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La música estruendosa de la fiesta de compromiso retumbaba en las paredes de la mansión, una celebración exuberante organizada por mi familia para anunciar mi inminente matrimonio con Max Verstappen, el hombre que ahora ocupaba cada rincón de mis pensamientos. Las luces brillantes y las risas resonaban en el aire, pero todo parecía distante mientras me encontraba atrapada en un armario oscuro, ahogada en la intensidad de nuestros cuerpos.

Max había insistido en un momento a solas, y yo, como siempre, no pude negarme. Con una mezcla de temor y deseo, me había dejado llevar por su fuerza y autoridad. Sus manos recorrían mi cuerpo con una urgencia que me hacía temblar, su voz baja y ronca susurrándome palabras sucias al oído.

—Eres mía, Ana. Solo mía —dijo Max, su aliento caliente contra mi cuello mientras sus dedos deslizaban la tela de mi vestido hacia arriba.El corazón me latía con fuerza mientras asentía, incapaz de articular una respuesta coherente. Sentía la necesidad de complacerlo, de demostrarle que era completamente suya. Mis manos temblorosas intentaban desabrochar su cinturón, pero él me detuvo, sus ojos llenos de posesividad y deseo.

—Dime que me necesitas, Ana. Dímelo —gruñó, apretando mis caderas contra su dureza.

—Te necesito, Max —susurré, mis palabras apenas audibles sobre el ruido de la fiesta afuera.

Sus labios encontraron los míos en un beso feroz, su lengua invadiendo mi boca con una pasión salvaje. Cada caricia, cada toque, estaba cargado de una energía que me dejaba sin aliento. Mis dedos se enterraron en su cabello mientras sus manos firmes levantaban mi vestido hasta la cintura, exponiendo mi piel desnuda a su toque.

—Así me gusta —murmuró, apartándose apenas lo suficiente para mirarme a los ojos antes de empujarme contra la pared del armario.

La oscuridad nos envolvía, y podía sentir la urgencia en cada movimiento de Max. Me giró bruscamente, mis manos encontrando apoyo en las frías paredes mientras él bajaba la cremallera de mi vestido. El sonido del tejido rasgándose resonó en mis oídos, pero no me importó. Nada importaba excepto Max y su insaciable deseo por mí.

—Eres una chica buena, Ana. Siempre tan obediente —dijo con una sonrisa perversa en sus labios, sus manos explorando cada centímetro de mi piel expuesta.

—Sí, Max —respondí, mi voz temblando de anticipación.

Su mano se deslizó entre mis piernas, encontrándome ya húmeda y lista para él. Gemí en voz baja, mordiendo mi labio para no hacer demasiado ruido. Max disfrutaba con mi sumisión, con mi necesidad de complacerlo, y yo estaba dispuesta a darle todo lo que quería.

—Esto es lo que quiero, Ana. Que estés así de desesperada por mí —dijo mientras introducía un dedo dentro de mí, arrancándome un jadeo.

Mi cuerpo se arqueó contra la pared, buscando más de su toque, de su control. Sentía que me desmoronaba bajo su dominio, completamente perdida en la sensación de pertenecerle.

—Max... por favor... —gemí, mis palabras entrecortadas por el placer que me estaba brindando.Él rió suavemente, retirando su mano solo para reemplazarla con la dureza de su miembro.

 La sensación de él llenándome, reclamándome como suya, era abrumadora. Me sujetó por las caderas, empujando con fuerza, su respiración pesada contra mi oído.

—Eres mía, Ana. Siempre serás mía —dijo, su voz cargada de deseo y posesión.
Cada embestida era una declaración, una promesa de que nunca me dejaría ir. Mis gemidos se mezclaban con los suyos, nuestros cuerpos moviéndose al unísono en una danza frenética de pasión. Sentía que me estaba desmoronando, perdiendo toda noción de tiempo y espacio, entregándome completamente a él.


Finalmente, con un último gruñido de satisfacción, Max se derramó dentro de mí, su cuerpo temblando de placer. Nos quedamos así, juntos, respirando con dificultad en la oscuridad del armario, antes de que él se apartara lentamente, sus manos aún firmemente sujetas a mis caderas.

—Ahora, vuelve a la fiesta como si nada hubiera pasado —me ordenó, sus ojos brillando con una mezcla de satisfacción y posesividad.

Asentí, reajustando mi vestido y alisando mi cabello antes de salir del armario. Sabía que, aunque esta noche había sido solo el comienzo, siempre estaría bajo su dominio, siempre sería suya. Y, de alguna manera, eso me llenaba de una oscura y adictiva emoción.


Salimos del armario, nuestras respiraciones todavía aceleradas y nuestras miradas cargadas de complicidad y satisfacción. Max me rodeó con su brazo, atrayéndome hacia él mientras nos dirigíamos de regreso a la fiesta. El ruido y las luces nos envolvieron nuevamente, y nos unimos al bullicio como si nada hubiera pasado.

—No puedo esperar a verte así todos los días, Ana —susurró Max en mi oído, su voz llena de promesas oscuras.


Reí suavemente, disfrutando de la atención de los invitados que nos observaban con envidia y curiosidad. Sin embargo, nuestra tranquilidad se vio interrumpida de repente. Un alboroto en la entrada captó la atención de todos. Giramos la cabeza al unísono y lo vimos: un joven, desesperado, luchando contra los guardias que intentaban sacarlo a rastras.


—¡Ana, recuérdame, por favor! ¡Yo soy tu esposo! —gritaba el chico, su voz llena de angustia y desesperación—. ¡Recuerda la marca en tu cabeza! ¡Por eso no recuerdas ni tu niñez ni cómo lo conociste a él!

Los guardias lo arrastraban con dificultad, mientras él continuaba gritando. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, mi mano instintivamente subiendo a tocar la cicatriz en mi cabeza, vestigio del accidente automovilístico que había sufrido. Mis recuerdos eran fragmentados, incompletos.

 Miré a Max, buscando alguna explicación en sus ojos, pero él mantenía una expresión imperturbable.


Antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, mi madre apareció a nuestro lado, sus manos firmemente en nuestros hombros.

—No le hagan caso —dijo con una calma inquietante, su mirada fija en mí—. Es solo un cabo suelto que dejó tu padre.

Mi madre nos condujo lejos de la conmoción, alejándonos del chico que seguía gritando mientras era arrastrado fuera de la mansión. Sentí una confusión abrumadora, las palabras del chico resonando en mi mente.

—¿Quién era ese? —pregunté, mi voz apenas audible sobre el ruido de la fiesta.

—Nadie importante, querida —respondió mi madre con una sonrisa tranquilizadora—. Solo un delirio de alguien que no tiene nada mejor que hacer.

Max apretó su mano sobre la mía, su mirada dura y protectora.

—No te preocupes por él, Ana. Eres mía y solo mía —dijo, su voz baja y firme.

Asentí lentamente, intentando apartar la confusión y el miedo que empezaban a surgir en mi interior. Pero algo dentro de mí no podía ignorar las palabras del chico, su desesperación y la verdad que parecía haber en su voz.

La fiesta continuó, y aunque intenté concentrarme en el momento, una parte de mí no podía dejar de pensar en la cicatriz en mi cabeza y en los recuerdos que no podía alcanzar. ¿Qué había pasado realmente en mi pasado? ¿Y por qué mi madre y Max parecían tan ansiosos por que no lo descubriera?

Mine. - Max Verstappen Y Charles Leclerc-+18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora