Secretos al descubierto

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Los días iniciales en casa fueron un bálsamo para mi alma. Disfrutaba de la compañía de mi hermano menor, Iván, que había crecido notablemente durante mi ausencia. A sus casi seis años, su mente era una esponja, absorbiendo todo lo que los mayordomos y sirvientas le enseñaban. Antes de mi partida al palacio, yo era la encargada de su educación, pero ahora había delegado esa tarea a los sirvientes, asegurándome de pagarles un sueldo extra para que no descuidaran a mi polluelo. Las tardes se llenaban de risas y curiosas preguntas, mientras Iván me contaba todo lo que había aprendido.

—Lavanda, ¿sabías que las estrellas son como soles, pero muy, muy lejos? —preguntaba Iván, con sus ojos brillando de emoción.

—Sí, pequeño, lo sabía —le respondía con una sonrisa—. Y algún día, tal vez, podrás aprender mucho más sobre ellas.

Nuestra paz, sin embargo, fue efímera. 

La tranquilidad de esos días fue bruscamente interrumpida con el regreso de mis padres de su viaje. Ambos estaban visiblemente irritados, y su irritación rápidamente se convirtió en una tormenta que se desató sobre mí. Mis padres, que nunca me habían prestado demasiada atención, de repente estaban obsesionados con mi desempeño académico.

—¿Cómo es posible que hayas fallado en tus exámenes, Lavanda? —rugió mi padre, su rostro enrojecido por la ira. Nunca lo había visto tan enfurecido, y su voz retumbaba en las paredes de la sala principal.

—Me decepcionaste profundamente —dijo mi madre, su voz cortante como una daga—. Siempre creí que tenías un futuro brillante, pero parece que no eres más que una niña caprichosa.

Intenté mantener la calma, pero sentía un nudo en el estómago. Sabía que cualquier cosa que dijera podría empeorar la situación.

—No fue mi intención fallar —respondí, tratando de mantener la compostura—. Simplemente no me di cuenta de que las preguntas seguían al dorso de la hoja.

—¿No te diste cuenta? —mi padre se burló, sus ojos llenos de desdén—. ¿O fue a propósito? ¿Te estás rebelando contra nosotros?

—No, padre. Nunca haría algo así. Solo... no lo vi.

—A partir de ahora, tendrás nuevos maestros y sirvientes personales —anunció mi madre, su tono no admitía discusión—. No podemos permitir que sigas haciendo lo que quieres. Necesitas disciplina y supervisión constante.

Mi mundo se tambaleó. No solo me estaban reprimiendo, sino también aislando de mis contactos. Me sentía atrapada, como un pájaro enjaulado, con cada movimiento vigilado y restringido. Fue en ese momento cuando decidí tomar medidas drásticas para proteger a las personas que más me importaban.

—Vanesa, quiero que te alejes junto con Iván —le dije una noche, mi voz apenas un susurro—. No quiero darle más información a los nuevos sirvientes que puedan usar contra mí. Es mejor que estés lejos por ahora.

Vanesa asintió, con lágrimas en los ojos, pero comprendió la gravedad de la situación. Me dolía separarme de ellos, pero sabía que era lo mejor.

En la soledad de mi habitación, mis pensamientos eran un torbellino de preocupación y desesperación. ¿Quién podría haber orquestado esto? 

La respuesta se hizo clara rápidamente: la Reina. Era una jugada estratégica para aislarme y mantenerme bajo control.

Los días siguientes se convirtieron en una rutina monótona de clases y estudios bajo la supervisión constante de mis nuevos tutores. Cada lección era una batalla interna para mantener la compostura y no dejar que la frustración me abrumara.

Mi nueva sirvienta personal, Beatriz, era rígida y fría, ejecutando sus tareas con una precisión mecánica. Su presencia constante era un recordatorio de mi pérdida de libertad. Su actitud rígida y distante me irritaba profundamente, y sus constantes recordatorios de mi horario se convirtieron en un martirio diario.

Rechazo ser la Protagonista inútil Donde viven las historias. Descúbrelo ahora