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Habían transcurrido un par de horas desde que Izuku había despertado en aquel lugar desconocido. Durante ese tiempo, había aprovechado para descansar un poco y permitir que su cuerpo comenzara a regenerarse. Finalmente, sentía que podía ponerse de pie, aunque el proceso no fue fácil. Tuvo que romper una rama cercana para utilizarla como apoyo, ya que el frío y sus heridas aún le impedían moverse con naturalidad. Con esfuerzo y determinación, Izuku logró incorporarse, sus músculos todavía doloridos por el esfuerzo y el entorno hostil.
Durante un rato, Izuku se dedicó a explorar los alrededores, tratando de orientarse y reconocer el lugar en el que se encontraba. Se encontró con kilómetros y kilómetros de campos nevados, cada paso resonando en el silencio abrumador del paisaje helado. El viento cortante y el frío intenso parecían querer penetrar hasta los huesos, dificultando aún más su movimiento. Mientras observaba el horizonte, su mente comenzó a recordar fragmentos de un libro de cartografía que había leído tiempo atrás.
"El Fréljord," murmuró para sí mismo, con un ligero temblor en la voz. Este lugar era más conocido por los forasteros como el infierno helado. Las historias que había leído hablaban de un terreno implacable, donde solo los más fuertes y resistentes podían sobrevivir. La región era famosa por sus tormentas de nieve interminables y su clima extremadamente hostil. Pocos se atrevían a adentrarse en sus tierras y muchos menos lograban salir con vida.
Izuku miró a su alrededor con una nueva comprensión, sintiendo una mezcla de admiración y temor por el lugar en el que se encontraba. Sabía que debía ser cauteloso y aprovechar al máximo los recursos disponibles si quería sobrevivir. Apretando la rama que había convertido en su bastón, se preparó mentalmente para el desafío que tenía por delante, decidido a encontrar una manera de superar las adversidades del Fréljord.
Sabía que debía moverse a pesar del dolor, quedarse en el mismo lugar no era una opción viable. Estaba demasiado expuesto a las amenazas en este lugar inhóspito. Si las historias sobre el Fréljord eran ciertas, encontrar refugio era crucial. En su estado actual, Izuku dudaba de su capacidad para enfrentar a los feroces depredadores naturales que habitaban en esta región. El frío implacable y el entorno hostil solo añadían más urgencia a su situación.
Con cada paso, sentía cómo sus músculos se quejaban y sus heridas ardían, pero no tenía tiempo para lamentarse. El viento helado le azotaba el rostro y sus manos temblaban a medida que se aferraba a la rama que utilizaba como bastón. Miraba a su alrededor, buscando cualquier señal de un lugar donde pudiera resguardarse, aunque fuera temporalmente. Los árboles desnudos y el paisaje nevado parecían extenderse interminablemente, sin ofrecer refugio aparente.
A medida que avanzaba, sus pensamientos volvían a las historias que había leído sobre el Fréljord. Recordaba las advertencias sobre las manadas de lobos blancos, los osos gigantes y las bestias desconocidas que acechaban en las sombras. La idea de encontrarse con uno de estos depredadores en su estado debilitado era aterradora. Debía encontrar un refugio antes de que anocheciera y las temperaturas descendieran aún más, volviendo el frío letal.