En sus manos

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Victoria Villarruel, una belleza en todos los aspectos

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Victoria Villarruel, una belleza en todos los aspectos. Su sonrisa radiante tenía el poder de cautivar hasta los corazones más insensibles, sin embargo, no lograba conquistar al único hombre que le importaba: Javier Milei. A pesar de su cercanía, de reír juntos y compartir innumerables momentos, su presencia no era suficiente para captar siquiera un destello de su atención. Victoria luchaba por demostrarle su valía, anhelaba mostrarle que podía confiar en ella incluso en los momentos más sombríos; deseaba que el economista posara sus ojos en ella aunque fuera por un instante, pero ese instante nunca llegó.

—¿Cómo estás? —preguntó Victoria.

—Bien —respondió Javier. Caminó a un lado y rozó su mano con el hombro de Victoria.

—Contame todo cuando termines el debate —pidió con media sonrisa—. Quiero saber a quien humillaste primero.

No existían barreras entre ellos; sus miradas se entrelazaban en complicidad y la distancia se desvanecía en los reconfortantes abrazos. Ella albergaba la ilusión de una posibilidad, de que tal vez sus ojos se posaran en ella aunque solo fuera por un instante; sin embargo, la cruda realidad la golpeó al divisar la figura de Fátima acercándose. En un beso que parecía sellar un amor inquebrantable, ambos se fundieron, hiriendo el tierno corazón de Victoria. A pesar del malestar que la invadía, Villarruel dedicó a la pareja su sonrisa más resplandeciente antes de retirarse.

Poco después, se anunciaron los resultados del balotaje y se reveló al nuevo presidente de la nación argentina: Javier Milei. Ella permaneció a su lado inquebrantable, lo abrazó con efusividad y juntos celebraron con una alegría nunca antes experimentada.

—Agarrate Vicky —ordenó Javier, esperando que ella se sujetara a su brazo.

—Gracias, presidente. —Ambos sonrieron con complicidad.

Sin embargo, cuando los primeros indicios de su decisión de olvidarlo se hicieron evidentes, Javier la sorprendió con una ilusión sin fin al poner fin a su relación. Fátima desapareció de la vida de Javier, dejando a Victoria sin más opción que permanecer a su lado. En una ocasión, conversaron sobre la ruptura y él le aseguró que estaba bien, que sólo la extrañaba; palabras que resonaron dolorosamente en el corazón de Victoria. Por un instante efímero, creyó que tal vez tendría una oportunidad y que nada podría cambiar sus sentimientos, pero pronto percibió la indiferencia en el comportamiento de Javier, como era costumbre. Justo cuando se sentía decidida a confesarle sus sentimientos, llegó a sus manos un video del encantador reencuentro entre Javier y la bella mujer italiana, Giorgia Meloni.

La amistad con Milei se volvía un hilo tan frágil que parecía a punto de desgarrarse, incapaz de soportar la distancia o la indiferencia. Aunque ella estuviera lista para soltar el extremo de ese hilo, Javier siempre encontraba la manera de hacerla aferrarse a él. A pesar de lograr que el público creyera en una amistad inquebrantable, en su interior ella se sentía destrozada.

Lo respaldó en cada paso, incluso en aquellos en los que no debería haberlo hecho; así era ella, guiada por un corazón traicionero. Lo amó en silencio, en las risas y en las conversaciones, en los desacuerdos y en la soledad; lo amó incondicionalmente. Sin embargo, no era su amor desbordante lo que la desilusionaba, sino el saber que él era consciente de sus sentimientos y nunca tomaba acción al respecto; más bien optaba por rechazarla con su distanciamiento.

Ella se contemplaba en el espejo cada vez que se arreglaba, peinaba su cabello y lamentaba que no fuera rubio, como a Javier le gustaba. Se pintaba los labios anhelando la suavidad que a él le encantaba, se enfundaba en trajes elegantes sólo para constatar que su cuerpo no cumplía con los estándares que a él le fascinaban. Consciente de que nunca sería el tipo de mujer que él buscaba, optó por no cambiar su apariencia y resignarse al dolor latente en su pecho, saliendo de su hogar para trabajar o simplemente asistir a eventos informales a los que el presidente no acudiría.

En los momentos de mayor desánimo, su espíritu se elevaba al escuchar los elogios que resonaban en sus oídos, provenientes de los argentinos que aclamaban su nombre entre la multitud. La certeza de ser vista como una maravilla por los demás alegraba su corazón herido cada amanecer. Ante los piropos, sólo podía reír; al recibir halagos por su atuendo, respondía con profunda gratitud, pues eran esas palabras las únicas que anhelaba escuchar.

Pero cuando el gozo elevaba su ánimo, llegaba a ella la presencia del amor que tanto anhelaba y la bajaba de la nube en un sólo sentón. La hacía olvidarse de los cumplidos, de los piropos tan dulces que le fascinaban y la regresaba a una realidad en la que tanto se había aferrado; amar al equivocado. Cuando Javier la saludaba, eran en ocasiones especiales que requerían estrictamente su presencia y en esos momentos no tenía más opciones que hablarle.

—¿Cómo estás, Vicky? —preguntaba Javier, emocionado.

—Bien —respondió ella, acercándose para abrazarlo—. ¿Y vos?

—Mejor... Y que bueno verte, en serio.

No podía permitirse odiarlo, su corazón la traicionaba una y otra vez. Ante su desánimo, ella se esforzaba por arrancarle una sonrisa y juntos se sumergían en un mar de carcajadas; sin embargo, al cesar la risa, el recuerdo del rechazo la embargaba. Con el tiempo, aprendió a aquietar su corazón y a escuchar a su mente; comprendió que la culpa no era suya y supo relegar sus sentimientos cuando era necesario. Pero al intentar cambiar las reglas del juego, mostrando indiferencia, él parecía de repente interesado en entablar conversación, como si la amistad se hubiera restaurado de la noche a la mañana o como si el mandatario se negara a aceptar que ella estaba cambiando.

Era inevitable no rendirse a su amor; sus ojos celestes, tan profundos como el mismo cielo, cautivaban su mirada, su sonrisa iluminaba su rostro ante las pequeñas alegrías y su personalidad la enamoraba por completo. Lo admiraba por su entereza ante las adversidades, por seguir adelante como si cada obstáculo fuese apenas un insignificante grano de arena intentando derribarlo. Le fascinaba su dominio en público y se derretía al verlo sumergirse en una intimidad antisocial en privado; lo amaba con toda su alma.

Ella lo amaba con una entrega inquebrantable, dispuesta a sostener ese amor hasta que su propio corazón clamara por auxilio, desafiando el dolor y la indiferencia que pudieran interponerse en su camino. Si él persistía en rechazarla, estaba preparada para aceptar su veredicto con entera resignación, guardando celosamente sus sentimientos en el silencio de su ser, llevándolos consigo hasta la tumba, porque su amor era más grande que cualquier desengaño. A pesar de la vulnerabilidad que la acechaba, de la fragilidad de sus piernas o del peso en sus ojos, se mantendría firme en su posición, decidida a alcanzar la meta anhelada: rescatar a Argentina de sus ruinas y erigirla nuevamente.

—¿Todo bien? —preguntó Javier.

Victoria apartó su mirada del desfile y concentró toda su atención en los ojos centelleantes que la contemplaban, como si fuera la más preciada obra de arte. No importaba cuánto daño pudiera causarle o cuántos desacuerdos silenciosos se acumularan en el horizonte, ella permanecería a su lado hasta el final de su mandato y aún más allá; pues él tenía el poder de influir en su destino. Con una sonrisa en los labios, comenzó a formular su respuesta.

—Todo bien.

En sus manos | Milei x VillarruelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora