Números al descubierto

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No se le iba de la jodida cabeza.

John estaba ahí, había ordenado la cama lo más rápido posible y había dejado todo en su sitio. Pero su cabeza no abandonaba el lugar y los números se habían grabado a fuego en su cabeza.

Watson caminaba de izquierda a derecha en el salón del 221B, procuraba organizar sus pensamientos, pero las cosas se iban de su mente como botella con agujeros, rebosante. 

Sherlock tenía una báscula, algo totalmente normal, si no fuera por una compulsiva anotación de su peso que, a ojos de un doctor, figuraba en números rojos. John tan solo caminaba, nervioso ¿Cómo no se había dado cuenta? Por dios bendito, era un maldito doctor y tenía un paciente casi las 24 horas del día. No dejaba de dar señales, cuanto menos preocupantes y el rubio sentía que las había ignorado por completo.

Se sentó por un momento, ansiando sentir algo más que el sonido del cuero de sus zapatos contra el parqué del suelo, cambiado ahora por la tela del sillón. Tomó una bocanada de aire y la soltó tras mantenerla unos instantes, necesitaba centrarse y sabía que sacar conclusiones precipitadas no era lo mejor. 

Tener una báscula solo era para cuidarse, después, el peso... sabe que Holmes tiene muchas obsesiones, esta podría ser una, tener apuntado su peso diario. El problema era, sin duda alguna, los números tan bajos, semejantes a los de un crío. Holmes debería de estar en infra peso sin lugar a dudas y sabía lo peligroso de aquello. 

John no podía dictaminar, con apenas una báscula común y un cuaderno lleno de pesos, que Sherlock sufriera o no algún trastorno de la conducta alimentaria. Tampoco es que supiera su altura, a lo mejor solo estaba exagerando, él siempre exageraba.

Pero su atención tan puesta en el pelinegro le hizo no sentir que alguien subía, es más, hasta que las llaves y el pomo no giró, el rubio no saltó de su asiento como si ardiera. Irónicamente, había estado pensando tanto en Sherlock que no se había dado cuenta de que, el propio detective, ya había vuelto. 

— ¿Te has asustado? —Preguntó de forma excesivamente obvia el hombre, enarcando su ceja negra en esa cara tan pálida suya.  

— ¡Podrías llamar! —Dijo aún algo alterado el rubio, tragando saliva.

— Vivo aquí —Comentó con simpleza, colocando bien ciertos rizos que tapaban su vista— Voy a trabajar

Y antes de poder preguntarle cualquier atisbo de duda del cuaderno o de sus preocupaciones, desapareció de su vista. Ahora, fue John quien dedujo a Sherlock, y es que este había vuelto drogado, conocía ese tono de voz. 

En pocos minutos, su ordenador estaba apoyado en sus muslos y había abierto varias páginas y carpetas que sabía que Holmes no abriría. Empezó a analizarlo, a escribir su descubrimiento y apuntar síntomas que había notado. 

Fue la falta de confianza y ese sentimiento amargo de espionaje que le hizo cerrar el archivo y concluir con un simple "No sabrá que está bajo de peso, le avisaré y, se cuidará. Está muy pendiente del trabajo, es perfeccionista y olvida estas cosas. Seguro es eso". 

Sentenció que lo avisaría al terminar el almuerzo, pero, como una señal divina que estaba en su contra, un cliente aporreó la puerta y al mismo tiempo, Holmes salió de su cuarto colocándose su abrigo, sin rastros de droga aparente. 

— John, deja el almuerzo para la señora Hudson, tenemos trabajo y, poco tiempo 

No, no era su día de suerte. Apagó el fuego y apartó las sartenes del fuego mientras el cliente entraba como si de su casa se tratase con el grito en los cuatro vientos. Paró cuando vio al rubio, extendiéndole la mano como viejo amigo. 

— No hay tiempo para presentaciones, John, él es Nolan, director de uno de los bancos más importantes de Londres, ayer le robaron de su cámara más significativa que tan solo sabía él y su nieta de 6 años, obvia, no autora del robo. Ponte tu abrigo que esta tarde refresca más que ayer y, no tenemos tiempo para resfriados, doctor 

Sherlock hablaba rápido, solía hacerlo con casos interesantes o que necesitaban tiempo acortado y útil. Le obedeció sin reproches, vistiendo su abrigo con pistola en su interior. En menos de diez minutos estaban en una "discreta" limusina por parte del gerente Nolan, que no había recatado en gastos. Su voz preocupada y el amplio banco reflejado en las ventanillas no fueron suficientes estímulos para una mente preocupada que no dejaba de repetir "Ha desayunado poco y no va a almorzar. Con su peso es peligroso". 

— ¿John? ¿Te vas a quedar ahí? 

El ex militar volvió en sí viendo que se había quedado solo junto al conductor y que su compañero le mira consternado, no era típico de él estar tan despistado, sobre todo siendo Sherlock el que se había drogado antes y no John.  Por supuesto salió del coche sonrojado, avergonzado de su despiste.

El caso ocupó horas, horas para tomar alguna que otra huella, examinar toda la cámara, llamar a Lestrade, pelearse con Anderson, interrogar, llamar por FaceTime a una niña de seis años que merendaba sus galletas y terminar aclarando que había sido el padre de una de las amigas de la menor, esta, que lo había contado en su colegio como lo que ella creía que era un cuento había acabado en manos del progenitor con cargos menores de robo. Definitivamente, había sido una serie de coincidencias que acabó con un coche de policía en dirección de la casa de su amiga y, un banquero completamente agradecido con el trabajo de ambos. Eran las diez de la noche, la luna se alzaba y habían optado ambos amigos por pasear hasta su domicilio.

Había sido un día algo cansado, John caminaba mirando la calle y Sherlock, la luna y estrellas pese a su sabido desconocimiento sobre ellas. Sentían el frescor de la noche y el olor de la comida callejera en cada puesto. 

John paró en una, sabía que, si Holmes no comía, podría sacar el tema con mayor facilidad y podría ayudarle. Pero antes de pedirla, sintió una mano tocar la suya y alejarle.

Se sonrojó a la vez que se quejó, que él no tuviera hambre no le daba derecho a obligarle a no comer.

— ¡Sherlock! ¡Estaba a punto de pedir la cena! —Farfulló el rubio mientras era arrastrado por el mayor. 

— Nos están siguiendo, actúa normal 

Sintió un escalofrío. Claro que olvidó su cena.

De forma casi inconsciente, apretó más la mano de su serio compañero.

Maldijo la imposibilidad de tener un día normal a su lado, sin pensar qué, aquel pequeño aspecto era uno de sus favoritos de él.

Pero claro, cuando te persiguen, ni en broma piensas en algo positivo. 

Sí, incluso, olvidó los números. 


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⏰ Última actualización: Jul 16, 2024 ⏰

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"El espejo mentiroso" JohnlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora