Capítulo 2: El Enredo

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En las semanas siguientes, Alejandro presentó a Irene a su grupo de amigos. Se reunieron una tarde soleada en el parque central, donde solían jugar al fútbol. Marta, una chica alegre y siempre dispuesta a hacer reír a los demás, fue la primera en saludar a Irene.

—¡Hola! Tú debes ser Irene. Alejandro nos ha hablado mucho de ti —dijo Marta con una sonrisa cálida, extendiendo la mano.

—Sí, mucho gusto. Es un placer conocer a los amigos de Alejandro —respondió Irene, devolviendo la sonrisa y estrechando la mano de Marta.

Carlos, un chico energético y algo bromista, se unió a la conversación.

—¡Hola, Irene! Espero que te guste el fútbol, porque aquí jugamos casi siempre. —Carlos guiñó un ojo mientras le ofrecía una botella de agua.

—No soy muy buena jugando, pero me encanta ver partidos —dijo Irene riendo ligeramente.

Javier, el más reservado del grupo, observaba desde una distancia prudente. Finalmente, se acercó, aunque con cierta desconfianza.

—Hola, Irene. Soy Javier. Bienvenida —dijo, estrechando su mano brevemente.

—Gracias, Javier. Alejandro me ha contado que ustedes son muy unidos. Me alegra poder conocerlos a todos —respondió Irene, sonriendo amablemente.

La tarde transcurrió con risas y conversaciones animadas. Irene se mostró interesada en las historias y bromas del grupo, participando activamente y ganándose poco a poco la simpatía de todos, excepto de Javier, quien seguía observándola con cierta cautela.

Irene rápidamente se ganó la confianza de Alejandro, siempre estaba disponible para escucharlo y darle consejos. Por ejemplo, cuando Alejandro tuvo un mal día en la escuela debido a un examen difícil, Irene lo llamó esa misma noche.

—Alejandro, ¿cómo te fue hoy? Parecías un poco abatido en clase —preguntó Irene con voz preocupada.

—Fue horrible. Creo que no hice bien el examen de matemáticas. Me siento un fracaso —respondió Alejandro, suspirando.

—No digas eso. Eres muy inteligente. Solo necesitas encontrar una forma de estudiar que funcione para ti. Tal vez podríamos repasar juntos la próxima vez —sugirió Irene.

Otra vez, cuando Alejandro se peleó con sus padres sobre su futuro universitario, Irene lo invitó a dar un paseo para despejar su mente.

—Entiendo que tus padres quieran lo mejor para ti, pero también es importante que sigas tus propios sueños. ¿Has considerado hablar con ellos y explicarles cómo te sientes realmente? —le dijo Irene mientras caminaban por el parque.

Con el tiempo, Irene comenzó a sembrar pequeñas semillas de discordia entre Alejandro y sus amigos. Todo empezó con comentarios aparentemente inocentes pero calculados para generar dudas.

—¿No te has dado cuenta de cómo Carlos siempre te interrumpe cuando hablas? —le dijo a Alejandro una tarde mientras caminaban hacia casa.

—¿En serio? No lo había notado —respondió Alejandro, frunciendo el ceño.

—Sí, parece que siempre quiere ser el centro de atención. Tal vez deberías hablar con él al respecto. Solo quiero que te respeten como te mereces —insistió Irene, plantando la semilla de la duda.

La siguiente vez que se encontraron todos, Alejandro empezó a observar el comportamiento de Carlos con otros ojos. Cada vez que Carlos bromeaba o tomaba la palabra, Alejandro sentía un creciente malestar.

Un día, después de una tarde jugando al fútbol, Irene aprovechó una conversación casual para sembrar más discordia.

—Carlos me dijo que cree que no eres tan buen jugador de fútbol como piensas —comentó Irene con voz casual mientras tomaban un refresco.

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