capítulo dos

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- Advertencias: se hablan temas delicados como la muerte y la fe en cuanto a la sexualidad; hay una escena donde uno de los personajes principales se prostituye; 100% religious guilt.


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 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.

(2 Timoteo 1:7)


Tardó meses en terminar de leer esa última carta, meses en los que pudo hacer su duelo por Gastón y dejó de ejercer como cura en la iglesia donde lo había hecho los últimos diez años. Dejó de usar la sotana, pero no el cuello clerical. Sentía que algo le faltaba, por mucho que sintiera que podía respirar mejor cuando no lo usaba. No estaba tan listo para renunciar a su credo como pensó en un principio.

La pareja de Gastón se llamaba Mariano. En la carta había dejado una dirección y un teléfono, y dos nombres por quienes preguntar: el suyo y el de un tal Marcos.

Enzo sabía que Marcos era el chico del que hablaba Gastón en sus cartas, un chico que habían sacado de la calle y decidieron criar con Mariano como si fuera su hijo. No habían podido adoptar, pero la vida igualmente les había dado lo que se merecían: una familia.

Enzo guardó todas las cartas en la caja, bien ordenadas y acomodadas. Se tomó el bondi que sabía que lo dejaría más cerca y fue a cerrar ese capítulo de su vida de una vez por todas.

La dirección en la carta lo había llevado a un barcito cerca de San Telmo, uno que en ese momento tenía un cartel que decía «CERRADO». Enzo se quedó parado en la vereda, mirando la fachada del lugar. Había banderas del orgullo en todas partes, pintadas y colgadas, y había más de otros tipos de orgullo que no supo identificar. Las luces de neón de la entrada estaban apagadas, pero se podía ver a simple vista que el bar se llamaba GATITAS. Enzo sonrió suavemente, porque a Gastón solían decirle La Gata cuando era chiquito.

En la última carta Mariano le decía que no importaba la hora, alguien siempre lo iba a atender, y que lo más seguro era que fuese Marcos, quien se encargaba del local y lo sacaba adelante. Marcos, que según las cuentas de Enzo debía tener entre veinte y veintiún años. Gastón y Mariano lo habían sacado de la calle cuando tenía tan solo trece años.

Enzo se animó a tocar el timbre, que resonó a lo lejos en el lugar. Esperó paciente, aunque por un momento pensó en dejar la caja ahí e irse a la mierda para evitar enfrentarse directamente con una vida que Gastón no había compartido con él. Pero no, porque ya había sido demasiado cagón para una sola vida. Un chico abriendo la puerta lo salvó de hacer algo que no quería.

Un chico de piernas largas, llenas de tatuajes, piel tostada y unos shorts diminutos de color naranja chillón que mostraban demasiada piel. Enzo sabía que estaba mirando de más, pero no podía evitarlo. Había más tatuajes en sus brazos y su abdomen estaba descubierto porque solo tenía puesta una remera fucsia cortada que le llegaba a las costillas. Tenía restos de brillantina en el cuello y en la cara, y la sonrisa más provocadora del mundo, una que se hizo más grande cuando hizo explotar su chicle en un globo.

—Hola, yo soy... —empezó a decir Enzo, pero el chico lo cortó.

—Ya sé, el stripper —dijo. Miró la pantalla del celular que tenía en una mano y levantó las cejas—. Bastante temprano llegaste. Y te viniste preparado. Me gusta.

Enzo arrugó las cejas.

—¿Stripper?

—Eu, ¡Nico! Llegó el stripper y está tremendo —le dijo el chico a alguien más que estaba adentro. Se apoyó y estiró todo su torso contra el marco de la puerta y Enzo trató de ignorar esa curva que hizo su espalda, pero no lo consiguió. Los shorts eran más ajustados de lo que pensaba—. Pensé que dijiste que ibas a pedir un par de pendejos. Este está grande y se parte solo. Capaz que le pido que me termine de criar.

yo le hablo a dios y tú eres su respuesta » marenzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora