Compañeros de clases

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Habían pasado ya cuatro meses desde que llegó esa carta estampada con el sello real que hizo pedazos mi vida serena. La reina impuso su voluntad para que yo me convirtiera en la compañera de estudios del príncipe Eric, ese niño insolente y poco funcional de solo 10 años. Era un edicto imposible de refutar. Mi familia festejó a lo grande mientras yo pensaba por qué la vida era tan cruel.

Cada día era un recordatorio de lo injusta que podía ser la existencia. Mis padres estaban extasiados, viendo en mi nueva posición una oportunidad de ascenso social y prestigio. Mientras tanto, yo debía lidiar con las pretensiones y el comportamiento insensato del príncipe Eric. Sus bromas pesadas y su constante arrogancia hacían de cada lección un verdadero tormento.

—Lavanda, ¿qué tanto sabes de la magia oscura? —preguntó Eric con una sonrisa sarcástica, durante una de nuestras clases de historia mágica.

—Lo suficiente como para saber que no debería ser nombrada a la ligera, y menos aún por alguien que no tiene la madurez para comprender sus consecuencias —respondí, intentando mantener la calma.

—¡Oh, vamos! No puedes ser tan aburrida todo el tiempo. —dijo, mientras hacía flotar un libro con un encantamiento básico, tratando de impresionarme.

—Ser precavido no es ser aburrido, Eric. Es ser inteligente —repliqué, mientras tomaba el libro y lo dejaba suavemente en su lugar—. Si realmente quieres aprender algo útil, deberías prestar más atención a las lecciones y menos a tus intentos de provocarme.

Las clases continuaban, cada una más exasperante que la anterior. El Señor Derine, nuestro instructor, parecía disfrutar viendo cómo Eric trataba de hacerme tropezar, aunque rara vez lo lograba. Eric no entendía que la verdadera fuerza no provenía de mostrar poder, sino de saber cuándo y cómo usarlo.

—Señorita Lavanda, hablemos de las propiedades del cristal de mana en la construcción de varitas mágicas —intervino Derine, cambiando el tema con su usual severidad.

—El cristal de mana es conocido por su capacidad de amplificar los hechizos debido a su estructura interna que permite la canalización eficiente de energía mágica. Sin embargo, su fragilidad requiere un manejo cuidadoso, tanto en su extracción como en su utilización. Además, su afinidad con distintos tipos de magia varía según su pureza y origen geológico —expliqué, sin titubear.

Eric me miraba con aburrimiento, claramente más interesado en su próximo intento de distracción que en el contenido de la lección.

—¿Y qué pasa si alguien combina un cristal de mana con una pluma de fénix? —preguntó, levantando una ceja de manera teatral.

—Tendría una varita extremadamente poderosa, pero también muy inestable. La energía del fénix es volátil y, aunque puede potenciar el cristal, el riesgo de que la varita se descontrole es alto. Solo un mago con gran habilidad y control podría manejar tal combinación —respondí, sabiendo que su pregunta era más un desafío que una verdadera consulta.

Los días se sucedían en un ciclo interminable de estudios y soportar a Eric. Mi única salvación eran los momentos de soledad en la biblioteca del palacio, donde podía perderme en los libros y en mis propios pensamientos. Allí, soñaba con un futuro donde podría usar mis conocimientos y habilidades para algo más que ser la sombra de un príncipe insufrible.

Mis pensamientos volvían una y otra vez a la carta real. ¿Cómo había llegado a este punto? Mis habilidades, que había tratado de mantener discretas, se habían convertido en mi propia trampa. La reina Victoria, siempre analítica y fría, había visto en mí un recurso valioso para su hijo, y mi madre no había perdido la oportunidad de adularla y tratar de ganarse su favor. La gente me miraba con curiosidad, susurrando rumores y especulaciones sobre la "niña prodigio" que había captado la atención de la reina.

Rechazo ser la Protagonista inútil Donde viven las historias. Descúbrelo ahora