el risco. Quizás, algún día, nuestros caminos se cruzarían nuevamente. Por ahora, me conformé con la tranquilidad de mi cama y el susurro del océano en la distancia, dejándome llevar al sueño con una ligera sonrisa en los labios.

Sobre El Risco || Elizabeth Y TuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora