Mi madre es una mujer dedicada y muy conocida aquí en el pueblo.
No solo ha nacido en una familia de gran prestigio en términos de agricultura, sino que también es reconocida por ser una de las mejores reposteras del país.
Posee un talento increíble en la cocina y, además, es famosa por su mermelada, especialmente la de melocotón, que es simplemente deliciooosa.
Todos en el pueblo la adoran. O bueno al menos todos los que la conocen.
Ha pasado bastante tiempo, lo suficiente para que los hijos de los habitantes tomen los puestos de sus padres. Por eso es que ahora está decidida a recuperar su buena racha. Ha vuelto a preparar una gran cantidad de mermelada casera.
Suspiro pesadamente y me detengo al ver que ya estoy frente a la repostería.
Miro nuevamente la lista para verificar a qué es por lo que vengo y entro al lugar.
La repostería de Carmen es un sitio acogedor, con suelos de madera y estantes repletos de productos caseros. El aroma a pan recién horneado y a pasteles dulces llena el aire, evocando recuerdos de mi infancia.
-¡Muy buenos días, Carmen- digo mientras me dirijo a la señora de edad no muy avanzada para saludarla.
Dejo la cesta en una mesa no muy alejada y ella se acerca a mí para saludarme con un abrazo, como solía acostumbrar.
-¡Buenos días, Aurelio!- dice con un acento bastante nativo, inclusive más que el mío.
Bueno, supongo que es porque ella ha permanecido aquí desde muy joven, a diferencia de mí, que estuve bastante tiempo alejado, o al menos lo suficiente como para perder la esencia Italiana nativa. Ella me trata con una calidez maternal que siempre me hace sentir bienvenido.
-¿Qué te trae por aquí?- pregunta coqueta, como siempre.
Le sonrío -Necesito sal y azúcar. ¿Aún tienes el azúcar de 10 kilos?-
Ella me mira por un momento con una cara relajada como si estuviera pensando y luego se va al almacén que se encuentra detrás de mí, trayendo consigo una bolsa de tela con lo que pienso debe ser azúcar.
-Allí tienes, querido- responde aún luciendo una mirada relajada mientras esboza una sonrisa. -¿Y de cuánto la sal?
-Una bolsa de 700 gramos, por favor.-
Veo cómo deja el lugar a través de una puerta que se encuentra detrás de sí. No tarda mucho y, al volver, la veo con una pequeña bolsa de sal que coloca frente a mí.
-Serían 10.00 euros más la sal, 11.82 euros en total.-
De inmediato me dirijo a la cesta, saco un frasco y se lo muestro. De inmediato cuando lo vé, se le iluminan los ojos y se dirige a mí.
-¿Eso es mermelada- pregunta emocionada.
La miro sonriendo nuevamente y asiento.
-Así es, mi madre los está vendiendo a 5 euros cada uno.-
Ella junta sus manos como si me estuviera rogando.
-¡Oh, es una maravilla!- en voz baja pide permiso y revisa, tomando cuatro tarros de mermelada. -Tu madre prepara la mejor mermelada- me entrega 7 euros. -A mis clientes les encanta cuando se lo pongo a los bizcochuelos y a las tartas de frutas.
Río un poco.
-De seguro están buenas- acomodo las cosas en la cesta poniendo allí las cosas. -Fue un placer estar aquí, Carmen, pero me tengo que ir yendo ya.-
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El arte de escuchar
RomanceAurelio, vuelve a su pueblo natal en una pequeña zona de Italia, donde pasó sus primeros años de vida, luego de un largo tiempo en la ciudad, donde terminó su carrera estudiantil. Un día encuentra una cámara antigua que perteneció a su madre, por l...