Capítulo 9: Esperanza

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El vuelo a Musutafu se estaba llevando a cabo sin problemas, con una familia de tres disfrutando del viaje. Los padres estaban charlando emocionados sobre sus planes de visitar la ciudad, mientras su hijo de seis años, un niño curioso, miraba por la ventana. Observó el paisaje urbano con fascinación, los rascacielos y la bulliciosa actividad que había abajo la que le llamaba la atención.

"¡Mira, mamá, la ciudad es tan grande!" exclamó el niño, con los ojos brillantes de curiosidad.

La madre sonrió un poco, pero no desvió su atención de la conversación con su marido. "Sí, querido, realmente lo es".

El niño continuó mirando por la ventana hasta que algo le llamó la atención. "¡Mamá, hay un gran agujero en la ciudad!"

"Sí, querido, claro", respondió la madre distraída, sin mirar afuera.

"¡Mamá, mira! ¡Un agujero!" el niño insistió, tirando del brazo de su madre.

Ella se dio la vuelta, lista para pedirle que se calmara. Pero cuando miró por la ventana, vio un rayo amarillo de luz que atravesaba el cielo, seguido de un estruendo ensordece. El avión tembló violentamente, lanzando objetos y pasajeros. Las bandejas de comida y los vasos de plástico volaron por el pasillo, y los contenedores superiores se abrieron, derramando el equipaje sobre los pasajeros asustados. El sonido del crujido de metal mezclado con gritos de terror.

Las máscaras de oxígeno cayeron del techo, colgando frente a caras aterrorizadas. Las luces de emergencia parpadeaban intermitentemente, proyectando sombras espeluznantes en las caras de los pasajeros.

"¿Qué está pasando?" el padre gritó, agarrando una máscara y tratando de ponérsela mientras ayudaba a su esposa. Su voz casi se ahogó por el ruido ensordecedor.

"¡La máscara, ponte la máscara!" la madre gritó, sus manos temblando mientras colocaba la máscara en la cara de su hijo. El niño, ahora en pánico, sintió que su corazón se aceleraba y las lágrimas corrían por sus mejillas.

El avión tembló incontrolablemente, mientras los pasajeros gritaban y se aferraban a sus asientos. El niño, con la máscara firmemente en la cara, miró a su alrededor aterrorizado. El caos a su alrededor era indescriptible: gritos, llantos, el ruido ensordecedor de los aviones que luchan.

El aire olía a combustible y a electrónica ardiente, un olor metálico que picó las fosas nasales. El suelo del avión vibraba intensamente, lo que dificultaba incluso aferrarse a los reposabrazos. Las luces de lectura parpadeaban de forma errática, creando una sensación de desorientación.

Los asistentes de vuelo, tratando de mantener la calma, dieron instrucciones a los pasajeros, con sus voces temblando de miedo. "¡Mantén las máscaras puestas! ¡Abróchate los cinturones de seguridad! ¡Mantén la calma!" gritaron, pero sus palabras se perdieron en el tumulto.

El niño, con la máscara de oxígeno presionada en su cara, trató de respirar profundamente, pero el aire se sentía pesado y opresivo. Cada sacudida del avión le agitó el estómago, y se saltó algo amargo en la boca. Sus pequeños dedos agarraron los reposabrazos con fuerza, sus nudillos blancos por la presión.

A su alrededor, los rostros de los pasajeros reflejaban una serie de emociones intensas: miedo, desesperación, tristeza. Nadie quería morir. Todo el mundo tenía sueños incumplidos, metas que alcanzar, momentos que vivir. Cada uno fue el protagonista de su propia vida, y ahora, ante la posibilidad del final, sus mentes se inundaron de recuerdos.

Una joven, con lágrimas corriendo por su cara, pensó en la boda que estaba planeando. Se imaginó la sonrisa de su prometido, el vestido blanco que colgaba en el armario y los votos que nunca se dirían. Un anciano, con las manos temblorosas, recordaba a los nietos que no vería crecer, las historias que no contaba y las risas que no compartiría.

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