Capítulo 3 | Echar de menos, echar de más

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Lara

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Lara

Dos de la tarde.

     La tienda está vacía y el silencio que asalta los pasillos del centro comercial es anestesiante. Lo malo es que esta pausa no dura mucho y pronto vuelve todo a la normalidad de probadores abarrotados y montañas de ropa por el suelo.

     Bienvenidos a las rebajas de verano.

     Contemplo abstraída el espejo que cuelga de la pared al lado de los maniquís del escaparate y me rehago la coleta antes de ponerme a doblar camisetas y ordenar lo que pueda. Estoy tan acostumbrada a trabajar en esto que a veces lo hago casi por inercia. Eso me pone especialmente triste, porque esto no se parece en nada a lo que alguna vez quise para mí, incluso si hay una parte de ser dependienta que me gusta, como cuando soy capaz de ayudar a las personas a sentirse cómodas con lo que llevan puesto.

     Me levanto del suelo cuando un nuevo cliente se acerca, pero mi compañera me hace un gesto con la cabeza para que me quede en caja y no se lo agradezco con una sonrisa lo suficientemente grande.

     Entonces me dejo caer en el taburete que tenemos detrás del mostrador mientras me toco con la mano la zona lumbar y dejo escapar un suspiro de dolor. Aunque sea incapaz de admitirlo, siempre llevo mi cuerpo al extremo. Hay una alta posibilidad de que este curro no valga la pérdida de tanta energía, pero siento que mi forma de ser no me permite hacerlo de otra manera.

     Cuando la larga fila de clientes acaba, saco mi móvil del bolsillo del pantalón para revisar las notificaciones, pero termino despistándome con mi reflejo sobre la pantalla.

     Trago saliva y devuelvo el teléfono a su sitio.

     Dios. La abuela tenía razón. Mis ojos han perdido todo su brillo. Incluso si me esfuerzo en maquillar mi humor, eso solo sería un espejismo que cualquiera con un poco de empatía podría desenmascarar.

     Me pregunto cuándo dejé de brillar. ¿Habrá sido antes o después de abandonar las oposiciones y ponerme a trabajar duro en algo que nunca ha sido mi vocación? ¿Tal vez luego de esa conversación con mi madre, en la que parecía demasiado decepcionada como para volver a poner alguna esperanza en mí otra vez?

     Miro el móvil de nuevo y deslizo la yema del dedo por la lista de contactos hasta el nombre de mamá. Sería tan fácil y tan difícil al mismo tiempo. Porque cada día que pasa siento que estoy arrastrando la culpa de haberle mentido descaradamente cuando me preguntó si las cosas habían salido como yo esperaba.

     —¿Lara? —Escucho detrás de mí mientras vuelvo a su sitio el teléfono—. Estamos aquí, ¡sorpresa!

     Cuando me doy la vuelta, encuentro a un grupo de chicas mirándome con diversión; mis primas por parte de madre. Las cuatro. Mis únicas amigas de la infancia.

     —¿Tina? ¡Qué me estás contando! —Exclamo, envolviéndola en un abrazo—. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Hola, primas. —Veo por encima de su hombro antes de abrazar a las demás—. ¿Cómo habéis estado? ¡Os he extrañado tanto! ¿Qué hacéis aquí?

Estrellas de otra galaxiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora