Hanna lo había logrado, por fin había llegado al bosque de secuoyas y aunque pensara que no iba a tardar tanto tiempo, realmente sí lo hizo, ir a ese lugar a pie y cuidándose de no encontrar a alguien extraño había hecho que le tomara más tiempo de lo habitual.
Había visualizado lo que al parecer era una comunidad, un refugio, en las ruinas de lo que alguna vez fue un centro comercial. Dudó por un momento, pero le bastó recordar las experiencias en refugios pasados para retomar su camino hacia el bosque de Muir Woods.
- Ya no hay lugar ahí para mi - Se había dicho a sí misma - Tarde o temprano todos esos refugios se destruyen por culpa de ellos mismos.
La mujer fijó su mirada en los grandes arboles del antiguo parque nacional de San Francisco, sus ojos verdes se mezclaron con la inmensidad de las hojas verdes del bosque y parecía verse reflejada en él o él en ellas. Inhaló profundamente y entró al bosque que alguna vez había conocido y ahora lucía desconocido para ella, la naturaleza había invadido más allá de sus límites.
Ya en las profundidades del bosque de Muir Woods, Hanna, con su cabello enmarañado y sus ojos verdes cansados, se adentraba aún más en la espesura. El aire era húmedo y cargado de vida, pero también de peligro y ella lo sabía muy bien, tenía suerte de llevar su arco con el cual había practicado años atrás. Era un tanto viejo pero se mantenía en forma a pesar de los años.
Había aprendido tiro al blanco gracias a uno de los campamentos de verano donde la había enviado su madre en un vano intento de mantenerla alejada de César, cosa que no duraba mucho porque su padre sabía cuánto odiaba estar alejada de la ciudad y por su puesto de su Chimpancé. A pesar de no volver a esos campamentos, Hanna había quedado con un particular gusto en el deporte del arco y la flecha, uno que práctico hasta que tuvo que irse de la ciudad cuando entró a la universidad.
Y ahora agradecía haber tomado ese gusto, sus habilidades aunque un poco oxidadas, le servirían para sobrevivir en ese bosque mientras buscaba y encontraba a César, cuando lo hiciera, bueno, luego vería qué pasaba después de eso.
Los árboles gigantes se alzan como guardianes silenciosos, sus ramas entrelazadas formando un dosel que apenas deja pasar la luz del sol y las constantes lloviznas mantenían su cabello húmedo.
- Por lo menos tengo una regadera personal - Intentó bromear consigo misma mientras caminaba por aquel lugar.
El viento susurraba historias de tragedia y esperanza, y ella avanzaba, paso a paso, hacia su destino incierto. El bosque de Muir Woods es un laberinto de sombras y misterios, pero la Hanna no se detendría. Su determinación es su única compañera en este mundo desolado y solitario.
La noche cayó tan rápido que no le dio tiempo de preparar un refugio improvisado, buscó refugio en lo que parecía ser los escombros de una gasolinera e hizo una diminuta fogata para poder protegerse de la helada noche. Se acurrucó en una esquina y apretó más su chaqueta contra su cuerpo mientras observaba las pequeñas llamas de la fogata.
Su pecho se infló y de sus labios salió un largo suspiro, no sabía si había tomado la decisión correcta, ¿Qué haría una vez que se encontrara con César? ¿O si acaso él seguiría con...?
Sacudió su cabeza ignorando esos pensamientos pesimistas de su mente, aunque viviendo tantos años entre la miseria y la perdida, verle el lado positivo se volvía un gran sacrificio.
Hace años, ella y César compartieron sueños y esperanzas en un mundo que ahora parece distante. Juntos compartieron momentos increíbles y especiales que guardaba con mucho recelo en su memoria. Pero algo cambió. Una grieta se formó entre ellos, y Hanna no puede olvidar la mirada de César cuando se separaron o más bien, cuando ella le prometió regresar y nunca lo hizo. ¿Fue traición o necesidad lo que había hecho? ¿Acaso aquello era una excusa válida por haberlo dejado así? Solo e ilusionado.
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Can you hear me?
FanfictionSus ojos verdes oliva que siempre permanecían brillantes y llenos de alegría, ahora estaban empañados por gruesas y saladas lágrimas que resbalaban y humedecían sus sonrojadas mejillas provocadas por su continuo llanto. Un suave ululeo llamó atenció...