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GRETA (pasado)

Ese día tocaba. Sencillamente tocaba.

Habían sido días intensos y complicados; de esos en los que el silencio pesaba y la distancia se hacía presente entre mi hermano y yo. Echaba de menos a Noel, y por encima de todo quería que sus necesidades no le limitaran a sus derechos, pues, él, a pesar de no ser un crío cualquiera, merecía como todos poder relajarse y divertirse. Sobre todo divertirse.

—Hoy quiero que seas muy muy feliz, ¿vale? —le dije cuando entró por la cocina, bostezando, dispuesto a sacar la leche de la nevera—. Para empezar, ya tienes el desayuno preparado —Le señalé con la cabeza un cuenco con leche y abundantes cereales.

—¿De dónde has sacado los cereales? Mamá hace tiempo que no compra —hizo, con los ojos muy abiertos de pronto.

—Los compré yo para tí, ayer —respondí yo, con una sonrisa de oreja a oreja—. Venga, ¡no esperes a desayunar!

Corrió con ahínco y me rodeó la cintura con sus brazos de niño y ese cariñoso espíritu que tanto lo caracterizaba.

—¡Muchas gracias Heather!

—¡No me des las gracias! —exclamé yo, partiéndome de risa y obligándolo a dejarme estar—. Venga, ¡come!

Después, cuando se vistió y lavó la cara, me asomé a su habitación y toqué la puerta con los nudillos.

—¿Está el señorito Noel preparado?

—Me recuerdas a Greta —dijo Noel, sin poder evitar reírse por lo mal que imitaba su hermana a una vieja amiga.

—Tal vez no sea Greta, pero soy... ¡Heather! —dije con un intento de parecer divertida, pero no se escuchó nada al otro lado de la puerta—. No me has respondido a la pregunta.

—Sí, lo estoy —se oyó al otro lado de la puerta—. ¿Para qué?

Abrí la puerta y lo descubrí, rebosante de alegría y con los hoyuelos marcados.

—¡Sígame, señorito!

Él me siguió con afán, y salimos por la puerta principal de casa. Le cogí la mano y paseamos como una bonita pareja de hermanos por la calle. De vez en cuando volvía a mirar a mi hermano, y veía como la luz del sol entornaba su rostro y sus cabellos adquirían un tono muy brillante. Pero sobre todo reparé en sus ojos ámbar, que, definitivamente manifestaban su júbilo.

—Te sienta muy bien el sol, Noel —le dije.

—Pues como a ti —respondió él—; nunca le das demasiada importancia a la belleza, y aún así, estás siempre muy guapa —dijo exultante.

—No puedo quererte más —le besé en la mejilla—, pero aún no sabes dónde te llevo. Tal vez luego me odies.

—No podría odiarte ni aunque quisiera.

Le solté la mano cuando llegamos a una fachada verde, con ventanas a cada lado de la puerta, y toqué el timbre.

—¡Greta! —exclamé entusiasmada.

—¡¡¡Heatheeer!!! —hizo ella, con una gracia muy común de ella—. ¡Hola Noel! —saludó a mi hermano, que al principio se había escondido detrás de mí, pero luego, descubriendo que se trataba de la misma chica amable y divertida que tanto había venido a casa, se volvió a un lado y la abrazó con ternura—. ¡Yo también te he echado de menos, señorito! Ya podéis pasar.

Empujé a Noel suavemente para que entrara él primero.

—Tu llévalo a la piscina y yo acabo de preparar el pastel —le susurré a Greta en la oreja, pues no quería que Noel se enterase—. Muchas gracias, Greta, por dejarnos la piscina y... por todo; eres indiscutiblemente la mejor.

Ella sonrió y enseguida fue hasta Noel, que a pesar de conocerla a ella, a la casa la desconocía, y el miedo a lo desconocido le pesaba más que otra cosa.

—¡Todo recto, señorito!

Yo, con una mueca de felicidad, me dirigí a la cocina, y mientras admiraba el bonito pastel de mermelada —el sabor favorito de mi hermano— que había preparado mi amiga, pensé en Greta, y en cuánto la quería.

Desde que la conocí, y la invité a mi casa, ella se mostró tan amable y cariñosa con Noel, que a veces tan solo venía con la excusa de hacer reír a mi hermano, y él me preguntaba por ella, con el anhelo de pasar un rato gracioso, porque, aunque el amor que te da una hermana es insuperable, la diversión que te podía aportar una amiga, Greta, en este caso, no tenía precio; Greta podía provocar la risa a Noel de una manera casi irresistible y natural, que yo no podía, pues, cuando intentaba hacer un poco de humor, si Noel se reía era porque le daba pena, porque yo no tenía esa capacidad que tenía mi amiga para hacer reír a alguien de verdad y con ganas.

...

Mientras, en el otro lado de la casa, Greta y Noel disfrutaban del tiempo placentero de ese sábado; un tiempo cuyo protagonista era ni más ni menos que el sol, inocente pero sofocante que iba calentando más y más y que dejaba abrumado a cualquiera.

—¿Quién se anima a meterse en la piscina? —preguntó Greta, animosa y enérgica, como siempre.

—Me temo que... no puedo. —musitó Noel, apenado y avergonzado, observándose a sí mismo.

—¿Por qué? —inquirió Greta, curiosa.

—No llevo el bañador puesto... —murmuró él—. Ahora entiendo por qué Heather me dijo que la odiaría —Miró a Greta con una expresión graciosa—: ¡la mato!

—No mates a tu hermana, no pasa nada —dijo Greta entre risas—; puedes bañarte con la ropa.

—No sé...

—Si te sientes mejor, yo también me bañaré con ella. No importa, —dijo señalando unos tejanos cortos—, tan solo son nuevos y este top... algo salido de presupuesto pero... ¡Da igual!

Noel rio de verdad y con ganas, y poco a poco lo que le pareció importante dejó de serlo, el ánimo y el vigor de Greta comenzaron a contagiarle y, sin darle más vueltas a la cabeza y guiado por su vieja y gran amiga, se lanzó a la piscina, más sereno y más contento que nunca, y sin ninguna intención más detrás de todo ello que disfrutar.

—¿Ves? Ahora el sol no parece tan insoportable como antes —soltó Greta, risueña, salpicando agua.

Noel la miró a los ojos, unos verdes, dulces, vivos, que tanto expresan sin palabras. Desde que la conocía, consideraba a esa persona muy importante para él; no la conocía mucho, pero en la manera en que le miraba, le hablaba y le hacía reír, hallaba algo que le gustaba y le decía: «Ya no puedes decir que no tienes amigos».

Por eso, en parte, cuando disfrutaba a su lado, no era tan solo por lo que ella hacía o decía, si no por la sensación tan reconfortante que le daba escuchar al mismo tiempo esa voz interna, que le aseguraba que tenía una amiga. Entonces solo podía esperar no perderla nunca.

La Vida Sin FiltrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora