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El gimnasio estaba casi vacío esa mañana, lo cual era perfecto para mí. Me gustaba entrenar temprano, cuando el mundo aún estaba despertando y podía tener un momento de paz. Me coloqué los auriculares, dejando que la música llenara mis oídos mientras corría en la cinta. Sin embargo, no podía sacudirme la sensación de que alguien me observaba.

"Debe ser uno de los guardaespaldas que Max me obliga a llevar", pensé, tratando de ignorar la incomodidad. Decidí que era hora de tomar un descanso y me dirigí a los casilleros para beber un poco de agua.

Al entrar en el área de los casilleros, sentí una mano fuerte cubrir mi boca y me empujaron contra la pared. El pánico me invadió, pero cuando miré al atacante, reconocí al chico de la fiesta. Charles.

—No grites, por favor —dijo, soltando mi boca pero manteniendo una mano en mi brazo—. No quiero hacerte daño...soy charles

—¿Por qué me sigues? Sabes lo que te hará mi prometido si se entera de esto —le dije, intentando mantener la calma.

Charles suspiró, su expresión grave y determinada.

—¿Por qué me haría algo si yo soy tu esposo? —dijo, extendiéndome un documento.Miré la carpeta, mi mente llena de confusión.

—Ana, necesito que pongas esa cabeza a trabajar. Dentro hay algo importante —añadió, sus ojos suplicantes.

No abrí la carpeta, pero la mantuve en mis manos, sintiéndome atrapada entre la curiosidad y el miedo. De repente, escuché un golpe en la puerta.

—¿Señorita Sainz, todo bien? —preguntó uno de los guardaespaldas de Max.

—Sí, sí, todo bien —respondí, mi voz temblando ligeramente.

Me giré hacia Charles, mi mente trabajando rápido.

—Escóndete ahí, rápido —le indiqué, señalando un pequeño armario al final del pasillo.

Charles asintió y se escondió. Guardé el documento en mi bolsa de gimnasio y abrí la puerta.

—Bien, vámonos —dije, tratando de actuar con normalidad.

El guardaespaldas me miró con sospecha, pero no dijo nada y me escoltó fuera del gimnasio. Mi corazón latía con fuerza mientras caminábamos hacia el coche. Sabía que tenía que averiguar qué había en esa carpeta y, sobre todo, qué significaba todo esto para mi vida.Max me esperaba en casa, y mientras subía al coche, no podía dejar de pensar en lo que Charles había dicho.

Llegué a la casa y encontré a todos en el jardín desayunando. Max me miró con curiosidad.

—¿Y esa cara? —preguntó, levantando una ceja.

—No, nada. Iré a ducharme y me uno a ustedes —respondí, tratando de mantener la calma.

Casi corriendo, subí a nuestra habitación y cerré la puerta con seguro. Mi corazón latía con fuerza mientras abría la carpeta con manos temblorosas. Dentro, encontré un acta de matrimonio que certificaba que estaba casada con Charles. Pero lo que realmente me dejó helada fue el acta de nacimiento de una niña... mi hija.

El golpeteo de la manija de la puerta me sacó de mis pensamientos. Rápidamente, escondí los papeles debajo de la cama y abrí la puerta. Max estaba allí, su rostro mostrando una mezcla de molestia y curiosidad.

—¿Por qué pusiste seguro a la puerta? —preguntó con un tono de irritación.

—Me iba a desnudar y, como todos están despiertos, no quería... —respondí, tratando de sonar convincente.

Max me miró con sospecha, pero luego su expresión se suavizó un poco. Me tomó delicadamente del mentón y me dio un beso.

—Estás rara —dijo, susurrando contra mis labios—. Amanecí con ganas de que empecemos a planear a nuestro bebé.

—¿Qué? Max... —intenté protestar, pero Max me lanzó a la cama antes de que pudiera decir más.

Se arrodilló ante mí, deslizando sus manos por mis muslos antes de comenzar a darme un oral. Mi mente estaba en caos, tratando de procesar lo que había descubierto, pero mi cuerpo respondía automáticamente a su toque. Mientras Max me embestía con fuerza, cerré los ojos y, por un momento, imaginé que era Charles quien estaba conmigo.Max me dio la vuelta, poniéndome en cuatro, y siguió con su agresividad. Sus palabras eran grotescas, pero mi mente estaba en otro lugar, pensando en Charles y la vida que podría haber tenido con él.

—Te gusta, ¿verdad? —murmuró Max, su voz baja y cargada de lujuria.

Intenté concentrarme en él, pero mis pensamientos seguían volviendo a Charles. Me aferré más a Max, confundida por mis emociones. Mientras Max continuaba, sus embestidas se volvían más rudas, y yo seguía luchando con la confusión y los recuerdos que ahora afloraban en mi mente.Finalmente, Max terminó dentro de mí, su respiración pesada y su cuerpo cubriendo el mío. Se dejó caer a mi lado, satisfecho, mientras yo trataba de calmar mi respiración y mis pensamientos.

—Vas a ser una madre increíble, princesa —dijo, acariciando mi espalda.Asentí, aunque mi mente estaba a miles de kilómetros de allí. Mientras Max se relajaba, mi mente seguía dándole vueltas a los papeles escondidos debajo de la cama. Sabía que tenía que descubrir la verdad, pero no estaba segura de cómo hacerlo sin poner en riesgo todo lo que había conocido hasta ahora.

La ducha estaba llena de vapor, el agua caliente golpeaba nuestras pieles mientras Max me contaba sobre la compra de un avión. Sus palabras resonaban en mis oídos, pero mi mente estaba en otro lugar, atada a las revelaciones de los documentos que había encontrado.

—Max... ¿tú eres capaz de mentirme? —pregunté de repente, mi voz apenas audible por encima del sonido del agua.

Max se detuvo, su rostro se volvió serio de inmediato.

—¿Qué? Ana, jamás te mentiría. ¿Pero qué te pasa? —dijo, su voz teñida de preocupación y molestia.

—Solo quiero saber que mi esposo... —empecé a decir, pero Max me interrumpió, su tono subiendo.

—Ana, no eres así. ¿Qué pasa? ¿A quién viste? ¿Quién te hizo dudar de mí? —dijo, su voz alterada y molesta.

—Nada, solo tuve un sueño, nada más... —mentí, tratando de calmarlo.

Para desviar su atención y evitar más preguntas, me arrodillé delante de él, dejando que el agua cayera sobre mí. Max me miraba con una mezcla de frustración y deseo mientras comenzaba a darle un oral. Sentía su agresividad y celos en la forma en que me miraba.

—Eres mía, Ana. Solo mía. ¿Entiendes? —dijo, sus manos apretando mi cabello con fuerza.Mientras continuaba, Max decía cosas grotescas, su voz cargada de posesión y deseo.

—Abre más la boca, princesa. Quiero ver cuánto puedes tomar. Eres tan buena para esto, solo para mí —dijo, empujándome más hacia él.

Sentía su cuerpo tenso y su respiración pesada mientras sus palabras resonaban en mis oídos. Traté de concentrarme en la tarea, pero mi mente seguía volviendo a los documentos escondidos bajo la cama y las dudas que no podía ignorar.

—Esa es mi chica. Así, más profundo —continuó, su voz cargada de lujuria y dominio.Finalmente, Max llegó a su clímax, su cuerpo temblando mientras sus manos aún mantenían un control firme sobre mí. Me levanté lentamente, tratando de no mostrar la mezcla de emociones que bullían dentro de mí.

—¿Ves? Eres perfecta para mí, Ana. No hay nadie más que tú —dijo, acariciando mi mejilla con una mano posesiva.

Asentí, aunque mis pensamientos estaban lejos de sus palabras. Mientras nos enjuagábamos, mi mente seguía dándole vueltas a todo lo que había descubierto. Sabía que tenía que averiguar la verdad, pero también sabía que tenía que ser extremadamente cuidadosa. Max no toleraría ninguna traición, y yo estaba caminando sobre una cuerda floja, tratando de equilibrar la verdad con mi seguridad.

Salimos de la ducha, y mientras me secaba, no podía evitar sentir una sombra de duda que seguía creciendo dentro de mí. Max me observaba con atención, pero yo intenté mantener la compostura. Sabía que tenía que jugar bien mis cartas si quería descubrir la verdad sin poner en riesgo mi vida.

Mientras estábamos en el club de golf, mi madre y yo observábamos a Max y a mi padre jugar. Me estaba tomando un café cuando mi madre rompió el silencio con una observación inesperada.

—Desde hace dos meses no te he visto llorar por cólicos —dijo, mirándome con curiosidad.

—¿Qué? —respondí, algo desconcertada.

—¿Te estás cuidando o no? —preguntó, su tono un poco más serio.

—Dios, mamá... no, no nos estamos cuidando —admití, sabiendo a dónde iba con esto.

Su rostro se iluminó y, antes de que pudiera detenerla, gritó de felicidad.

—¡Dios, Ana! ¡Seré abuela!

Max y mi padre voltearon al oír su grito y se acercaron rápidamente.

—¿En serio? —preguntó mi padre, su rostro mostrando una mezcla de sorpresa y alegría.Max me abrazó con fuerza, sus ojos llenos de emoción.
—¿En serio? ¿Por eso estabas tan rara? —dijo, mirando mis ojos—. Saliendo del club mandaré por una prueba.

Me sentí abrumada por la repentina explosión de emoción y atención. La posibilidad de estar embarazada no había cruzado mi mente con todo lo que estaba sucediendo últimamente. Pero ahora, la idea de un bebé se estaba volviendo real.

—No estoy segura, Max. No quiero adelantarme —dije, tratando de mantener la calma.

—No importa, princesa. Vamos a averiguarlo. —dijo, besándome en la frente con ternura.

Mi madre no dejaba de sonreír y abrazarme, emocionada por la idea de un nieto


—¡Esto es maravilloso, Ana! Un bebé es una bendición —dijo, su alegría contagiosa.

A pesar de la confusión y las dudas que tenía sobre mi pasado y la aparición de Charles, no pude evitar sentir una pequeña chispa de emoción ante la posibilidad de ser madre. Sin embargo, sabía que esta nueva situación solo complicaría aún más las cosas.

—Vamos a disfrutar el resto del día, ¿de acuerdo? —dijo Max, su voz llena de una mezcla de emoción y seguridad.

Asentí, tratando de mantener la sonrisa. Mientras Max y mi padre regresaban al campo de golf, mi madre y yo nos quedamos sentadas, hablando de posibles nombres y planes para el futuro. Pero en el fondo de mi mente, la inquietud sobre los documentos que había encontrado seguía presente.Sabía que la verdad estaba esperando ser descubierta.


Estábamos en el auto, regresando del club de golf. Max estaba emocionado por la idea de que yo pudiera estar embarazada. No dejaba de hablar sobre nombres y planes para el futuro, sus manos apretadas en el volante mientras conducía.

—Bueno, no me dolerá tanto porque ya tengo un hijo —dije, tratando de aligerar el ambiente con una broma.

Max detuvo el auto de golpe, haciendo que me tambaleara en mi asiento. Su rostro se volvió hacia mí, lleno de enojo.

—¿De dónde sacaste eso? —gritó, sus ojos brillando de furia.Me quedé helada, sin saber cómo responder de inmediato.

—Estaba jugando... Lo decía por las hijas de Carlos —dije, mi voz temblando mientras trataba de calmarlo.

Max me tomó del mentón con fuerza, sus dedos clavándose en mi piel.—No me gustan tus bromas —dijo, su voz baja y peligrosa.

—¡Me lastimas! —dije, intentando apartar su mano.

Max se alejó, su expresión cambiando a una mezcla de arrepentimiento y preocupación.—Perdóname, Ana. Estoy nervioso... perdóname —dijo, su voz ahora suave mientras volvía a poner el auto en marcha.

El resto del viaje fue en silencio, con una tensión palpable en el aire. Max intentaba hablar sobre otros temas, pero yo estaba demasiado distraída por lo que acababa de suceder. Sabía que debía tener cuidado con mis palabras y mis acciones, especialmente ahora que la posibilidad de estar embarazada había añadido una nueva capa de complejidad a nuestra relación.

Mientras el auto avanzaba, miré por la ventana, tratando de ordenar mis pensamientos. Tenía que encontrar una manera de lidiar con todo lo que estaba ocurriendo sin despertar más sospechas en Max. La sombra de Charles y los documentos seguían pesando en mi mente, y sabía que tenía que ser extremadamente cuidadosa para descubrir la verdad sin ponerme en peligro.Max continuaba conduciendo, su mano ahora descansando suavemente sobre la mía, intentando mostrar una calma que ambos sabíamos que no existía realmente.

La tensión en el baño era palpable. Estaba sentada en el retrete, mirando la prueba de embarazo con nerviosismo. Max entró hablando por teléfono con su padre en neerlandés, su voz llena de emoción y expectativa.

Colgó el teléfono y se acercó a mí, ambos observando la prueba en silencio. El resultado fue positivo. Max lanzó el teléfono al aire y me abrazó con fuerza.

—¡Vamos a tener un bebé! —exclamó, su voz llena de alegría.

Mientras él me abrazaba, vi cómo el teléfono caía y se deslizaba debajo de la cama. Intenté concentrarme en la felicidad del momento, pero mi mente no podía dejar de pensar en los documentos escondidos allí.

Max se agachó para recoger su teléfono, y mi corazón comenzó a latir con fuerza. Sabía que si encontraba los papeles, todo podría cambiar. Traté de mantener la calma mientras él se deslizaba lentamente debajo de la cama.

—¿Qué es esto? —dijo, su voz furiosa mientras salía de debajo de la cama con los documentos en la mano.

Sentí un nudo en el estómago cuando vi la ira en sus ojos.

—¿Quién mierda te los dio? —gritó, su furia palpable.

Intenté mantener la compostura, pero las palabras se me atoraban en la garganta.

—Max, no es lo que piensas... —intenté decir, pero él me interrumpió.

—¡No me mientas, Ana! —dijo, acercándose a mí con los documentos en la mano—. ¿Quién te dio esto?

—Fue... fue el chico de la fiesta —admití, mi voz temblando.
Max me miró con una mezcla de incredulidad y rabia. Sus manos temblaban mientras sostenía los papeles.—¿Charles? —dijo, su voz baja y peligrosa—. ¿Cómo se atrevió?

Sentí que mi mundo se derrumbaba a mi alrededor. La furia de Max era palpable, y sabía que estaba en una situación extremadamente peligrosa.

—Max, por favor, déjame explicarte... —dije, tratando de calmarlo.

—No hay nada que explicar, Ana. No dejaré que ese bastardo nos arruine —dijo, su voz llena de determinación.

Mine. - Max Verstappen Y Charles Leclerc-+18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora