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Abril del 2024, Francia, Estados Unidos de Auradon

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Maléfica se aburría como una ostra, ya estaba harta de estar encerrada. Su hija le había ordenado que esperara en la torre mientras el consejo decidía qué hacer con ella, como si esos inútiles tuvieran derecho a decidir sobre su familia.

Se concentró en volver a acostumbrarse a su cuerpo, después de pasar tanto tiempo como lagartija todo era extraño, la cantidad de colores que podía ver era abrumadora y se sentía torpe al moverse. Recorrió la habitación caminando con lentitud recobrando su agilidad para andar tanto como fuera posible, lo último que quería era parecer débil ante los demás.

Se preparó mentalmente para convivir con los estúpidos héroes con los que se rodeaba su hija, no tenía intenciones de romper su juramento, en primer lugar porque no era estúpida y sabía que eso sería una sentencia de muerte en el mejor de los casos y en segundo lugar porque ya estaba cansada de luchar.

Ya ni siquiera recordaba por qué había empezado su disputa con el rey Estefan.

Tres décadas de encierro le había ayudado a adquirir una nueva perspectiva, ahora comprendía que existían otras maneras de conseguir sus objetivos, algo que seguramente Mal había entendido a los 16 años, decidiendo seguir el camino largo pero seguro.

Conquistar el mundo ya no le llamaba la atención, le parecía demasiado trabajo y ella ya no estaba dispuesta a estresarse, prefería centrarse en mantener el legado mágico de su familia, una herencia delicada en especial ahora que sus nietos tenían sangre humana.

Al atardecer su hija y su yerno volvieron a buscarla.

Volvió a sorprenderle lo mucho que había empezado a parecerse a Hades, su cabello morado ahora estaba plagado de mechones azules y sus gestos solo le recordaban al dios del inframundo. Décadas renegando de su esposo e intentando borrarlo de su familia solo para encontrarse con que su única hija era la réplica viviente de Hades.

—Ya era hora —se quejó.

Mal frunció el ceño como siempre hacía.

—¿Qué pasa, tienes algún compromiso? —dijo con sarcasmo.

Se aguantó las ganas de responderle, discutir con su hija no le ayudaría a reconstruir su relación. En cambio, optó por la opción más civilizada.

—Estaba empezando a creer que iban a dejarme aquí encerrada para siempre.

El esposo de Mal se apresuró a disculparse por la larga espera, no entendía cómo es que su hija se aguantaba a ese tonto humano.

—Estábamos organizando todo para que puedas acomodarte.

Bueno al menos iban a sacarla de esa estúpida torre, prefería lanzarse por la ventana a pasar un momento más allí. Lo único que le preocupaba era la restricción a su magia incluso sin las protecciones puestas por su hija.

—Esta cosa... —señaló el brazalete que le habían puesto unas horas antes.

—Es para evitar incidentes —explicó el hombre.

—Para evitar que hagas alguna estupidez, por si no quedó claro —agregó Mal.

Se mordió la lengua, quería llevar la fiesta en paz pero su hija no colaboraba.

Magia InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora