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120 d.C
La luz del amanecer se filtraba suavemente a través de las cortinas de la habitación de la princesa Visenya, iluminando su hermosa cabellera plateada y arrancándola de sus sueños. El sol reflejaba destellos dorados en su cabello, haciendo que pareciera una corona de luz. La rutina de la princesa comenzaba como siempre; las doncellas llegaban silenciosamente, preparándola para el día con vestidos de seda y joyas resplandecientes. Una vez lista, Visenya se dirigía a visitar a su madre, la princesa Rhaenyra Targaryen, quien se encontraba a pocas semanas de dar a luz a su cuarto hijo.
La princesa Rhaenyra había dado a luz a tres hijos: la primogénita, la princesa Visenya, el príncipe Jacaerys y el joven príncipe Lucerys. Oficialmente, todos ellos eran frutos de su matrimonio con Ser Laenor Velaryon, pero en los pasillos susurraban que la verdad era otra. Los intentos de Rhaenyra y Laenor por concebir herederos al trono habían fracasado innumerables veces, y fue entonces cuando Rhaenyra se vio obligada a tomar medidas desesperadas.
Su tío, el príncipe Daemon Targaryen, conocía esta verdad mejor que nadie. Los dos pasaban horas recorriendo el castillo y compartiendo historias sobre sus ancestros. Un día, el príncipe canalla decidió llevar a su sobrina a una aventura fuera de la seguridad de la Fortaleza Roja. Juntos, se adentraron en las sinuosas calles de la ciudad, recorriendo la Calle de la Seda y compartiendo un momento que cambiaría sus vidas para siempre. De ese encuentro clandestino, Rhaenyra quedó embarazada.
No mucho después, el rey Viserys decidió casar a su única hija con el hijo de la Serpiente Marina. Unas lunas después de la boda, la princesa dio a luz a una niña con la cabellera plateada y ojos morados, una representación pura de la sangre Targaryen. La Fortaleza Roja se llenó de entusiasmo con la llegada de la pequeña princesa, que cautivó a todos desde el primer momento. Sin embargo, el príncipe Daemon, que sabía que la niña no era fruto del matrimonio de Rhaenyra con Ser Laenor, no compartía la misma alegría.
La princesa Visenya creció rodeada de amor y lujos. Su abuelo, el rey Viserys, la adoraba como a su propia hija, consintiéndola incluso más que a sus propios hijos con la reina Alicent. Este favoritismo despertaba la ira de la reina, quien despreciaba a Visenya por el amor incondicional que el rey le mostraba.
Desde muy pequeña, Visenya mostraba una fascinación natural por los dragones. Sus primeros recuerdos eran de la cálida sensación del fuego y del rugido distante de los dragones en la Fosa. A medida que crecía, esta fascinación solo se intensificaba. Pasaba horas observando a los dragones desde una distancia segura, estudiando sus movimientos, sus comportamientos y, sobre todo, sus interacciones con los jinetes.
Una noche, mientras exploraba los pasillos oscuros de la Fortaleza Roja, Visenya se encontró con uno de los cuidadores de los dragones, un hombre anciano y encorvado llamado Ser Garwin. Él había servido a los dragones durante toda su vida y conocía sus secretos mejor que nadie. Al ver la curiosidad y la determinación en los ojos de Visenya, Ser Garwin decidió compartir algunas de sus historias con ella.
—Los dragones no eligen a sus jinetes por su linaje, mi joven princesa—le dijo una noche mientras estaban sentados junto a una hoguera en la Fosa de los Dragones. —Ellos buscan algo más profundo. Ven el fuego en tu corazón, la fuerza en tu espíritu.—
Visenya escuchaba atentamente, sus ojos brillando con la luz de la hoguera. —¿Crees que algún día uno de ellos me aceptará?— preguntó.
Ser Garwin sonrió, sus arrugas formando un mapa de experiencias en su rostro. —Si tu deseo es verdadero y tu corazón es valiente, estoy seguro de que lo harán.—
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La danza del norte
FanfictionEn un Poniente dividido por la guerra, Visenya Targaryen encuentra un inesperado aliado y amor en Cregan Stark, Señor de Invernalia. Juntos, deben enfrentar los desafíos de la Danza de los Dragones y proteger su legado en medio del caos.