capítulo uno

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- Advertencia: este capítulo contiene escenas y menciones de maltrato infantil/violencia doméstica y lenguaje homofóbico.


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Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser caminos de muerte.

(Proverbios 14:12)


El día que Enzo terminó de creer en el concepto de la fe fue cuando perdió por tercera vez a su mejor amigo.

Enzo era un chico de una familia cerrada y muy religiosa. Se habían mudado a La Plata cuando él tenía apenas unos diez años, por temas de trabajo de su papá, que él mucho no entendía y no era de indagar en asuntos que no eran de su incumbencia. Su mamá tejía para las vecinas del pueblo y limpiaba las casas de las señoras de los barrios privados a los que nunca tenían permitido ir. Enzo no era muy social y solo tenía a su hermana menor para hablar, que jugaba con sus muñecas y le decía que la dejara en paz cada vez que Enzo le quería proponer hacer algo juntos.

Nunca lo iba a decir adelante de su papá, pero Enzo se aburría un montón. Hasta hubiese preferido ir al colegio en lugar de pasarse tantas horas haciendo nada, mirando el techo o viendo la vida pasar en una reposera al lado de su casa.

Así fue hasta que conoció a Gastón, un vecino de la misma cuadra, que veía pasar por enfrente de su casa cuando iba a hacer los mandados y siempre con una pelota al lado de sus pies.

Lo primero que había llamado la atención de Enzo fue el pelo rubio casi blanquecino y la sonrisa radiante. Enzo no lo entendió en ese momento, pero la sensación rara en su estómago tendría que haber sido aviso suficiente para que su vida no se convirtiera en el tormento que fue para él. El chico lo vio sentado ahí a Enzo, completamente solo, y pateó la pelota en su dirección, invitándolo con un movimiento de su mentón, un claro desafío. Enzo sonrió y lo aceptó. Desde ese día, se volvieron inseparables.

Se pasó todo el verano jugando a la pelota con Gastón en el patio de su casa, mientras sus papás trabajaban todo el día y él cuidaba a su hermana, que siempre estaba encerrada mirando la tele o jugando con sus muñecas. Gastón siempre lo invitaba a la pileta, pero Enzo nunca podía ir porque se suponía que estaba cuidando la casa y a su hermana.

—Ella también puede venir —le dijo Gastón con esa voz dulce y melódica que podría curar todos los malestares de Enzo de tan solo escucharla.

—Si mis papás se llegan a enterar que me voy de acá, me van a matar —dijo Enzo negando con la cabeza. Gastón soltó una risita y Enzo lo miró confundido.

—Tu tonada —explicó Gastón, señalándose la boca con los dedos—. Es rara, pero muy linda.

Esa fue la primera vez que Enzo se sonrojó de verdad por algo lindo que le habían dicho. No lo entendió en ese momento, pero algo tan mínimo como eso iba a cambiar su vida para siempre.

Enzo creció al lado de Gastón la mayor parte de su infancia y adolescencia, por lo menos hasta los diecisiete, porque a esa edad fue la primera vez que sintió que le habían roto el corazón.

Gastón había tenido muchas novias y todas las chicas querían estar con él, eso lo sabían todos. Tenía la fama de ser el pibe soltero más deseado del barrio y Enzo lo confirmaba, porque era su amigo desde prácticamente siempre y había sido de esa manera desde que tenía memoria.

A Enzo no le importaban esas cosas. Había una o dos chicas que había besado en alguna fiesta, pero fue por pura casualidad. Siempre había algo que le interesaba más o que no le llamaba de las chicas que se le acercaban, y él no se paraba a pensar demasiado en eso. Entendía eso de ser joven, el placer, las hormonas, el sexo, pero Enzo todavía no había encontrado a alguien con quien quisiera compartir todo eso.

yo le hablo a dios y tú eres su respuesta » marenzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora