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...................................................................................Diciembre de 1999, Isla de los Perdidos, Estados Unidos de Auradon 
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Décadas en el Inframundo no habían preparado a Hades para la desdichada vida que llevaba en la Isla de los Perdidos.

Si hubiera sabido que rebelarse contra su hermano lo llevaría a ser encerrado para toda la eternidad en un pedazo de tierra maloliente, sin comida fresca y sin un miserable rayo de sol... Probablemente lo habría hecho de todas formas, porque él era así de terco, estaba seguro de que se habría convencido de ser lo suficientemente poderoso para burlar al destino.

Típica tragedia griega.

Desde el balcón de su casa podía ver hacia la costa de Auradon, donde los rayos de sol llenaban de luz y calor al reino, esa era una de las peores partes del castigo, ver lo que habían perdido desde la distancia y saber que nunca volverían a tenerlo porque el grueso manto de nubes que cubría la Isla nunca daría paso a un día soleado, sin importar cuanto lo esperaran sus habitantes. Si se esforzaba mucho, lograba imaginar el olor a agua salada que dejaban las olas al lamer la arena, muy diferente a la podredumbre que tenía que aguantar cada vez que iba al puerto en busca de provisiones.

-Deja de hacer eso.

Apartó la vista del horizonte al escuchar la voz de su esposa.

-¿Qué?

-Mirar con melancolía por la ventana no nos va a sacar de aquí.

En los ojos de Maléfica se encendió una llama de venganza, incipiente y peligrosa como la chispa inicial de un incendio forestal.

El pequeño quejido emitido por su hija desde la cama los distrajo a ambos; Mal no tenía ni un mes de vida, pero ya había demostrado ser igual de demandante que su madre, si se retrasaban unos minutos en cambiarle el pañal, darle de comer o acomodarla para su siesta, armaba una rabieta que haría temblar hasta al más temible de los ejércitos.

Maléfica se apresuró a tomarla en brazos y acomodarla en su pecho para que comiera.

Él se recostó contra la pared, intentando no pensar en todas las cosas que podría haberles ofrecido de no haber sido tan estupido, todas las cosas que los héroes de Auradon le daban a sus mocosos a manos llenas y que le negaban a su hija.

Los ojitos de la bebé se fueron cerrando poco a poco, arrullada por las suaves caricias de su madre en su cabecita, apenas cubierta por una pelusa púrpura.

Maléfica empezó a tararear una suave melodía por lo bajo, meciendo a su hija.

-Dirán que cambié el rumbo de navegantes que fueron por el mundo con sus despojos, librados al antojo de mis menguantes, dirán que fui el desvelo de los más sabios que estudiaban el cielo para acercarme y así poder besarme aquí en los labios -cantó- si voy por sobre el río y no digo nada y dejo mi reflejo junto a las olas, sepan que no es de mala es que estoy muy sola, laira rararai ra por las estrellas, aquí pasó la luna y dejó su huella

Los deditos de Mal se enredaron en algunos mechones del cabello negro como la noche de su madre. Ella no era consciente aún, pero tenía a la mujer más peligrosa de Auradon cantándole canciones de cuna, no muy diferente de lo que seguramente hacían las reinas con sus inútiles cachorros en sus pomposos castillos, en mullidas camas con sábanas de seda... Eso y mucho más se merecían sus chicas, una reina y una princesa en todos los sentidos posibles.

Sin embargo, estaban condenadas a marchitarse en esa Isla abandonada por los dioses.

-Dirán pues las sirenas que he sido ingrata, llorando en la arena sus infortunios y yo muy de plenilunio toda de plata, dirán que he despreciado las un mil glosas que el poeta enamorado versó en sus rimas, soy luna que lastima de tan hermosa -una inusual sonrisa amorosa se plasmó en los labios de la Emperatriz del Mal-, si voy por sobre el río y no digo nada y dejo mi reflejo junto a las olas, sepan que no es de mala es que estoy muy sola, laira rararai ra por las estrellas, aquí pasó la luna y dejó su huella.

Magia InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora