||pendejo desubicado. -•- Rodridel.♡

"Hacete yirar Rodrigo!"

Gardel miraba con aburrimiento la ventana del cuarto desde su posición en la cama, observando el resplandecer de la luna. Tan brillante, voluminosa y vigorosa. Testigo constante de los encuentros hambrientos entre ambos angeles cometiendo aquel pecado mortal, disque dichos y propuestos por "la magnificencia" que es Dios, padre de todo y todos. Figura de todos los hombres y amante de cada uno.

Pero incluso despues de que esto se ve tan inmoral e incorrecto, es una necesidad humana. Y nunca lo dejara de ser. El sentir como alguien desgarra las membranas del pudor y pureza con su piel misma, introduciendose e implantandose en rincones que ni el receptor conocía, es un instinto animal dentro del ser humano.

Pero aun así, ellos dicen...

Esto está mal.

Tratar de formar un solo individuo mediante el calor que ambos producen por el momento sin sentir amor, es un pecado. Pecado que ambos hombres cometen sin importar. Uno guiado por la lujuria que su líbido, y el otro buscando la salida de la monotonía de la vida que se le concedió, creída ser bendita como lo es su cargo.

Tocando aquella piel palida con sus dedos, no es difícil decifrar que lo que disque es calor, es solo más que temperatura corporal, no es el verdadero sentimiento de amor que los amantes sienten al verse cara cara, cuerpo a cuerpo...alma a alma. Debajo de la piel caliente, se esconde un corazón frío, victima del desamor que el cruel mundo le dió y, que aun así, lo sigue torturando despues de muerto.

—...Mmmgh-—Los ruidos de su suave voz hacen presencia en aquel acto salvaje. Rompiendo el temporal silencio entre ambos. —Ah..ah..AH—

Si su voz era grave como el rencor, ahora era aguda como el canto de un ruiseñor. Si su piel era fría como el olvidar, ahora se  volvía caliente cual abrazo de mamá.

Todo cambia. Nada se queda como está.

Al contacto del fuego, todo se transforma, nada se salva. Todo se altera ante las vigorosas llamas calurosas que desprende el caprichoso y dominante fuego. Una bola de masa se vuelve pan, un trozo de madera se vuelve leña. Una persona virgen se vuelve humana.

Nada se salva, todo cambia.

...

Y quizas es así como empezó su historia de pecados mortíferos en el reino del padre todopoderoso, donde nunca amanece, donde nunca anochece.¹

Sus miradas pérdidas, se unieron por primera vez por la noche, donde la callada luna miraba sin pudor aquella escena. Ambas miradas llenas de monotonía y vacías de vida. Ojos que al encontrarse nunca quisieron despegarse, buscando en la mirada del otro lo que en la suya le faltaba.

Pero la verdad era de que, ambos, se necesitaban. En urgencia.

Talvez es por eso de que, luego de haber unido ambos corazones mojados, ninguno dejo ir al otro. Todo de forma inconsiente.

...

Ahora se encontraban ahí, en la habitación del menor, marcandose como de costumbre, sin vergüenza alguna, de forma monotona. O eso parecía ser. Los dedos demandantes y quemantes del menor se paseaban por la palida y no virginal piel de su contrario, dejando un camino de fuego y pasión a su ruta. Pero había algo raro en ese toque...algo vívido.

El toque del menor no era el mismo, lo podía notar ya, sin sentir, podía decir que esos dedos que lo dominaban cada noche estaban raros, más sueltos, talvez. Parecían querer buscar más y más de su persona, pero imposible de encontrar.

Esperando el aburrido final nuevamente, Gardel no se movió, ni se inmutó, solo espero y espero a que aquel salvaje hombre, desesperado, acabara con él para poder irse a descansar y a reconfortarse en su solitaria habitación.