Una familia capítulo 1 (reescrito)

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Un viento gélido retumbaba con fuerza por todos lados, cortando el aire como cuchillos afilados. Cada aliento helaba hasta la más pequeña parte del cuerpo, y dondequiera que se mirara, el paisaje blanquecino dominaba la vista. La caída lenta de pequeños copos de nieve daba un toque mágico a tal clima, pero el invierno de ese año era el más frío que una pequeña estaba experimentando. No era para menos, pues se encontraba perdida en medio del bosque en esas condiciones.

La pequeña, de apariencia desaliñada, caminaba sin rumbo fijo, con la mirada perdida mientras cojeaba. Detrás de ella, un rastro de color rojo destacaba contra el blanco inmaculado del entorno. Sus ojos, que alguna vez habían brillado con inocencia, ahora estaban apagados. Su piel, casi del mismo color que la nieve, dejaba entrever sus huesos, insinuando una dolorosa falta de comida. Para su desgracia las fuerzas se le estaban acabando, le quedaba poco tiempo para sucumbir ante tales adversidades.

El viento gélido seguía azotando sin piedad, y la pequeña se tambaleaba cada vez más con cada paso. Sus fuerzas se agotaban rápidamente, y el dolor en su pierna herida se volvía insoportable. Cada respiración era una lucha, el aire frío se sentía como cuchillas en su garganta. Sus párpados, pesados como el plomo, comenzaban a cerrarse contra su voluntad.

En un último esfuerzo, alzó la vista y, a través de la neblina de nieve, vislumbró una figura que se acercaba. La esperanza titiló brevemente en su mirada apagada antes de que el agotamiento la venciera por completo. Mientras en su cabeza comenzaron a retumbar preguntas  "¿Por qué? ¿Por qué mi madre no me quiere? ¿Hice algo malo? ¿Por qué me odian tanto, papá, mamá?".

Cuando la pequeña pudo salir de la oscuridad, se encontró en un paraje distinto. Algo temerosa, solo podía observar lo que tenía a su alrededor: una habitación bastante acogedora, envuelta en una gruesa sábana que le ayudaba a mantener el calor. A su lado, había una bandeja con vendas, plantas y agua. Tras unos minutos de procesar la situación, se atrevió a levantarse. 

Al intentar mover su pierna, un pequeño grito de dolor salió de su boca. De inmediato, quedó atónita. Tenía prohibido quejarse, y si lo hacía, recibiría una dolorosa paliza. Temblando de manera descontrolada, se movió a la esquina de la habitación, esperando que en cualquier momento la puerta se abriera y la pesadilla comenzará nuevamente.

Cuando la puerta se abrió, pudo observar a una joven de cabello negro acercándose a ella. Cada vez más asustada, la niña solo pudo taparse la cara y comenzar a sollozar.

—L-lo siento, yo no que-quería, de verdad —soltó con un susurro tembloroso.

—Shh, tranquila, pequeña —la mujer acaricio su cabello—. No tienes porqué disculparte, no hiciste nada malo.

La niña levantó la mirada, con lágrimas aún rodando por sus mejillas. La amabilidad en los ojos de la joven la desarmó. Lentamente, dejó de sollozar, aunque aún temblaba.

—Estás a salvo ahora —continuó la joven con voz suave—.Soy Maiko. Te encontré en el bosque y te traje aquí. Vamos a cuidarte.

Maiko se arrodilló a su lado, tomando una de sus manos con delicadeza. La niña, aún con miedo, sintió un leve consuelo en el toque cálido y la voz tranquila de Maiko.

—Tienes que descansar y dejar que te cuidemos, ¿de acuerdo? —dijo, acariciando suavemente el cabello de la niña.

—D-duele —murmuró la pequeña, mirando su pierna herida.

—Lo sé, pequeña. Vamos a curarte y hacer que te sientas mejor. No estás sola, y nadie te hará daño aquí.

Maiko se levantó y tomó la bandeja con vendas y plantas, comenzando a preparar una cataplasma para aliviar el dolor de la niña. Mientras trabajaba, hablaba en voz baja, contándole historias sobre los animales del bosque y las montañas, intentando distraerla del dolor y el miedo. Poco a poco, la niña empezó a relajarse, sintiendo que, quizás, había encontrado un lugar seguro donde podía empezar a sanar.

Corazones Unidos (Giyū Tomioka) ReescribiendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora