|Capítulo 3: Mucha conveniencia|

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La enfermera condujo a Lucy hacia la sala de recuperación. Al entrar, Lucy vio a su madre en una camilla. Aunque apenas podía levantar la cabeza, le sonrió. Lucy tragó saliva con dificultad al ver que su madre se encontraba cada vez peor: tenía ojeras, estaba pálida y tan delgada que las mejillas estaban hundidas.

—Lucy —susurró su madre al verla, con un hilo de voz.

—Madre —respondió Lucy, acercándose a su lado.

Se sentó junto a ella y tomó su mano, que estaba fría.

—¿Cómo estás? —preguntó su madre, mientras Lucy se acomodaba en la camilla.

—¿Cómo puedes preguntarme eso mientras tú estás sentada en una camilla con aspecto de Voldemort? —dijo Lucy.

Su madre comenzó a reír a carcajadas, incluso se atragantó con su propia saliva. Empezó a toser y luego a reír nuevamente.

—Mejor que no te escuchen las enfermeras, podrían pensar que esto es maltrato familiar.

Lucy apretó su mano.

—No es maltrato, es humor negro. Ayuda a que esta situación no sea tan dolorosa —dijo Lucy mientras observaba los numerosos ramos de rosas que rodeaban a su madre, evidencia del apoyo de familiares y amigos—. De todas formas, hazte a un lado, necesito un abrazo.

Su madre le hizo un espacio en la camilla, y Lucy se acomodó a su lado. Era una costumbre después de los tratamientos: Lucy se apoyaba en el hombro de su madre mientras ella le contaba historias sobre su juventud.

—Mamá...

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó su madre, con un tono suave y cálido.

—¿Cómo conociste a papá? —preguntó Lucy, con curiosidad y una chispa de nostalgia en su voz.

Nunca antes había hecho esa pregunta.

Su madre sonrió, recordando aquellos días con una mezcla de ternura y melancolía.

—Ah, los padres de tu papá solían vender mermeladas, de todos los sabores imaginables. Yo estaba enamorada de él, aunque él ni siquiera lo sabía. Vivíamos a solo dos cuadras de distancia, y cada mañana lo veía pasar en su bicicleta. Me volvía loca de solo pensar en él. Cuando cumplió dieciséis, empezó a trabajar en la tienda de sus padres. Aproveché la oportunidad y empecé a ir a comprar mermeladas todas las semanas. No tenía mucho dinero, pero lo que tenía lo gastaba en esas mermeladas. Cada vez que iba, mi corazón latía más rápido, esperando verlo.

—Vaya, qué persistente —comentó Lucy con una sonrisa.

—Por supuesto, si no lo fuera, no hubieras nacido —respondió su madre con un tono juguetón.— ¿En qué iba? Ah, sí. Iba todas las semanas y me atendía el guapo de tu papá. Él era un chico tímido y yo, por el contrario, era demasiado habladora. Siempre intentaba iniciar una conversación, aunque era difícil. Cada semana sentía que lograba avanzar un poco.

Que mueran los protagonistas [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora