CAPÍTULO #2

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Esta es una adaptación de la historia de Lynne Graham llamada "Dinastía Griega".

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Engfa cerró los ojos. Estaba disgustada porque su padre se hubiera rebajado a considerar un acuerdo como ése. ¿Charlotte, a quien sus amigos habían dado el apodo de Pudding por su amor hacia los pasteles de baklava, iba a ser su esposa?
Sólo pensar en ello le enfurecía. Apenas la conocía, aunque en algunas ocasiones había intervenido al verla ignorada o insultada en eventos sociales. Su desconocimiento del griego y su naturaleza confiada hacían de ella un blanco fácil, puesto que independientemente de lo que le dijeran, ella sonreía y se comportaba de una manera agradable.

Su incapacidad de defenderse había enfurecido a Engfa . Odiaba a los matones y habría hecho lo mismo por cualquier criatura desamparada demasiado estúpida para cuidar de sí misma en un mundo hostil. Pero, ¿habían sido sus triviales exhibiciones de buenos modales, esos actos menores de compasión por su parte, los responsables de esa esperpéntica proposición matrimonial? La sospecha hizo que las facciones de su severo rostro se endurecieran. Cuando ella entraba en la misma habitación, ella se iluminaba como un árbol de Navidad. ¿Había decidido Charlotte contarle a su adinerado padre lo mucho que le gustaba Engfa Waraha?

-Papá... -la voz distraída de la hermana de Engfa , Plaifa , rompió el incómodo silencio a través de la ventana que daba a la terraza

-. Sé que no debería haber estado escuchando pero, aunque me muera si nos volvemos pobres, no puedes pedirle a Engfa que se case con la nieta de Nawat Austin. ¡Es una vaca gorda y vulgar como un cerdo!

-¿Cómo te atreves a esconderte detrás de la puerta para espiar una conversación privada? -la vergüenza provocó que Alejandro Waraha respondiese con una ira que su consentida hija había rara vez presenciado-. Déjanos...

-Pero, les cierto! -protestó la hermosa adolescente, marcando su territorio y desafiando la autoridad de su padre-.

- Engfa tendría que ponerle una bolsa de papel en la cabeza para poder comer con ella en la misma mesa, por no hablar de otras cosas más personales. Es fea y ella es tan guapa...

-Fuera -ordenó Engfa a su hermana con una frialdad feroz.

Alejandro contempló cómo su hija se retiraba con lágrimas en los ojos obedeciendo a la orden de su hermana mayor.

-Desde luego, nunca he visto a la chica -Alejandro dejó escapar un suspiro de lamento-.

-Si está tan mal, puede que Plaifa tenga razón. No te podría pedir que te cases con ella.

Engfa contuvo una carcajada sardónica. Que esa fuera la única objeción que su padre interponía a tal proposición mercenaria decía mucho de su situación.

Alejandro Waraha luchaba contra la desesperación y estaba dispuesto a agarrarse a cualquier clavo ardiendo que le salvara de la ruina. Engfa se preguntó si podía permitirse el lujo de dar un paso atrás y permitir que eso les ocurriera a su padre y a sus cuatro hermanos.

Y, sin embargo, a sus veintidós años de edad, sentía que la vida apenas había comenzado. No tenía nada de inocente, eso era cierto; aunque todavía estaba en la universidad ya había adquirido una reputación de mujeriega. Era verdad que ponía todo su empeño en ir detrás del placer. En cuanto a ese juego, apostaba alto, jugaba duro y rara vez dormía sola.

No le iban las reglas de la fidelidad y del compromiso a largo plazo. Todavía no había encontrado una chica que no aceptara esas condiciones.

Pero aún no se hacía a la idea de convertirse en esposa de alguien o, peor todavía, en la madre de alguien. De hecho, la idea de ser obligada a aceptar un compromiso como ése en beneficio de su familia, le llenaba de rabia y amargura. Pero también sabía que su abuelo, Alejandro, habría dado su propia vida para proteger a sus seres cercanos más queridos...

-Me recuerdas a mi difunto hijo y a su madre -Nawat Austin estudió el rostro de su nieta con fría indiferencia

-. Tienes los mismos ojos de cachorro, la misma asustada sonrisa. No tienes agallas y la debilidad me desagrada.

-Si fuera débil, habría vuelto a casa el mismo día que llegué aquí -Charlotte levantó la barbilla, sus ojos verdes listos para la lucha mientras, bajo su blusa de algodón, el corazón le latía tan rápido de miedo que sintió náusea.

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