Baño y Báscula

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Se había limpiado la boca con la manga de su oscura camisa mientras jadeaba alterado, aun sintiendo cada vez que se había estremecido su cuerpo con cada arcada.

Se acababa de levantar, con piernas temblando mientras tragaba una mezcla de saliva y mocos desagradable para cualquiera. Carraspeó su garganta, sintiendo el ardor de la bilis que hacía minutos acababa de sacar de su estómago; satisfecho y ligeramente asustado.

Tiró de la cadena, aquella mancha difusa en el agua del inodoro se quedaría grabada en su mente, mientras que, el único resquicio que daba era la saliva mezclada de forma heterogénea con aquella agua. Se sentía mareado, mirando sus manos con atención.

"Marca de dientes en los nudillos, dedos húmedos, ojos enrojecidos, temblor, mucosidad, sabor y olor" 

Narrar sus síntomas como si describiera a alguien era demasiado sencillo, pero siempre quedaba esa preocupación interna porque alguien llegase a notarlo y, acusarlo. Suspiró. 

"Vomitar una vez no me hace bulímico"

Repitió, como si fuera un mantra sagrado.  

Lo último que hizo fue escribirle un mensaje hablando sobre su estado a aquel usuario misterioso. Y ya está. El agotamiento lo ganó.

Las horas pasaron y a saber en qué momento de la madrugada, John apareció. Introdujo las llaves en la cerradura procurando hacer el menor ruido posible y, antes de buscar a su compañero, se lo encontró ahí, acurrucado en su sillón. 

La postal fue enternecedora para él, y, no demoró en quitar su chaqueta para arropar a Sherlock, haciendo que su cuerpo se acomodara en el calor y perfume del susodicho. 

Sabía el insomnio típico de Holmes, así que, se limitó a irse a su cuarto a descansar. Seguramente el día había sido agotador para ambos: Uno cuidando y el otro, enfermando. Pero solo el detective sabía ambas realidades de las cuales era ajeno John, que ya tenía suficiente con sus interminables guardias o pacientes.

Por eso, al día siguiente, ambos se levantaron más tarde de lo usual. Watson sentía en cada músculo la tensión de anoche y Holmes, cada arcada y bilis en su garganta, sumado a los constantes rugidos de estómago, que se volvían pequeños calambres.

El café, el olor de las tostadas, el sonido del refrigerador. Daba igual cuantos estímulos diera John, Sherlock se había encerrado en su habitación, sin saber tan siquiera si su compañero dormía o se lamentaba. Siempre era lo mismo.

Pero esta vez, no. El rubio se preocupó más. Anoche lo había dejado solo y a lo mejor debía de cuidarlo más. 

Hoy era domingo y John no trabajaba. Así que, en un proceso de enorme enfatización y dolor por lo ajeno, preparó un par de tostadas con mantequilla y un café sin azúcar. En unos minutos ya estaba frente a la habitación del pelinegro, dando pequeños y suaves toques.

— Sherlock, tu desayuno —Su voz fue calmada, aún ignorante de si su compañero dormía o no.

Hubo unos minutos de silencio, aunque fue roto por el sonido del pomo, que derivó a la figura de un erguido Holmes en pijama, con ojos algo cansados.

— No tenías por qué 

Sherlock extendió ambas manos para tomar el desayuno, no hizo mucho contacto visual con el hombre. 

— ¿Todo... bien? —Se atrevió a gesticular con torpeza el doctor, aunque la respuesta fue la puerta de su habitación cerrada de bruces en su cara.

John suspiró, sabiendo la imposibilidad de hablar con alguien que se negaba. "Mínimo ha tomado el desayuno" pensó, a pos de aliviar su mente. Decidió bajar a visitar a la señora Hudson, estaba seguro de que le alegraría que alguien tomara el café con ella. 

Cuando John se fue del piso, Sherlock ya había comido y vomitado otra vez, esta vez, sin querer tanto. Había sido más... acto reflejo de su estómago. 

Cuando John volvió, ni el abrigo de Holmes estaba y su puerta estaba entrecerrada. Se había marchado después de desayunar.

John se maldijo, parecía que, hiciera lo que hiciera, Sherlock alargaba distancias. Y sentía que algo andaba mal, pero, con la nula ayuda de su compañero, adivinarlo le resultaba casi imposible.

Watson entró a la habitación del detective, no por rebuscar o invadir su intimidad, sino por recoger el plato. 

Pero su habitación era caóticamente ordenada, el café estaba por la mitad y quedaba una tostada y las sabanas tenían manchas de aquel desayuno. John sonrió, podía usarlo como un buen acto, así que, bajó el plato y vaso de la cama y, empezó a quitar la sábana de su cama.

Iba a, simplemente, agitarlas para luego barrer el suelo y que así no durmiera con picores. Pero, entre tanta tela, había algo debajo de su cama. La curiosidad y los malos presentimientos agobiaron al rubio que fruncía el ceño descontento.

Sacó una báscula, inteligente.

La gente tendía a cuidarse, esto no era nada nuevo ni de lo que preocuparse.

No hasta meter la mano y encontrar debajo de la cama un cuaderno. Sintió el frío recorrerle mientras pasaba con delicadeza y palidez cada página llena de anotaciones.

Era los números más bajos que él había visto jamás.

Y era médico, maldita sea. 


"El espejo mentiroso" JohnlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora