𝐈𝐕

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Nota de la autora: La canción colocada al comienzo del capítulo se llama "Scylla" y forma parte de Epic The musical, creada por Jorge Rivera-Herrans. Os recomiendo escucharla a medida que leéis el capítulo, pues me sirvió de fuente de inspiración y creo que os ayudará a imaginaros todo con una mayor precisión.


Pensé que Glauco me olvidaría de una vez por todas, pero no ocurrió así

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Pensé que Glauco me olvidaría de una vez por todas, pero no ocurrió así. Él lloriqueaba por las esquinas, contándoles a todos la crueldad con la que había rechazado su amor y yo como podía, hacía oídos sordos a esos cuchicheos que insinuaban que era una zorra despiadada que había hecho trizas su puro corazón. No me estaba resultando fácil ignorar cómo ahora todo el mundo me contemplaba con odio, incluso aquellos a los que había tomado como amantes tiempo atrás. Estaba cansada de tantas miradas y malos gestos dirigidos a mí, por lo que no dudé en marcharme a mi cala secreta y me bañé allí en un intento de olvidarlo todo.

Las aguas reconfortaron mi ánimo y por un momento pensé que tarde o temprano todos se olvidarían de la historia de Glauco y se centrarían en otro nuevo cotilleo. Estaba muy equivocada y no tardaría en averiguarlo.

Con lo que no contaba al haber rechazado a Glauco era conque era amado en secreto por la hija hechicera de Helios, Circe, la cual no dudó en vengarse de mí cuando descubrió que él no correspondía su amor. En aquel instante yo estaba refrescándome en el agua e incluso, humedecí mis cabellos como siempre hacía y fue en ese momento cuando un dolor desgarrador me doblegó. Mis entrañas se abrieron y comenzaron a emerger monstruosas cabezas con apariencia canina que enseguida se engrandecieron hasta ser más grandes que mi cabeza, las cuales estaban unidas a mi vientre a través de unos extensísimos cuellos. Observé con atención una de ellas y me percaté de que unas espeluznantes tres hileras de dientes se abrían y cerraban como si me demandaran comida y de pronto un bramido ronco emergió de todas ellas. Permanecí varios minutos contemplando las cabezas y comprobé para mi asombro que cada una de ellas tenía vida propia. Para mi desgracia, mi metamorfosis apenas acababa de comenzar porque después mis hermosos pies y mis piernas, que tanto habían enloquecido a mis amantes en el pasado, desaparecieron para ser sustituidos por doce tentáculos deformes.

Me miré en el reflejo del agua y grité con horror cuando vi en lo que me había convertido. Había dejado de ser una ninfa para convertirme en un monstruo que sobrecogería incluso a los más valientes mortales. Cuando creí estar sola con mi desgracia, no tardé en sentirme observada y no me sorprendió lo más mínimo pillar a Glauco contemplándome con una mezcla de horror y tristeza. Me fijé en que llevaba un frasco entre sus manos y no tardé en deducir que él tenía algo que ver. Cuando quise encararle, ya se había ido.

— ¿Qué me has hecho? — grité a la nada.

Luego lloré durante horas y maldije a aquella que me había convertido en esto. Tan avergonzada estaba de mi apariencia que hui a una gruta que se hallaba algo cerca de la isla de Trinacria, lugar donde Helios almacenaba sus vacas sagradas. Pensé con ironía que había criticado a Glauco por su aspecto y ahora mi apariencia era incluso peor que la suya. Él era capaz de despertar simpatía en los demás y yo ahora dudaba de que generara algo más que miedo en aquellos que me contemplaran.

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