7.5. Fleur Aysel.

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Tierra es mi cuerpo,
Agua mi sangre,
Aire mi aliento
Y fuego mi espíritu.


- Lo tengo todo y a la vez no tengo nada.

Observo a mi alrededor, en busca de la voz femenina y delicada que pronunció esa desgarradora expresión.

Estoy en el medio de un hermoso valle, rodeada de flores vistosas, cuyas fragancias impregnan el oxígeno, mezclándose dulce y agradable para el olfato.
Todo mi alrededor es flores y no hay señales de ninguna chica. De hecho, la única persona por los alrededores soy yo.
Sigo caminando con cuidado de no pisar y dañar alguna flor hasta que visualizo una chica con un majestuoso vestido negro cerca de una fuente.

Me acerco despacio y ella no repara en mi presencia. Me detengo abruptamente cuando detallo las estatuas de la fuente.

Son gárgolas.

El rasgo distintivo de sus expresiones no son precisamente bellas sino intencionadamente horribles, grotescas y monstruosas. Se caracterizan por ser criaturas voladoras, con alas de murciélago, ojos incandescentes y poseen unos pequeños cuernos en su cabeza.
Las gárgolas siempre han sido algo más que una decoración funcional. Es un arte terrorífico.

La chica está de espaldas a mí y tiene su mano extendida hacia la boca de la gárgola que en vez de expulsar agua a la fuente expulsa un líquido rojo que atribuyo a que sea sangre.

- Te estaba esperando. - su voz rompe el silencio y hace desviar mi atención de la repugnante escena.

¿Cómo es posible que me estuviera esperando?

Se voltea hacia mi y su rostro me deja atónita. Es idéntica a mí. La diferencia es su cabello, lo lleva encrespado.

- Debo advertirte sobre las cosas que vendrán a continuación.

Me quedo pensativa.

- ¿Qué cosas?

- Pueda que sientas que lo que te toque vivir a partir de ahora es mucho. Pueda que sientas que te darás por vencida. Pueda que sientas que ya no tienes fuerzas. Pero, puedes con todo y mucho más. No estás sola, Luna.

- ¿Por qué sentiría esas cosas?

- Es cuestión de tiempo de que sepas quién eres realmente. Has tenido señales muy claras.

Desde que he llegado a Kettleburn mi mente ha sido invadida por recuerdos que no he vivido, sensaciones que no me agradan y secretos que deseo desenterrar.

¿Quién soy realmente? ¿Acaso no soy Luna? ¿Soy algo más?

- Quiero que recuerdes una cosa. - se acerca a mí, moviendo su ancho vestido con piedras preciosas incrustadas en la tela azabache.

- Puedes sentir miedo y eso está bien. Todos sentimos miedo alguna vez en la vida. Pero nunca dejes que el miedo domine tu mente, tus acciones. Debes saber que existen dos tipos de monstruos. Uno es el que es hermoso por fuera y podrido por dentro, el otro tipo es macabro por fuera y aún peor por dentro. A lo largo de nuestras vidas nos enfrentamos a ambos tipos de monstruos, creen que son invencibles y es porque uno mismo permite que así sea. Aprende a jugar con el monstruo, de lo contrario terminarás cazada por él.

Proceso y medito claramente sus palabras.

- Nadie es un monstruo eterno. A la gente mala también se le duermen los demonios. Úsalo a tu favor.

- Gracias. - Asiente con una sonrisa de satisfacción pero esa alegría no llega a sus ojos.

Me quedo pensando y me atrevo a preguntar.

- ¿Por qué dijiste que lo tenías todo y a la vez nada?

Me mira con una expresión sombría.

- He perdido a mis padres porque rechacé un matrimonio que me haría infeliz. Cobré venganza e invadí un reino, asesinando igualmente a sus reyes. Me proclamé reina suprema de Fontaine. He desarrollado una fascinación por el derramamiento de sangre. Ya no soy una dulce princesa, muchos dicen que soy cruel, yo diría que soy justa. En mi castillo solo somos las paredes, mis perversidades y yo. No hay un futuro. Sin embargo, tú tienes el don de cambiar el tuyo.

Me quedo estupefacta. "Cambiar el futuro".

- ¿Cómo así? - indago y niega con la cabeza lentamente.

- Sentirás como si tuvieras dos leones peleando en el interior de tu corazón. Uno de los dos es un león enojado, violento y vengativo. El otro está lleno de amor y compasión.

- ¿Cuál de los dos ganará la pelea?

- Aquel que decidas alimentar.

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