🍎 Capítulo 11

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El ritmo de la historia acelera un poco desde aquí, con miras al final. Aún así espero pueda ser disfrutable.

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En el Edén, donde la perfección y la serenidad reinaban, el primer hombre y el ángel más bello disfrutaban de una amistad que florecía con la inocencia y la curiosidad de los primeros días de la creación. Los árboles frutales se mecían suavemente bajo la brisa cálida, y el aroma de flores exóticas impregnaba el aire.

Adán, con su cabello castaño y ojos que reflejaban la pureza del cielo, corría descalzo sobre la hierba, riendo con una alegría despreocupada. Lucifer, cuyo brillo celestial era apenas opacado por su picardía, lo seguía de cerca, sus alas aún inmaculadas extendiéndose en toda su majestuosidad. Había un destello travieso en sus ojos mientras observaba a Adán con una mezcla de admiración y un interés que aún no comprendía del todo.

-¡Atrápame si puedes, Luci! -gritó Adán, lanzándose entre las ramas de los árboles con una agilidad sorprendente.

Lucifer rió, una risa melodiosa que resonó como música en el jardín.

-No puedes escapar de mí, Adán -respondió, acelerando su paso.

Después de una persecución juguetona, Lucifer logró alcanzar a Adán, sus manos envolviendo la cintura de su amigo mientras ambos caían al suelo en una maraña de risas. Adán, respirando con dificultad por la carrera, giró para encontrarse con los ojos brillantes de Lucifer. Había una cercanía inusitada, un contacto físico que, aunque inocente, despertaba algo nuevo y desconocido en ambos.

-Siempre eres tan rápido -murmuró Lucifer, su voz suave mientras sus dedos trazaban un patrón distraído sobre el brazo de Adán.

Adán sonrió, su mirada fija en la de Lucifer.

-Es porque siempre estoy corriendo hacia ti -dijo, sin darse cuenta del significado más profundo de sus palabras.

Pasaron los días explorando juntos, descubriendo cada rincón del Edén con una curiosidad insaciable. En una tarde dorada, se encontraron descansando bajo un árbol de manzano, el sol filtrándose a través de las hojas, creando patrones de luz y sombra en sus pieles. Lucifer, con una sonrisa traviesa, tomó una manzana y la sostuvo frente a Adán.

-¿Has probado alguna vez una de estas? -preguntó, sus ojos destellando con una mezcla de inocencia y provocación.

Adán negó con la cabeza, acercándose más para observar la fruta.

-Nunca -respondió, su voz apenas un susurro.

Lucifer, sin romper el contacto visual, acercó la manzana a los labios de Adán.

-Prueba -dijo, su voz suave y seductora sin intención consciente.

Adán recordó las palabras de su padre, "no comer del fruto prohibido". Le pareció extraño que uno de sus ángeles más preciados le incitara a hacer lo contrario, pero no desconfió.

Mordió la fruta y toda la verdad y el conocimiento apareció ante él como luz en ojos ciegos.

Entendió algunas cosas y dudó de otras, sus labios habían rozando los dedos de Lucifer en el proceso.

El contacto fue electrizante, aunque ninguno de los dos comprendía del todo lo que estaban sintiendo. La dulzura de la manzana parecía insignificante comparada con la intensidad de su proximidad.

Se miraron en silencio, un entendimiento tácito pasando entre ellos, una conexión que crecía lentamente, como las raíces de los árboles que los rodeaban.

Cada día, la picardía de Lucifer y la dulzura de Adán se entrelazaban más, sus travesuras volviéndose una danza de exploración y descubrimiento.

Sin darse cuenta, estaban tejiendo un vínculo profundo y complejo, una relación que desafiaba la pureza del Edén pero que, al mismo tiempo, se alimentaba de ella.

El lucero de mi amanecer [Apple of my eye]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora