Lara
Abuela Lola me pone una mano en la mejilla antes de inclinarse para darme un beso en el cachete que recibo con una sonrisa de oreja a oreja. Hay algo mágico en esa muestra de afecto que consigue romper, al menos por un momento, el nudo de preocupaciones en la boca de mi estómago.
Ponemos la mesa y el salón se impregna rápido con el olor de los rollitos de canela. Ya sentada frente a ella, vigilo atentamente la expresión que pone al dar su primer bocado y quedo más que complacida viendo sus ojitos arrugarse del gozo que le provoca saborear su postre favorito. El silencio mientras terminamos cada una con nuestra ración acompaña al clima veraniego de julio y lo hace todo más perfecto.
Viajar cada fin de semana a Alicante para verla, aunque sea solo por un ratito, es mi lugar seguro. Llevo un mes escapándome de mis padres para venir aquí. Es mi manera de cambiar un almuerzo desagradable por una tarde llena de chismorreos de pueblo y recuerdos de la abuela por el mundo.
A veces, cuando tengo un mal día, algo que, a decir verdad, pasa más a menudo de lo que me gustaría, me basta con oírla contar cualquiera de sus historias para que mi humor se invierta. Entre estas cuatro paredes es más fácil ser libre. Aquí puedo volver al epicentro de mi persona y a los sueños de mi infancia, esos que mantienen mi cordura al margen de la tristeza.
—¿Te ha gustado, Lola? —Esa es una pregunta retórica, porque su plato vacío ya ha hablado por ella.
—Sabes de sobra que sí —responde de todas formas.
Le sonrío mientras me pongo en pie y quito la mesa. Un momento después, coloco el mazo de la baraja española delante de ella y le hago un gesto con la cabeza para que empiece a repartirlas. No puedo evitar quedármela mirando mientras se concentra en hacerlo bien. Hoy se ha puesto uno de esos pañuelos de colores que tanto le gustan en la cabeza y se ha pintado los labios de un rosado muy clarito que la hace parecer más joven. Siempre que la veo me pregunto si podré llegar a ser como ella algún día, a tener esa eterna juventud en la mirada.
—Lara. —Me saca de mi trance.
—¿Mmm?
—¿Me vas a contar ya qué está pasando, o estabas esperando a que te lo pregunte?
Sin saber cómo responder a eso, me sumo en un silencio vergonzoso y aparto las cartas que me han tocado a un lado. Tardo un momento en recomponerme del vértigo que me provoca su intrusión. Por lo general, siempre damos por supuesto el estado emocional de la otra. Y yo siempre estoy bien, claro.
—Te quiero un montón —sigue diciendo—, y me encanta verte todas las semanas, pero no creo que no haya nada más detrás de estas repetitivas visitas tuyas.
—Me gusta tu compañía, abuela.
—Y a mí la tuya.
—¿Entonces?
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Estrellas de otra galaxia
Teen Fiction«El amor no necesita razones, sino valientes que quieran dar la cara por él.» A punto de perder el control de su vida, Lara decide apostarlo todo por una mentira de corazón valeroso y ojos miel. Esa mentira se llama Alex, y bastará con una primera c...